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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Canta con una chispa de armonía (アイの歌声を聴かせて)

    || Críticas | ★★★☆☆
    Canta con una chispa
    de armonía
    Yasuhiro Yoshiura
    La metatextualidad de una canción


    Ignacio Navarro Mejía
    Madrid |

    ficha técnica:
    Japón, 2021. Título original: Ai no utagoe o kikasete / アイの歌声を聴かせて. Dirección: Yasuhiro Yoshiura. Guion: Yasuhiro Yoshiura y Ichirô Ôkouchi. Producción: Bandai Namuko Âtsu / FUNimation Entertainment / Shôchiku / Jê Shî Sutaffu. Música: Ryô Takahashi y Yohei Matsui. Reparto (voces): Haruka Fukuhara, Tao Tsuchiya, Asuka Kudô, Kazuyuki Okitsu, Mikako Komatsu, Satoshi Hino, Sayaka Ôhara. Duración: 109 minutos.

    La ciencia ficción y la animación son modos de narrar que casan bien, porque los mundos alternativos o futuros imaginados por la primera pueden representarse con plena libertad estética por la segunda. De ahí que, a menudo, las películas de animación sean de este género, o más ampliamente del género fantástico. Un proceso creativo que se inicia desde cero, desde el primer trazo del dibujo o el primer píxel de ordenador, permite concebir elementos y construir decorados que pueden, o no, y en mayor o menor medida, asemejarse a los de nuestro día a día. No hay límites al respecto. Incluso pueden mezclarse las dos opciones, esto es, diseñar una imagen que, más allá de su propia naturaleza animada, reproduce la realidad, pero en la que se insertan detalles o partes irreales. Uno de los mejores ejemplos en este sentido en el anime reciente sería Belle, de Mamoru Hosoda, cuya trama gira precisamente sobre la alternancia de dos mundos, el real y el virtual, y cómo la protagonista tiene su representación en ambos. En la filmografía del mismo director, un claro precedente de este tipo de narración lo encontraríamos en Summer Wars, donde parte de la historia se desarrollaba igualmente en un universo paralelo, todo ello basado, además, en los avances tecnológicos, con el metaverso, la inteligencia artificial y toda la innovación que nos permite escapar de un contexto cotidiano e interactuar fuera de nuestra propia fisicidad.

    Pues bien, la nueva película de Yasuhiro Yoshiura se enmarcaría en esta misma tendencia, siguiendo por tanto estos referentes, aunque sin olvidar los de su propia obra, pues esta nueva titulada Canta con una chispa de armonía recuerda en parte a su Time of Eve. Centrándonos en la mencionada película ahora llegada a nuestra cartelera, su premisa incorpora pues el desarrollo tecnológico, y en este caso concreto el de una inteligencia artificial que se asemeja mucho al ser humano, punto de partida que en sí mismo no es nada novedoso en la ciencia ficción. La inteligencia artificial en cuestión tiene la forma de una adolescente, creada por un equipo de ingenieros liderados por la madre de la protagonista, otra joven de la misma edad, de nombre Satomi. Y la gracia está en que, para probar la capacidad de adaptación y el propio artificio que puede asumir este robot, la integran como si fuera una estudiante recién llegada, llamada Shion, en el mismo instituto al que asiste nuestra heroína. Con este plan, el guionista de turno podría idear el conflicto y el suspense generándolos fácilmente si se debe ocultar la naturaleza artificial de la nueva estudiante, para que todos (incluido el espectador) piensen que es una más, y que luego se revele su verdadera identidad. Sin embargo, esta película deja claro desde el principio que la chica es un androide, y su descubrimiento por parte de la protagonista es casi inmediato.

    La intriga dramática sigue entonces otro camino, quizá algo menos lógico pero más divertido, y es cómo conseguir que otros alumnos (no ya la protagonista ni el espectador, que están al tanto de la verdad) sigan creyendo que ha llegado una nueva alumna, plenamente humana y adaptada, pues de ello depende también el éxito e incluso el futuro laboral de la madre de Satomi. Este riesgo profesional se deja aparcado para poner el foco en las situaciones entre juguetonas y ridículas que tienen lugar en el instituto. Resulta que a Shion le gusta cantar en los momentos más insospechados e insiste en preguntarle a Satomi cada dos por tres si es feliz, todo lo cual en ese momento no se entiende y genera desconcierto, impresión que va en contra, además, del propósito del experimento. En esta primera parte del metraje, el tono es extraño y la estructura narrativa parece errática, a merced de los caprichos de Shion que, todo sea dicho, no tiene por qué obedecer a ninguna regla usual (léase, humana) de comportamiento, por lo que su arbitrariedad tendría una justificación inherente, no sería criticable como tal. Con todo, al margen de la gracia que puedan tener algunas de sus ocurrencias o las pequeñas vicisitudes por las que atraviesan sus compañeros, el espectador tiene poca sustancia narrativa a la que agarrarse (al margen de que pueda disfrutar de la belleza compositiva de la imagen). El propio título anticiparía que estamos ante un producto intrascendente y chistoso. Pero no es así. Y es que resulta que todos los elementos que, en esa primera parte, parecían introducidos sin una lógica más profunda, la tienen.

    Ello se revela con un gran giro dramático previo al tercer acto, brillante desde un punto de vista expositivo y que, de hecho, va ya precedido, en los minutos anteriores, de un cierto cambio de tono, más asentado, lo que permite que el mentado giro sea más eficaz e impactante cuando se produce. Lo provechoso de esta revelación es, además, que aunque alguna de sus explicaciones pueda parecer algo forzada, no lo es si se sigue cediendo a la suspensión de incredulidad que ya exige la premisa de la cinta, y que en ese momento no se perturba. A partir de ahí, como decíamos, todo cobra un mayor sentido, y la película vira de la comedia al drama e incluso al thriller, con una misión compartida entre Satomi y sus amigos que permite atar los cabos sueltos y resolver los conflictos principales. Canta con una chispa de armonía engaña pues a un doble nivel: el nivel relativo de su primer personaje secundario, esa inteligencia artificial en un cuerpo humano; y el nivel principal de la propia historia que nos cuenta, que parece ser de una clase, más irregular, menor y que funciona a ratos, para luego revelarse como una historia distinta, mucho más convincente. El problema, que impide que estemos ante una gran película, es que esa segunda parte o dimensión, que da a la historia su verdadero significado, no se nutre plenamente de la primera: lo hace, sí, en un sentido narrativo, pues depende de los elementos que la historia entonces nos ha mostrado, pero no lo hace, al menos no del todo, en un sentido emocional, ya que el misterio que debería dar paso a la catarsis se desvanece un tanto desde la propia concepción de dicho misterio. Por tanto, cuando llega su resolución, nos provoca más lucidez que emoción.


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