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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Disturbios

    || Críticas | ★★★☆☆
    Disturbios
    Cyril Schäublin
    Tiempos de anarquismo


    Alfonso Cañadas
    Madrid |

    ficha técnica:
    Suiza. 2022. Título original: «Unrueh». Dirección: Cyril Schäublin. Guion: Cyril Schäublin. Compañía productora: Seeland Filmproduktion. Dirección de fotografía: Silvan Hillmann. Música: Li Tavor. Intérpretes: Clara Gostynski, Alexei Evstratov, Valentin Merz, Li Tavor, Daniel Stähli, Hélio Thiémard, Mayo Irion, Laurent Ferrero, Monika Stalder, Laurence Bretignier, Nikolai Bosshardt. Duración: 93 minutos.

    El segundo largo de Cyril Schäublin, tras Those Who Are Fine estrenada en el año 2017, destila intimidad y austeridad. El cineasta proviene de una familia de mujeres relojeras, que se han dedicado desde hace generaciones a construir y engranar los complejos mecanismos de los aparatos que sirven para localizarnos y situarnos a nosotros mismos en ese complejo elemento que es el tiempo. Mantiene así, de alguna forma, una relación íntima con los personajes de su película. Una película que a su vez pivota en base a dos conceptos esenciales, a cual de ellos más complejo: progreso y anarquismo. Y es que el guion de Schäublin se propone traer a la vida al famoso teórico anarquista ruso Piotr Kropotkin, quien visita una ciudad suiza en algún momento a lo largo del siglo XIX. Kropotkin, famoso por su teoría anarquista (o anarco-comunista) del apoyo mutuo, llega a la citada ciudad como geógrafo con la intención de renovar el mapa de la misma. Pronto tendrá contacto con el gremio de relojeros de la ciudad, que se encuentran en busca de una nueva forma de organizarse económica y laboralmente, y es allí donde conocerá a otra de las protagonistas de la historia, la relojera Josephine, interesada de manera cada vez más creciente en las ideas anarquistas. Todo ello se enmarca a su vez en un contexto de continuo cambio tecnológico: la fotografía, el código morse y el reloj tienen una presencia continua en la obra.

    De esta forma Schäublin combina inteligentemente un clima de florecimiento anarquista con la necesidad obligada de entenderse con las múltiples y variadas nuevas tecnologías que forman parte, cada vez de manera más patente, de la vida de los ciudadanos suizos. El tiempo, además, juega el papel de elemento omnipresente activo durante toda la película. La vida de los personajes está muy apegada al reloj, elemento central que permite la organización de la pequeña sociedad que habita esta ciudad. Así la idea de comunidad se encuentra también muy patente en Disturbios, incluso desde su planteamiento estético. Compuesta en su mayoría por planos generales, podemos observar a los diferentes personajes interactuando en grupos diferentes que comprenden un mismo espacio, como si todos fueran pequeñas piezas de un gran engranaje. Eso y la cuestión de que no exista un protagonista claro que conduzca la trama puede retornarnos, vagamente, a los planteamientos argumentales de los cineastas contructivistas soviéticos (Eisenstein, Vertov y compañía...), donde es la propia comunidad la protagonista de la historia sin destacar a ningún personaje concreto. Así resulta satisfactorio el intento de Schäublin porque la estructura de la obra se ajuste a los planteamientos ideológicos de los protagonistas.

    Resulta tan curioso como ciertamente cruel estar observando una historia cuyo final, como el de la mayoría de aquellas ambientadas en un tiempo pasado, conocemos de sobra: el auge de la tecnología continúa, incluso en nuestros tiempos, de manera imparable. Mientras que, por otra parte, el sueño anarquista quedó anclado en un pasado que hoy parece muy lejano. Dos elementos que pudieron darse la mano pero de los cuales solo uno forma parte de aquello que hoy conocemos como «progreso». Y es justo por ello que la película de Cyril Schäublin resulta ciertamente especial: nos muestra la relación entre dos elementos, tecnología e ideología anarquista, que en nuestro presente nos parecen tan alejados, y nos descubre una ruta que, en algún punto de esa imaginaria linea temporal, los conectó. Habría sin embargo que detenerse un poco más sobre las tendencias estéticas de la película por su clara influencia en el visionado de la misma. Schäublin quiere seguir una línea claramente continua, austera pero cuidada. La mayoría de los planos compuestos que citábamos anteriormente están rodados con luz natural en exteriores, con la figura humana empequeñecida frente a elementos naturales (principalmente árboles). A través de planos sostenidos y un ritmo tranquilo el director condensa un pequeño universo de momentos y de personajes que habitan un mismo espacio. Sin embargo la idea de plantear una historia sobre anarquismo siguiendo unos códigos visuales tan específicos puede llevar a debate al espectador. La forma de componer los planos con juegos visuales austeros pero precisos de Schäublin roza cierto fetichismo que podría desentonar respecto a las ideas principales que trabaja la película. Sin embargo, podemos conectar tales códigos con la personalidad delicada y detallista de los propios relojeros que protagonizan coralmente la obra. De esta manera, nos encontramos ante un segundo largometraje del director meticuloso y preciso, que se propone el objetivo de trazar nuevas vías en un pasado ya escrito, al igual que Piotr Kropotkin trata de redibujar el mapa de la ciudad escenario de la obra.


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