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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La última reina

    || Críticas | ★★★☆☆
    La última reina
    Adila Bendimerad & Damien Ounouri
    Una tigresa en la nieve


    Emilio M. Luna
    Berlín |

    ficha técnica:
    Argelia, Taiwán, Francia, 2022. Título original: El Akhira. La dernière reine. Dirección: Adila Bendimerad, Damien Ounouri. Guion: Adila Bendimerad, Damien Ounouri. Compañías: Agat Films, CADC, Taj Intaj, Yi Tiao Long Hu Bao International Entertainment Company. Fotografía: Shadi Chaaban. Música: Evgueni Galperine, Sacha Galperine. Reparto: Adila Bendimerad, Nadia Tereszkiewicz, Dali Benssalah, Ali Damiche. Presentación oficial: Giornate degli Autori (Mostra de Venecia 2022). Duración: 110 minutos. Distribuidora en España: Surtsey Films.

    El cine argelino contemporáneo, apoyado en la financiación europea y en la nueva generación de realizadores y realizadoras coterráneos formados en Francia, ha centrado su mirada en la emancipación femenina en el país africano; ya sea desde un punto de vista minimalista, centrado en historias anónimas, como son los casos de I Still Hide to Smoke (Rayhana Obermeyer, 2016), 143 Sahara Street (Hassen Ferhani, 2019), Leur Algérie (Lina Soualem, 2020), y el díptico Papicha (2019) – Houria (2022) firmado por Mounia Meddour; o desde una perspectiva maximalista, histórico-reivindicativa, como ocurre en segmentos concretos de la filmografía de Rachid Bouchareb o en la película que nos ocupa, La última reina (El Akhira. La dernière reine, 2022). Un proyecto que desde las líneas de créditos se intuye como personal, gestado y trabajado por Adila Bendimerad, la actriz más relevante de Argelia en este siglo XXI. Bendimerad escribe, dirige –colaborando en ambas facetas con Damien Ounouri— e interpreta este biográfico que ensalza una figura sin apenas presencia en los anales históricos pero que sí tuvo su protagonismo en el acervo local: la de la reina Zaphira, una mujer que tuvo que enfrentarse a la herencia de dos invasiones de Argel en la adolescencia del siglo XVI: la de los españoles y la de sus liberadores pro-otomanos.

    Un aura shakesperiana reviste las imágenes del filme dirigido por el tándem Bendimerad-Ounour. Es la traslación a pantalla de las tragedias que se sucedieron tras la liberación de la Argel dominada por el imperio español: la de una esposa que pierde a su marido; la de una madre que teme por su hijo; la de un antihéroe que sufre por amor; la de un país que pierde a su rey e irremediablemente ata su futuro a la tiranía. La batalla de la reconquista, horadada por el slow-motion y coreografías dignas de cinematografías de otras latitudes, abre el metraje. Una elección interesante, efectista, que rememora las aventuras y desventuras bélicas en el Mediterráneo y el Índico por los iconos de la épica musulmana. En dicho combate, se presenta al personaje-bisagra del largometraje: Aruj Barbarroja, corsario colaborador del Imperio Otomano; pirata devenido mercenario que coleccionaba sultanatos bañados por el mediterráneo como señal del éxito de sus campañas. Una de ellas le llevará a la Argel ocupada. Los directores acentúan en imagen no solo la determinación de un guerrero al que la mitología define como inmune al fuego –la mencionada primera escena lo remarca—, sino también, minutos después, como un individuo con sensibilidad y gusto por lo estético. Una licencia que busca insuflar humanidad a un personaje que pasó a la historia como un militar sanguinario y que en la cinta del dúo Bendimerad-Ounour es consciente de que no todo en su existencia es conquistable.

    La posibilidad de romance entre Aruj y Zaphira es el salvoconducto de una nación cuya supervivencia siempre se mantuvo en un complejo equilibrio. Argel era un punto geoestratégico que ejercía de lugar de paso de vencedores y derrotados durante un espacio de tiempo dominado por la conquista y la búsqueda de recursos por parte de las potencias del momento. Mantener el statu quo-sobrevivir-perecer era siempre una cuestión de tiempo sobre aquel mapa sin certidumbres. Tras el regicidio de Salim Toumi, Zaphira se verá abocada a decidir; por el futuro del país, por el de su hijo. La aceptación de ese nuevo contexto es el escenario en el que los realizadores explotarán la personalidad de una mujer que desciende a la oscuridad con cada golpe de cimitarra. Zaphira mutará de una señora de palacio, cuya cotidianidad se basaba en pequeños aperitivos alrededor de una piscina junto a su séquito, a adquirir una responsabilidad que le obligará a traicionar a todos, incluso a sí misma. No existe otro camino posible dentro de un ambiente tóxico, cuyo destino se gesta en la sombra, producto de las ambiciones familiares. Zaphira tendrá que confrontar el duelo, la ira y la vergüenza sin espacio para la resistencia. Un dibujo que, como cabía de esperar, encuentra su resonancia en el presente; de cómo una mujer se fajó en un mundo testosterónico, articulado sobre una tradición que margina a la mujer junto a ajuares y telas. Con esta pertinencia que marca la agenda actual, el film se mueve entre la corrección y el afán aperturista. Ya que busca epatar a toda costa con una imagen convencional, por instantes etérea, que, como se aprecia en la citada escena inicial, apuesta por el efectismo como esencia narrativa. Así, La última reina se erige en un drama histórico-biográfico en el que contracampo es casi tan interesante como el interior de la puesta en cuadro. La recreación de un universo volcánico, con ambiciones eruptivas y en el que emerge la figura de la dama de hielo que cambia una hoja de ruta monopolizada por las estrategias militares es el gran valor de esta propuesta que ofrece en sus dos segmentos oníricos el contrapunto ante tanto formalismo. Aun con ello, el trabajo de Bendimerad-Ounour no resulta desdeñable; más por su vocación divulgativa que por su aparataje fílmico, eso sí. Patrón del cine de nuestros días. ⁜


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