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    Crítica | Riceboy Sleeps

    || Críticas | ★★★★☆
    Riceboy Sleeps
    Anthony Shim
    La fuerza de las raíces


    José Martín León
    Telde (Las Palmas) |

    ficha técnica:
    Canadá, 2022.Título original: Riceboy Sleeps. Director: Anthony Shim. Guion: Anthony Shim. Producción: Bryan Demore, Anthony Shim, Rebecca Steele. Productoras: A Lasting Dose Productions, Crave, Kind Stranger Productions, Lonesome Heroes Productions, The Harold Greenberg Fund, Téléfilm Canada. Fotografía: Christopher Lew. Música: Andrew Yong Hoon Lee. Montaje: Anthony Shim. Reparto: Choi Seung-yoon, Ethan Hwang, Dohyun NoeL Hwang, Anthony Shim, Hunter Dillon, Jerina Son.

    De las experiencias reales vividas nacen las mejores historias, las más francas y sinceras. El director, guionista y actor Anthony Shim echa la vista atrás, tomando vivencias como inmigrante llegado desde Seúl a un país tan distinto al de sus orígenes como es Canadá, para dar mayor autenticidad al relato de su segundo largometraje como realizador, Riceboy Sleeps. Aquí se narra la triste historia de So-young, una joven madre soltera que se embarca en la aventura de escapar de Corea para comenzar desde cero en un suburbio de Vancouver, esperanzada con ofrecerle un futuro mejor a su pequeño hijo de siete años, Dong-Hyun. Una voz en off cuenta los primeros compases, nada fáciles, de esta mujer sin demasiada suerte, abandonada al nacer en un hospital coreano y, finalmente, adoptada después de pasar por distintos internados. También nos habla de su historia de amor con un estudiante que también acaba trágicamente cuando, víctima de su esquizofrenia, acaba quitándose la vida en un psiquiátrico, dejando a So-Yong con un bebé fruto de la relación que, debido a su condición de soltera, no tiene reconocida la ciudadanía. Repudiada por la familia política, no le queda otra opción que poner rumbo a Canadá, comenzando una nueva vida en la que tendrá que superar muchos retos diarios, dada su calidad de inmigrante. La película de Shim arranca con la llegada al país norteamericano, en 1990, mostrando la complicada adaptación, tanto de la madre como del niño dentro de una cultura diferente, donde los rasgos físicos, el idioma y las costumbres, no son fácilmente recibidos por todo el mundo. El director y guionista realiza un pausado retrato costumbrista del día a día de esta familia de dos, filtrando sutiles mensajes de crítica social y de denuncia del racismo al que tantas personas se enfrentan cuando están lejos de sus países. Así, mientras que So-yong empieza a trabajar en una fábrica en la que le cuesta relacionarse con el resto de compañeras (el idioma es el principal impedimento) y donde tiene que frenar los comportamientos abusivos y machistas de algún compañero masculino, el pequeño Dong-Hyun se convierte en objeto de burlas por parte de los demás niños de su clase –sus gafas o el hecho de que lleve sushi para desayunar son algunas excusas para ser tratado como un bicho raro–, ante la actitud pasiva de la dirección y los profesores del centro, incapaces de reconocer que se está ante un caso de bullying, con connotaciones claramente racistas.

