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    Crítica | Posesión infernal: El despertar

    || Críticas | ★★★★☆
    Posesión infernal:
    El despertar
    Lee Cronin
    El Necronomicón expande fronteras


    José Martín León
    Telde (Las Palmas) |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2023. Título original: «Evil Dead Rise». Dirección: Lee Cronin. Guion: Lee Cronin. Producción: Rob Tapert, Sam Raimi, Bruce Campbell. Productoras: Ghost House Pictures, New Line Cinema, Warner Bros., Wild Atlantic Pictures. Distribuidora: Warner Bros., Max. Fotografía: Dave Garbett. Música: Stephen McKeon. Montaje: Bryan Shaw. Reparto: Lily Sullivan, Alyssa Sutherland, Gabrielle Echols, Morgan Davies, Nell Fisher, Jayden Daniels, Mark Mitchinson, Mirabai Pease, Anna-Maree Thomas, Richard Crouchley, Noah Paul, Billy Reynolds-McCarthy, Tai Wano. Duración: 97 minutos.

    Hubo un tiempo en el que las grandes películas de terror nacían de proyectos modestos, rodados entre amigos, sin casi presupuesto, pero con muchas ideas y, sobre todo, ilusión. La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968) o La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) fueron la prueba palpable de ello y, en los 80, fue Sam Raimi quien consiguió su propio hito dentro del género, rodado en 16 mm. con solo 375 mil dólares. Posesión infernal (1981) llevaba a cinco amigos universitarios a una perdida cabaña en los bosques de Tennessee, donde encontraban un siniestro libro, el Necronomicón Ex Mortis (“Libro de los Muertos”) y unas grabaciones de audio donde el anterior inquilino del lugar recitaba pasajes de sus páginas. Como no podía ser de otro modo, los incautos jóvenes, al jugar con fuego, terminaban despertando a unas fuerzas diabólicas del bosque que irían poseyendo sus cuerpos uno tras otro. La cinta llamó la atención por su perfecta combinación de gore –mutilaciones, sangre y todo tipo de viscosidades inundaban la pantalla– y humor negro, con unos movimientos de cámara asombrosos que hacían que la amenaza invisible fuera perceptible en todo momento. Los efectos especiales y de maquillaje, en la brutal caracterización de los personajes poseídos, fueron también de lo más resultones, pese a su carácter artesanal y barato. Bruce Campbell, en su rol del superviviente Ash, se convirtió en uno de los héroes más icónicos del género, papel que explotaría hasta la saciedad, tanto en las dos secuelas, Terroríficamente muertos (1987) –casi una repetición de la historia de la anterior película, acometida con un presupuesto mayor y mejores medios–, y la más ambiciosa El ejército de las tinieblas (1992), toda una gozada que acentuaba los toques de comedia, mezclándola con la fantasía oscura en una trama repleta de efectos especiales que homenajeaban al stop-motion Ray Harryhausen –esos esqueletos vivientes, que parecen salidos de Jason y los argonautas (Don Chaffey, 1963)– y que llevaba a Ash a la Edad Media, como en las tres temporadas de la serie de culto Ash contra el mal. 2013 fue el año en que el uruguayo Fede Álvarez –luego director de la estupenda No respires (2017)– resucitaría, por todo lo alto, el universo Evil Dead, gracias al éxito de su violentísimo reboot Posesión infernal, con una protagonista femenina en plena desintoxicación de su adicción a las drogas, acosada junto a su grupo de amigos –la idea de que, en un principio, no supieran distinguir los efectos del mono de una posesión demoniaca fue, desde luego, original– por las oscuras entidades de una cabaña del bosque.

