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    Crítica | Anatomía de una caída

    || Críticas | Cannes 2023 | ★★★★☆
    Anatomía de una caída
    Justine Triet
    De la verticalidad a las múltiples perspectivas de una tragedia


    Ignacio Navarro Mejía
    Cannes (Francia)|

    ficha técnica:
    Francia, 2023. Título original: «Anatomie d'une chute». Dirección: Justine Triet. Guion: Arthur Harari, Justine Triet. Compañías productoras: Les Films Pelléas, Les Films de Pierre. Fotografía: Simon Beaufils. Montaje: Laurent Sénéchal. Presentación oficial: Sección Oficial del Festival de Cannes. Reparto: Sandra Hüller, Samuel Theis, Swann Arlaud, Jehnny Beth. Duración: 151 minutos.

    Las películas sobre procesos o dramas judiciales forman un verdadero subgénero, dentro del más amplio del thriller o policiaco. Y es que el cine ha encontrado quizá aquí la única manera de mostrar el derecho como algo divertido. Todo conflicto que no pueda ser resuelto de manera amistosa tiene que plegarse a los trámites y a la jerga jurídicos, por lo que es casi obligada esta recurrencia del cine de dicho subgénero cuando todo aquel tiene como una de sus notas definitorias, al menos según la ortodoxia del guión, la de plantear y eventualmente resolver un conflicto determinado. Si se quiere desgranar este con minuciosidad, apelando a un tratamiento más racional que pasional, pero sin renunciar a la fascinación (de ahí la diversión) que despierta todo análisis de algo desconocido o incierto, la investigación criminal o el proceso judicial se prestan bien a tal labor. Es casi como el equivalente de una autopsia, para el forense, que al examinar las entrañas de un cadáver descubre toda la descomposición que ha podido conducir a su muerte. En una investigación o en un proceso, también se trata de levantar capas para revelar el meollo de un crimen, usando la palabra en lugar del bisturí, aunque aquella puede funcionar igualmente como herramienta de incisión y disección. Por ello es afortunado el título del magistral drama judicial, Anatomía de un asesinato, dirigido por Otto Preminger y protagonizado por James Stewart en 1959. Al mencionar ya el asesinato en el título, quedaba claro el tipo delictivo sobre el que giraría toda la película.

    Para su tercer trabajo, que ha decidido integrar en todo este subgénero, Justine Triet sigue aquel referente clásico y lo titula Anatomía de una caída. Sin embargo, en este caso no se hace referencia directa a un crimen, teniendo en cuenta por lo demás que la caída en cuestión tiene dos acepciones: física y psicológica. Un hombre cae desde el ático de su casa sobre el suelo nevado, pero ello desencadena (o refleja) una caída de otro tipo, la de su familia, y en particular la de su mujer (Sandra Huller). Enseguida esta aparece como sospechosa, pues no habría motivo para que este hombre se precipitara, fatal y voluntariamente, desde lo alto de su domicilio, ni de que otra persona entrara, vil y subrepticiamente, en su interior para empujarlo. El matrimonio vivía en una casa aislada, y su hijo único estaba paseando a su perro. Tales son los hechos que observamos en el primer tramo de metraje, antes de que sean recreados y valorados hasta la saciedad en la instrucción y el juicio subsiguiente. Esto último concentra el grueso del metraje y Triet y su coguionista Arthur Harari lo desarrollan con gran verosimilitud, tanto narrativa como estrictamente jurídica (se nota en este punto el asesoramiento experto). Con todo, el filme ya destaca en su parte anterior, la antes relatada, porque ya entonces advertimos muchos detalles significativos. Por ejemplo, la transición entre el instante posterior al fallecimiento del hombre (antes no se le ha visto, solo se le intuía fuera de campo) escrutado por el perro, y el siguiente plano en que este animal camina por la casa ya ocupada por los agentes, hasta una foto de su antiguo amo (es la primera imagen suya, solo retratada, sin vida). Se establece pues un vínculo temprano entre hombre y mascota (aunque esta sea más bien custodia del niño), en apariencia anodino, que luego será clave para desentrañar todo este misterio.

    Esta primera parte de la historia, además de impulsar muy oportunamente el drama, es muy ajustada desde un punto de vista técnico, aunque de nuevo, de primeras, no lo parezca. Seguimos hablando de las transiciones, en este caso mediante el empleo de la imagen y el sonido, como por ejemplo los planos sucesivos y progresivamente alejados de la casa, con la reducción en volumen de la música diegética, para poco después volver al interior de esa localización, una vez acontecida la desgracia, y con otro número paralelo de planos detalle, otra vez con aquella música, mostrar desde varios ángulos el lugar del “crimen”. Valgan estos ejemplos para dejar constancia de uno de los grandes méritos de esta cinta, que es presentar como fortuitos o espontáneos, ya sea narrativa o técnicamente, elementos que en el fondo están muy pensados y que tienen mucho sentido. Este fondo concienzudo se corresponde bien con el mentado género de Anatomía de una caída, y con su voluntad de revelar, progresiva pero incansablemente, todas las dimensiones de esa caída, tanto la del hombre solo como la de su matrimonio. Realmente, quien toma el protagonismo es su mujer, en cuyo papel Sandra Huller nos regala una actuación tan portentosa como matizada, en varios registros y en dos idiomas alternos. Guión e interpretación son así los puntos fuertes de la película, si bien como decíamos su puesta en escena tampoco es descuidada. No estamos ante una obra demasiado original, pues sigue la estela de todos sus referentes cinematográficos, pero apenas se le pueden encontrar fallos en su concepción y ejecución, precisamente por su grado de detalle. Hasta cabe mencionar uno que podría restar verosimilitud al conjunto, como es la conversación recordada por un testigo años después, para resolver una duda, recurso habitual en este género pero que sería imposible en la vida real (nadie tiene tan buena memoria). Pues bien, hasta esto tiene aquí su explicación. En cualquier caso, no todo es expositivo sino que se deja margen para la interpretación, incluyendo, como suele suceder, la culpabilidad de la acusada y las circunstancias reales del mediático crimen, por lo que el espectador tendrá que tomar partido en todo un juego que, por mucha prueba y verdad que se aporten, no deja de ser puramente subjetivo.


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