    El filme está dividido en dos partes, claramente diferenciadas por el tiempo, ya que la segunda mitad avanza hasta 1999, cuando los protagonistas ya se han adaptado a su vida en Vancouver y, mientras que la madre es pretendida por un buen hombre, también asiático y, como ella, adoptado de pequeño, Dong-Hyun se ha convertido en un adolescente rebelde y conflictivo, que desobedece constantemente a So-young y coquetea con las drogas. Si hay algo que permanece inalterable en ambas mitades de Riceboy Sleeps. es el amor y cuidados incondicionales que la madre profesa a su hijo, inculcándole desde pequeño que nunca debe mostrarse vulnerable o inferior ante los demás, defendiéndose de sus acosadores con violencia, si es preciso, pero es en la segunda mitad donde se presentan las cuestiones más interesantes que la película pone sobre la mesa, como es la importancia de conocer los orígenes de uno mismo, esas raíces familiares que, aunque estén en el otro lado del mundo, acaban tirando con fuerza y determinando la personalidad de cada individuo. Un trabajo para el instituto sobre el árbol genealógico de cada estudiante, es el detonante para que Dong-Hyun necesite plantear a su madre todas esas preguntas que, hasta ese momento, permanecían sin respuestas. También, otra inesperada noticia que concierne a la salud de So-young, precipita que madre e hijo decidan emprender un viaje a Corea, con el fin de que el chico conozca a su familia paterna y los pormenores que les hicieron huir de su pasado. Pese a que hay elementos en la película de Shim que hemos podido ver en otros títulos igualmente estimables –es inevitable no pensar en la oscarizada Minari (Lee Isaac Chung, 2020), otra historia de inmigrantes coreanos, también narrada a través de la mirada inocente de un niño de siete años, pero también en Lion. (Garth Davis, 2016), por la necesidad de su protagonista de retornar a su país de origen, ya de adulto, para encontrar respuestas–, el realizador se las apaña para imprimir a su obra una personalidad propia muy especial, que hace que no desmerezca en absoluto ante otras propuestas similares más conocidas.

    Riceboy Sleeps. es un drama intimista, elegantemente filmado, que elige el opresivo formato 4:3 para mostrar la vida de los protagonistas en un Canadá en el que les cuesta encajar, y con una cámara que se mueve sinuosamente en torno a sus criaturas, consiguiendo extraer momentos que transmiten con convicción todos los estados de ánimo por los que atraviesan madre e hijo. Hay escenas de gran calado emocional –el relato de So-young de esa madre preocupada por su hijo, aun cuando sabe que este está a punto de abandonarla para morir en un lugar inhóspito, resulta tan conmovedor como representativo de sus propias circunstancias vitales–, y los actores están todos formidables, especialmente la superlativa Choi Seung-yoon como madre abnegada, que brilla en un puñado de escenas plenas de fuerza dramática –el momento del diagnóstico médico es, sencillamente, desarmante–. Los jovencísimos Ethan Hwang y Dohyun NoeL Hwang le dan una réplica perfecta en sus encarnaciones del hijo en las etapas adolescente e infantil, respectivamente. Los tres intérpretes personifican con eficacia las dificultades para adaptarse a una cultura diferente, mostrando ese duro proceso que va, desde el aislamiento inicial de los emigrantes, hasta su final aclimatación al entorno, sin perder del todo sus raíces y señas de identidad –pese a que Dong-Hyun trate de darle rasgos occidentales a su persona, tiñéndose el cabello de rubio, como forma de encajar mejor entre sus compañeros canadienses–, así como las siempre difíciles relaciones entre padres e hijos, sobre todo, cuando aparece la rebeldía inherente a la adolescencia. La película esquiva en todo momento cualquier exceso sentimentaloide, a pesar de que la historia esté plagada de ingredientes que se puedan prestar, con facilidad, al dramón más lacrimógeno. Racismo, bullying, enfermedades terminales, conflictos familiares… todo junto supone un cóctel difícil de llevar a buen puerto, sin la mano sabia de un buen director detrás y Shim acierta al ofrecer un trabajo que hace de la modestia y la sensibilidad sus mayores aliados, consiguiendo crear un nudo en la garganta del espectador a base de sutileza y mucha verdad. Riceboy Sleeps. habría merecido, por su delicadeza y calidad, una mayor repercusión, ya que ha tenido que ser la plataforma Movistar+ la encargada de estrenarla en España sin que haya tenido la oportunidad de pasar por las pantallas de cine. Aun así, es la oportunidad perfecta de disfrutar de una de las gemas ocultas de 2022.


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