    El triunfo, tanto comercial como de crítica, de aquella actualización más seria y sórdida del mito del Necronomicón –sin Raimi tras las cámaras ni Campbell en su papel de Ash, desaparecía ese humor físico que caracterizaría a la trilogía clásica, tan cercano al cartoon–, ha propiciado que ahora llegue a los cines una secuela, Posesión infernal: El despertar (2023), realizada por Lee Cronin, cuya mejor carta de presentación sería la interesante Bosque maldito (2019). Lo primero que llama la atención del proyecto es su apuesta por alejarse de lo visto anteriormente, buscando su propia personalidad sin, por ello, renunciar a todo tipo de guiños a la mitología de la saga. Para ello, la acción se aleja del alejado escenario de la tradicional cabaña del bosque para traerla a un entorno más urbano –similar táctica le funcionó estupendamente a la reciente Scream VI (Matt Bettinelli-Olpin, Tyler Gillett, 2023)–, concretamente a un destartalado apartamento de las plantas altas de un ruinoso edificio de Los Ángeles que está a un mes de ser derruido, dejando a todos sus inquilinos en la calle. La nueva historia presenta como protagonistas a una familia que se aleja completamente de la perfección mostrada en clásicos del género como Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), encabezada por dos hermanas adultas antagónicas: Beth (Lily Sullivan), más independiente y centrada en su trabajo como técnico de sonido, pero enfrentada a un embarazo no buscado que lleva en secreto, y Elle (Alyssa Sutherland), también madre soltera, que trata de sacar adelante a sus tres hijos, los adolescentes Danny y Bridget, y la pequeña Kassie (todos con personalidades muy bien definidas), después de la reciente ruptura de su última pareja. La relación entre ambas no es nada idílica, ya que guardan cosas del pasado que reprocharse mutuamente, pero su reencuentro, tras años de separación, coincide con una serie de acontecimientos que culminan con la apertura del Necronomicón, algo que desata la furia de las entidades demoníacas conocidas como Deadites, convirtiendo a Elle en un ser monstruoso sediento de sangre.

    Desde su espectacular prólogo de diez minutos, en una cabaña junto a un lago, Posesión infernal: El despertar pone las cartas sobre la mesa y deja claro que esto es Evil Dead en estado puro. Asegura el director que empleó 6500 litros de sangre falsa para el filme y lo cierto es que es algo que se aprecia en pantalla, pues estamos ante una orgía de violencia explícita, con desmembramientos, decapitaciones y demás salvajadas, por doquier. El claustrofóbico escenario del edificio en ruinas (más aún tras producirse un terremoto), con sus oscuros pasillos, sus viejos ascensores que rara vez funcionan, un lúgubre parking, y esa casa de la familia protagonista, donde acontece la mayor parte de la acción, funciona a la perfección en esta nueva pesadilla que busca la complicidad del fan de toda la vida de la franquicia, a través de aquellos movimientos de cámara imposibles (la película se abre con uno de ellos), escenas que mezclan gore y humor bizarro –ese ojo juguetón, salido de su cuenca, es puro Raimi, no solo el de Evil Dead, sino también el de la maravillosa Arrástrame al infierno (2009)–, y autorreferencias clásicas, como la entrada en acción de la mítica motosierra. Lily Sullivan compone una heroína luchadora cargada de fuerza y carisma, mientras que Alyssa Sutherland está magnífica disfrutando de su sádica encarnación de madre diabólica. Al igual que REC (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2007), esta entrega es un auténtico tren de la bruja desarrollado casi íntegramente en el interior del viejo edificio, sin, por ello, levantar en ningún momento el pie del acelerador. Muertes salvajes, transformaciones de lo más impactantes, una sucesión de set pieces de terror absolutamente modélicas –la de la bañera, la de la matanza vista desde el ojo de buey de la puerta o el clímax final en el parking–, todo está diseñado para encumbrar a esta película como una más que digna incorporación a la serie, algo que consigue con creces. Tal vez no llegue a alcanzar la brillantez formal de la anterior de Fede Álvarez (aquella lluvia de sangre fue, sencillamente, insuperable), pero esta Posesión Infernal: El despertar, no solo es un verdadero regalo para los amantes del horror más físico y sanguinolento, sino que abre nuevos horizontes a una saga que corría el peligro de estancarse en los recónditos bosques, demostrando que el Mal no conoce fronteras y amenaza en cualquier rincón. Más de 40 años después, aquel humilde divertimento amateur rodado por Raimi sin apenas medios sigue manteniendo su esencia intacta como el primer día y su legado promete dar aún muchas alegrías en el futuro.


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