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    Crítica | Sin novedad en el frente

    || Críticas | Netflix | ★★★☆☆
    Sin novedad en el frente
    Edward Berger
    Guerra que nunca termina


    Ignacio Navarro Mejía
    Madrid |

    ficha técnica:
    Alemania, Estados Unidos y Reino Unido, 2022. Título original: «Im Westen nichts Neues». Dirección: Edward Berger. Guion: Edward Berger, Lesley Paterson y Ian Stokell (basado en la novela de Erich Maria Remarque). Producción: Amusement Park Films / Rocket Science / Sliding Down Rainbows Entertainment. Dirección de fotografía: James Friend. Montaje: Sven Budelmann. Música: Volker Bertelmann. Diseño de producción: Christian M. Goldbeck. Dirección artística: Patrick Herzberg. Decorados: Ernestine Hipper. Vestuario: Lisy Christl. Reparto: Felix Kammerer, Albrecht Schuch, Aaron Hilmer, Moritz Klaus, Adrian Grünewald, Edin Hasanovic, Daniel Brühl. Duración: 148 minutos.

    Aunque el título de la conocida novela de Erich Maria Remarque es Sin novedad en el frente (más fiel al título original en alemán que su traducción en inglés), en referencia al frente occidental durante la Primera Guerra Mundial, por su contenido y su mensaje se podría extender a la expresión “sin novedad en la condición humana” o similar, lo cual por cierto enlazaría con la trilogía antibélica dirigida por Masaki Kobayashi, con la que su adaptación al cine comparte crudeza y sensación de épica y fatalismo. Aunque dicha novela y esta adaptación ahora reseñada se ciñen a esa guerra, arrancando la historia una vez iniciada, con el alistamiento de su joven protagonista Paul, y concluyendo justo antes de terminar los combates en noviembre de 1918, su proyección inevitablemente se extiende más allá. La novela de Remarque pronto se enfrentó al ascenso del régimen nazi, que la censuró y condenó al exilio a su autor (él mismo veterano de dicha guerra), mientras que esta cinta aparecida ahora en 2022 es un recordatorio de que la guerra, cualquiera, sigue asociada al ser humano. Es parte de su condición, si bien lo más trágico y desesperante es que las guerras casi siempre son alentadas por quienes no se arriesgan en ellas, quienes solo buscan más poder, venganza o simple diversión ante el sinsentido de la existencia, jugando con las vidas de mucha gente, porque no les afecta a ellos directamente. Estos líderes llevan al extremo el egoísmo más cruel y miserable, impidiendo una y otra vez, generación tras generación, que podamos superar de una vez el enfrentamiento y vivir en paz.

    La adaptación de Edward Berger es bastante libre y difiere de la novela, también en relación con este punto, en al menos dos detalles importantes, en este caso hacia el final del metraje. En el libro, el devenir del protagonista, tras la muerte sucesiva de todos sus compañeros en filas, se dirime aproximadamente un mes antes de acabar la guerra. Sin embargo, en esta película el último acto se centra en torno a la firma del armisticio, entrelazando el tira y afloja de los altos mandos de ambos ejércitos con la cotidianeidad de los soldados, cuyo destino no está, ni nunca ha estado, en sus manos. En este contexto, con el alto el fuego a punto de acordarse y permitir salvar tantas vidas que siguen cayendo día tras día en las trincheras, los mandatarios alemanes dudan, el mariscal francés pone arduas condiciones, y mientras todos se lo piensan un poco más, los soldados siguen expuestos al fuego, la artillería y la muerte. Así pasa un cierto tiempo hasta que, por fin, los alemanes ceden y firman el papeleo, pero uno de sus generales se niega a retirarse por las buenas, por lo que lanza un último ataque, a la desesperada y en búsqueda de una gloria inexistente, minutos antes de que entre en vigor el cese de las hostilidades. Eso sí, él no participa de la lucha, sino que se queda en su cómodo salón, con su sillón, su comida y su perro, para él una mascota como todos los hombres a su mando. Es como si estos no tuvieran autonomía: al fin y al cabo, son soldados que, tras ser reclutados, quedan objetificados, reducidos a la obediencia y la disciplina, en cualquier circunstancia, ¿no? Ni siquiera haría falta imaginar una alternativa utópica en la que todos estos hombres congregados en el patio, tras oír las últimas órdenes del oficial desde su balcón, se rebelaran y lo pusieran en su sitio, porque la premisa debería ser también ilusoria.

    Tampoco hace falta advertir de posibles spoilers en este texto, cuando se comenta una película cuya evolución cualquier espectador puede intuir, aunque no se haya leído la novela ni haya visto la anterior y también célebre adaptación al cine, de 1930. Uno de los aciertos del filme de Berger, y en esto sí es fiel a su fuente, es entonces renunciar a una progresión dramática o narrativa al uso, para en su lugar encadenar acontecimientos bélicos que apenas se distinguen unos de otros, más allá del inevitable avance de la cronología y las fechas que enmarcan el conflicto. El protagonista, como decíamos, es un joven llamado Paul, si bien podría ser cualquiera. Muy acertado es en este sentido el prólogo, en que seguimos, con un par de impactantes planos secuencia (las trincheras se prestan bien a este tipo de puesta en escena, como ya enseñó Kubrick en Senderos de gloria), a otro joven soldado que precede a Paul en el frente, hasta que pronto muere en combate y su uniforme, debidamente retocado y (casi) anonimizado, es el asignado a Paul cuando se alista. Este proceso de aprovechamiento de la vestimenta es descrito con más pausa y minuciosidad de la esperable, porque se llama la atención sobre el hecho de que los soldados también son sustituidos unos por otros como si fueran prendas de ropa: de ahí su deshumanización, al convertirse en meros uniformes con chapa.

    Con todo, Sin novedad en el frente insiste en la dimensión humanista. Se centra en unos pocos de estos soldados, no realiza una visión periférica o general, sino intimista y cercana. Y así, a lo largo de las casi dos horas y media de metraje, no queda más remedio que compartir, de cerca, sus experiencias. Hay incluso escenas ajenas al conflicto en que salen a relucir parte de sus emociones e identidad más allá de las condicionadas por aquel, en particular varias entre Paul y su referente Stanislaus, donde apenas hay que saber nada de uno ni otro para entenderlos y emocionarnos con su suerte en común. Berger y su equipo, donde destaca la portentosa fotografía de James Friend, ofrecen entonces una mirada comprometida, pero también algo alejada del espíritu del drama. La puesta en escena, como decíamos, es impactante, y lo es por su depuración, su iluminación y sus medidos encuadres. ¿Describe entonces la guerra como algo caótico y gratuito, o como algo bello que contemplar y admirar? En muchas películas bélicas surge este dilema, según cómo se rueden y editen. Esta, como ya han hecho muchas anteriores, apuesta por su violencia y desconcierto, aunque lo hace con cierta distancia y frialdad. Habría sido oportuna una mayor anarquía en la visualización, ya que el filme renuncia, como adelantábamos, a una historia de progresión ortodoxa… lo cual, hay que reconocer, es complicado de preparar y ejecutar. La música, más libre de ataduras técnicas, sí introduce cierta discordancia que, pese a la melodía, trasmite una inquietud casi anacrónica. Es entonces el único elemento de la película que explícitamente supera el marco temporal de la historia, la cual recrea una guerra pasada como podría ser una actual.


    Im Westen nichts Neues, Edward Berger
    En streaming en Netflix.

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