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    Crítica | Girasoles silvestres

    || Críticas | #SSIFF70 | ★★★★☆
    Girasoles silvestres
    Jaime Rosales
    Píntame sobre mis ex


    Mariona Borrull Zapata
    San Sebastián|

    ficha técnica:
    España, Francia, 2022. Título original: «Girasoles silvestres». Dirección: Jaime Rosales. Guion: Jaime Rosales, Bárbara Díez. Compañías productoras: Fredesval Films, A Contracorriente Films, Oberón Cinematográfica, Luxbox, RTVE, TV3, Movistar Plus+. Fotografía: Hélène Louvart. Montaje: Lucía Casal. Reparto: Anna Castillo, Oriol Pla, Quim Àvila Conde, Lluís Marqués, Manolo Solo, Carolina Yuste. Presentación oficial: Selección Oficial Festival de San Sebastián. Duración: 107 minutos.

    Es peligroso omitir la ironía de entre nuestras lecturas para con la nueva película de Jaime Rosales (Petra, 2017). No por ser una vuelta al naturalismo descarnado de Hermosa juventud (2014) se alejará Girasoles silvestres del comentario. De hecho, el distanciamiento rige las articulaciones de la narrativa desde su estructura misma: tomamos la temperatura al personaje de Julia (Anna Castillo), pero solo mirando a tres de los hombres que la marcaron. La maniobra no es cómoda… Implica partir de las formas observacionales típicas del retrato de personaje, esta vez poniéndolas al servicio de una radiografía de las relaciones entre caracteres. Todo, para hablar un poco de Julia y de cómo se relaciona con sus parejas, sus dos hijes y con el mundo.

    En realidad, de sus hombres sabremos más bien poco. «Lo justo», pensaríamos, porque existen dos verdades evidentes para cualquier patio de butacas: la primera, que los tipos son rotativos e intercambiables en la vida de Julia (su misma hermana, Carolina Yuste, le pide, por favor, que «deje de pensar con el coño») y que, por lo tanto, la propuesta de Rosales (un novio, un capítulo) podría extenderse como serial de infinitas temporadas. La segunda, que con ninguno de ellos Julia es realmente feliz… En la película, como en la vida, las frustraciones encadenadas irán de la mano con el cansancio y la quemazón. Por ello, cuando llegamos al tercero de los hombres de Castillo, la tolerancia será ya un bien escaso. Duchos en su cálculo de las distancias, el guion de Jaime Rosales y Bárbara Díez, así como el montaje de Lucía Casal, van a ofrecer y ordenar la cantidad justa de matices para que se ellos construyan solo en relación al verdadero palo de pajar de la película, Julia. Como si la misma Julia nos estuviera relatando sus complicadas relaciones con los hombres, eludiendo los pasajes de languidez y ensombreciendo los pocos momentos de felicidad genuina. Amigues suyes por un rato, un montaje expresivo abrirá las puertas a saber de ellos solo en tanto que «hombres de». El trato es denigrante, pero la película no va de…

    Ni de Óscar (Oriol Pla), gañanérrimo chulopiscinas con looks de chiquilicuatre, todo bocas. El personaje nace de la sublimación del bobalicón increíble que es Oriol Pla (expresivo, desmesurado y, como decía Carlos Loureda, un poco borderline), así como de una planificación afilada, que sabe qué distancias se extienden entre lo que dice y lo que cree (ergo, sabe adónde situar la cámara). Al principio, Óscar resulta excéntrico hasta llegar a la simpatía. Sin embargo, pronto queda claro que sus dinámicas se basan en el control y el castigo; que es un maltratador violento. Recuperamos la cuestión del alejamiento en uno de los pocos momentos de expresividad dentro de la planificación de la película: cuando Rosales sitúa su cámara directamente en medio de una tremenda pelea entre Julia y él. Callejón sin salida, Julia vuelve con un hombre que es un poco más «familia», Marcos (Quim Àvila). De hecho, pasará un buen tramo de cinta antes de que se desvele que, en efecto, él es algo más que un hermano o un buen amigo. Marcos vive en Melilla, adonde se retiró para alistarse en el ejército (nuestra cabeza traduce: «y huir de sus responsabilidades»). Es el padre de les dos niñes de Julia, de quien tuvo que criar íntegramente ella. Marcos no entiende que una manutención no paga todo el trabajo de cuidados infantiles y, claro, cuando empiece a desentenderse de las tareas más sencillas, su relación se esfumará con la rapidez límpida de un corte de montaje.

    De vuelta a Barcelona, Julia acabará con quien fuera un buen amigo de la infancia, el más educado e inocuo de los tres, Álex (Lluís Marquès). Sin embargo, su masculinidad está lejos de ser deconstruida, y acabará poniendo trabas a cualquier intento de emancipación de la joven, incluido impedirle estudiar para un examen de Enfermería al que lleva años aspirando (su relación recuerda a la toxicidad discreta y pegajosa de Millennium Mambo). Aunque el lobo se vista de caperucita roja… He aquí la importancia de nuestro primer aviso: para la película de Rosales, hay que aprender a leer entre líneas. Anna Castillo se sube a una auténtica montaña rusa emocional (la de los hombres, la de siempre) que sí le permitirá rozar verdaderos instantes de felicidad, pero cuyas subidas no pueden imaginarse sin un descenso súbito al pozo más oscuro de la tragedia. Todos los momentos de alegría, por lo tanto, se distorsionan bajo la lupa del modo condicional (Julia podrá ser feliz siempre que se abandone a las formas de sus hombres). El final de la película, acomodado y ya sin disputas, resulta especialmente duro por ello. Atención. ⁜


    Girasoles silvestres, Jaime Rosales
    Competición 70ª edición del Festival de San Sebastián.

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