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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Fuego fatuo

    || Críticas | SEFF 2022 | ★★★★☆ |
    Fogo fátuo
    João Pedro Rodrigues
    La vida es sueño


    Javier Acevedo Nieto
    Sevilla |

    ficha técnica:
    Portugal, 2022. Título original: «Fogo Fátuo». Dirección: João Pedro Rodrigues. Guion: João Pedro Rodrigues. Productoras: House on Fire, Terratreme Filmes. Fotografía: Rui Poças. Reparto: Mauro Costa, André Cabral, Joel Branco, Oceano Cruz, Margarida Via-Nova. Duración: 67 minutos.

    Cuando João Pedro Rodrigues denomina a Fogo Fátuo como fantasía musical, se libera la potencia imaginativa y utópica de lo queer. Lo queer como diferencia, como indeterminación y, sobre todo, como proceso de rehabilitación de cuerpos. El cine de Rodrigues, quizá el cineasta queer europeo más independiente de lo que llevamos de siglo, siempre ha utilizado el cuerpo como ágora democrática. Los cuerpos filmados se convierten en espacios de confluencia de deseos no normativos: el deseo trans de Morir como un hombre, el deseo bondage de El fantasma y el deseo mítico de O corpo de Afonso. En esta última, el cineasta portugués exploraba el cuerpo de Don Alfonso Enríquez, rey de Portugal, en sucesivas etapas históricas. En Fogo Fátuo, muestra la reconquista del cuerpo de un príncipe portugués en una ficción que arranca en 2011 y culmina en 2069. Este príncipe decide convertirse en bombero para combatir las llamadas de los fuegos que asolaron el país y, en su periplo con el pueblo llano, conoce a Afonso. Entre ambos surge un juego de máscaras epidérmicas que van retirando a medida que el sexo se ve, se toca y se experimenta como potencia democratizadora.

    El filme solo tiene una secuencia musical, pero si quiere ser un musical, lo será. Porque la utopía queer se percibe como un artificio (a través de la condición vanguardista, kitsch y posmoderna del cine de Rodrigues) y también una actitud ante las imágenes. El teórico Esteban Muñoz definió esta utopía como un modo de imaginación diferente contra los procesos que dulcifican el trauma como parte de la identidad LGBT+ y los mecanismos pragmáticos del activismo gay. La alternativa es explorar procesos de esperanza, imaginación e indeterminación que permitan vislumbrar futuros alternativos. Si algo tiene Fogo Fátuo y el cine del portugués que no es pesimista, todo lo contrario. Rodrigues nunca ha necesitado fetichizar la identidad queer ni convertirla en objeto de adulación moral. Su forma de representar regiones morales periféricas respecto a la norma cishetero siempre alberga una expectativa de vislumbrar identidades en conflicto que ponen en crisis las estructuras del dispositivo narrativo audiovisual: el género, la estructura narrativa, los límites de la representación y la condición del espectador. Fogo Fátuo no es una excepción y en todo momento opera como una especie de bosquejo de un posible musical: todo en ello es juego y potencia imaginativa que nunca llega a concretarse hasta el punto de que su final se experimenta como un “¿ya está?”.

    No es la primera que Rodrigues cimenta una película sobre la posibilidad de desnudar el cuerpo de la ficción y el género hasta que este quede reducido a un minimalismo expresivo atravesado por un deseo sexual y erotismo irónico. Todo su cine parece un entreacto de una obra mayor. Esto no supone que sea un cine menor, sino que le permite construir una obra donde la fiesta y lo efímero conectan con el universo festivo del Barroco; una época igual de azotada por crisis como a actual y que hizo del espectáculo una vía de escape y reivindicación de imaginarios que hacían de la crisis motivo de farsa y celebración. Para un cineasta intelectual como él (su dominio de la ironía decolonial a través de paralelismos con el legado artístico colonial portugués es patente y divertida), lo importante es la construcción del mundo como fiesta donde lo queer aporta símbolos y alegorías que lo transforman en algo propio por diferente. Los espacios reales se fusionan con los espacios simbólicos (el salón donde el príncipe y su familia lucen frivolidad al margen del mundo, el parque de bomberos donde se imitan cuadros de maestros barrocos con erotismo festivo, etc.) y el tratamiento de los cuerpos (un cine donde la gente se toca de verdad) aporta la trabazón política: un polvazo con un príncipe se convierte en la forma democrática de conectar ideologías y polos opuestos, un intercambio de insultos racistas, clasistas y homófobos filtrados por la ironía empodera la condición queer de los personajes y un travestismo de la eucaristía con melodías que pasan del fado al trap construye un contrarrelato utópico de la historia portuguesa (esto último con referencias explícitas a una de las grandes obras del cine queer como Morir como un hombre).

    El espectáculo neobarroco de cuerpos que se desean alcanza en Fogo Fátuo su máxima dimensión festiva contra el pesimismo de la época actual (cambio climático, choques ideológicos e intransigencia diaria). Es una mojiganga situada entre los actos de la gran comedia de la vida. Una que celebra la farsa, el enredo y la parodia apelando tanto a un gusto popular de goce inmediato (penes prostéticos incluidos) como a una tradición artística subvertida a base de magreos y bomberos en jockstraps. El cine de Rodrigues continúa como un entreacto utópico y emancipador al margen de toda la seriedad queer cuya imaginación no es ni será la mitad de gozosa que estos artefactos barrocos que nos hacen soñar con un mundo sin Grindr ni jerarquías ideológicas.


    Fogo fátuo, João Pedro Rodrigues
    Sección oficial SEFF.

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