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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El castigo

    || Críticas | ★★★★☆
    El castigo
    Matías Bize
    85 minutos sin trampas ni artificios


    Ignacio Navarro Mejía
    Madrid |

    ficha técnica:
    Argentina y Chile, 2022. Dirección: Matías Bize. Guion: Coral Cruz. Producción: Ceneca Producciones / Leyenda Films / Sudestada Cine. Fotografía: Gabriel Díaz. Montaje: Rodrigo Saquel. Dirección artística: Sebastián Olivari. Reparto: Antonia Zegers, Néstor Cantillana, Catalina Saavedra. Duración: 85 minutos.

    El plano secuencia ha estado unido al cine desde su origen, pues las primeras incursiones de los hermanos Lumière eran de esta naturaleza: cortometrajes rodados en un solo plano fijo. El montaje (externo) llegaría más tarde, en ese momento todavía no se concebía la técnica de unir varios planos y ajustar su extensión y sucesión. Cuando esto llegó, la duración de los planos se fue haciendo más o menos uniforme, siguiendo reglas de edición más o menos compartidas. Pero, como era de esperar en este nuevo arte, en constante evolución y cuestionamiento, enseguida sus creadores intentaron superar los límites de la duración de un plano, para reforzar la ilusión de continuidad que lo caracteriza. Es obligado citar el ejemplo de La soga, de Hitchcock, esa intriga experimental que ocultaba sus cortes, impuestos por los minutos máximos de cada bobina, para aparentar que todo el metraje se desarrollaba en una sola toma. Sin embargo, aunque suele mencionarse este clásico en todo análisis de los planos secuencia en el cine, por definición, cuando un plano (o su simulación) abarca varias secuencias, o incluso toda la película, ya no es en puridad un “plano secuencia”, porque dura más de una secuencia, si se entiende esta como subdivisión del metraje total. En todo caso, el plano en sentido estricto no podía durar demasiado, dadas las restricciones temporales del celuloide. Décadas más tarde, con la generalización del rodaje en digital y la pericia creciente de los operadores, se han podido rodar ya auténticos planos secuencia de largometraje (de nuevo, en su denominación común, que no literal), como El arca rusa o Victoria, aparte de otras muchas películas que hacen gala de esta exhibición técnica durante varios minutos de su respectivo metraje. La diferencia con su origen es que, ahora, la cámara casi siempre está en movimiento.

    Unir la ausencia de cortes y la cámara en movimiento permite que, a falta de montaje externo, exista lo que se conoce como montaje interno, referido a la variación del encuadre de la cámara, según su posición y ángulo, al margen del propio movimiento de los referentes en pantalla. Es esta la riqueza esencial, en sentido formal, que proporciona el plano secuencia bien entendido. La nueva película de Matías Bize, El castigo, está rodada en un único plano, lo que ya no es inédito, ni siquiera sorprendente, pues cuenta con varios precedentes y además no alcanza (ni persigue) su ambición técnica. Pero sí destaca, en este apartado técnico, por ser muy consciente de esa multitud de encuadres (dando importancia y pausa a cada uno de ellos) en que puede desarrollarse un solo plano, aunque sea, valga la redundancia, único. Y, además, lo logra siempre de forma muy orgánica. Valga el ejemplo de los primeros minutos de esta película, que arranca en el interior de un coche en circulación, hasta que frena y los dos personajes de los asientos delanteros salen del vehículo. Para acompañarlos, sería imprescindible un corte, porque, de lo contrario, el operador no podría salir del coche sin que se notara… salvo que se abra la puerta trasera y pueda lentamente deslizarse por el asiento hasta poder salir, todo ello sin dejar de rodar. Es difícil que esta visualización resulte orgánica, partiendo de la propia puerta que se abre y queda abierta. Pero el personaje que la abre, lo hace por un motivo claro, es comprensible que se quede abierta, y también que este y el otro personaje principal se queden un buen rato quietos en las inmediaciones del coche, para permitir al operador salir del mismo y componer este nuevo encuadre.

    Rodar esta película en un solo plano puede, de hecho, justificarse desde antes, pues ese arranque se produce después de que estos dos personajes, padre y madre, abandonen temporalmente a su hijo de siete años, como castigo, a la entrada de un bosque por el que cruza la carretera. La ausencia de cortes permite percibir el tiempo exacto que transcurre (pese a que, curiosamente al tratarse de un “plano secuencia”, empieza in media res), de apenas un par de minutos como comentan ellos mismos, porque de ese tiempo transcurrido depende la verosimilitud de toda la acción posterior. La premisa no es más que esta: esa acción de unos padres de la que enseguida se arrepienten, porque cuando vuelven ya no encuentran a su hijo, desaparecido en el bosque, y todo el resto del metraje se centra en su búsqueda. El título tiene entonces un doble sentido, ya que parece que el grueso del drama se basa más bien en el castigo que el niño, para vengarse, impone a sus padres al no atender a sus llamadas posteriores. En realidad, el concepto de castigo tiene un sentido más profundo, y afecta esencialmente al personaje de la madre, interpretada con gran convicción por Antonia Zegers. La historia sigue entonces caminos tan consecuentes como insospechados, y nunca deja que la técnica tome la delantera, pues ante todo importa su estudio de personajes y la sinceridad de sus sentimientos y diálogos. El uso del plano secuencia también suele ampararse en que da más libertad (dentro del control que a su vez exige) a los actores, que lo agradecen para poder actuar con la misma continuidad (como en una obra de teatro), y esto aquí queda patente. Al mismo tiempo, la localización por la que se mueve la cámara, y el propio contexto del drama, evita ceñirlo en exceso, aun dotándolo de una fluidez que parece improvisada, pero que está muy medida. Una gran ubicación, dos personajes principales (y, básicamente, una secundaria), un solo plano… Todo ello revela a priori una escasez de elementos y, sin embargo, El castigo se enriquece tanto en el fondo como en la forma, nos narra algo profundo y lo hace con admirable madurez estética. Tiene, en fin, una duración idónea, cercana a la hora y media, yendo más allá, por tanto, de aquel plano secuencia original, pero sin caer en ninguno de los conocidos excesos de su mentada evolución.


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