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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El acusado

    || Críticas | ★★★★☆ |
    El acusado
    Yvan Attal
    La zona gris, en tela juicio


    José Martín
    Telde |

    ficha técnica:
    Francia, 2021. Título original: «Les choses humaines». Dirección: Yvan Attal. Guion: Yvan Attal, Yaël Langmann (Novela: Karine Tuil). Producción: Yvan Attal, Olivier Delbosc. Productoras: Curiosa Films, Films Sous Influence, France 2 Cinema, Gaumont. Fotografía: Rémy Chevrin. Música: Mathieu Lamboley. Montaje: Albertine Lastera. Reparto: Ben Attal, Suzanne Jouannet, Pierre Arditi, Charlotte Gainsbourg, Mathieu Kassovitz, Camille Razat, Benjamin Lavernhe, Judith Chemla. Duración: 138 minutos.

    Lo que logra el director Yvan Attal en El acusado, aparte de la mejor película de su carrera, hasta la fecha, es un verdadero triunfo del equilibrio y la objetividad sobre un tema muy peliagudo que, sin duda, continúa despertando debates a diario: el de las agresiones sexuales. Todos recordamos las ampollas que levantó en su día una cinta como Acusados (Jonathan Kaplan, 1988) que, basándose en hechos reales, mostraba el calvario de una joven que sufría una violación múltiple en el interior de un bar, mientras decenas de testigos jaleaban y animaban sin mover un dedo por defender a la víctima. A aquella traumática experiencia se uniría la vivida durante un juicio en el que la acusación no dudaba en poner el foco de atención en una supuesta conducta indecorosa y provocativa de la mujer, acusándola poco menos que de incitar a aquellos hombres a tener relaciones sexuales con ella a la vista de todos. Más de treinta años después, el movimiento #MeToo ha conseguido concienciar a la sociedad de la situación de desamparo a la que estaban sometidas tantas mujeres, animándolas a denunciar y señalar con el dedo a los depredadores sexuales que han tratado de silenciarlas, casi siempre ejerciendo abusos de poder. En España, por ejemplo, el último paso para tratar de acabar con esta plaga, recrudeciendo las penas contra los verdugos y protegiendo con más contundencia a las víctimas, ha sido la aprobación de una ley denominada como «solo sí es sí», que habla de la importancia del consentimiento bilateral antes de consumar una interacción sexual, como manera de acabar con cualquier ambigüedad que pudiera surgir en una situación denunciada, ya sea ejercida bajo el uso de la fuerza o no, acabando así con aquella fina línea que separaba el abuso de la agresión sexual. De esto habla la película, de vacíos legales, peligrosas zonas grises a las que se pueden agarrar los violadores cuando no se puede demostrar si hubo o no consentimiento por parte de las víctimas y de cómo una única verdad universal puede ser contada y distorsionada, interesadamente por una parte u otra, llegando a convertirse en relativa, sin que se llegue a saber a ciencia cierta qué sucedió en realidad.

    Basada en una novela homónima de Karine Tuil, el guion del propio Attal y Yaël Langmann realiza un impecable trabajo de construcción de sus personajes, haciendo que el espectador se cree una imagen muy clara de cada uno de ellos, con sus luces y sombras. Así sucede, sobre todo, con el protagonista masculino, Alexandre Ferel (espléndido Ben Attal, hijo del realizador), un brillante estudiante universitario e hijo modélico de una familia bien parisina, a quien vemos ayudar con sus maletas a una señora, a su llegada al aeropuerto desde Estados Unidos. La primera imagen que nos llevamos es la de un joven educado y sensible, algo que se alterará cuando descubramos cómo se desenvuelve en sus relaciones con el género opuesto –ese vínculo, entre tóxico y morboso, con una mujer bastante mayor que él–. El padre, Jean Ferel (Pierre Arditi), es uno de los periodistas más populares del país, un mujeriego acostumbrado a llevarse a la cama a sus jóvenes becarias, mientras que la madre, Claire (inconmensurable, como siempre, Charlotte Gainsbourg), es una ensayista que se caracteriza por su activismo feminista radical –ese alegato donde realiza distinciones de clases en lo referente a los abusadores sexuales, refiriéndose, especialmente, a la figura de los inmigrantes ilegales como delincuentes sexuales en potencia, no solo resulta xenófobo, sino que se le acabará volviendo en su contra en una maestra ironía del destino–. Claire dejó a su marido por otro hombre y será, precisamente, la hija de este, Mila (maravilloso descubrimiento el de Suzanne Jouannet), una chica de 17 años y judía ortodoxa, quien acabará denunciando al hijo de su madrastra de haberla violado en un cobertizo durante una fiesta a la que acuden juntos. Al igual que sucede con Alexandre, la muchacha pasa de generar una imagen ingenua y vulnerable a mostrar ciertas contradicciones que irán aflorando a lo largo del juicio. En este sentido, el filme ejecuta una gran labor humanizando y otorgando complejidad a sus personajes de forma muy creíble, dotándoles de contradictorias aristas para que ninguno de los dos involucrados en la situación den «el perfil» de víctima y verdugo de manual. Si la primera mitad de El acusado funciona como espléndido drama familiar y como implacable estudio de personajes, desde el instante en que se produce la supuesta violación, la cinta deriva en una fascinante intriga judicial donde tanto Alexandre como Mila son desnudados ante la audiencia en una guerra sin cuartel con el objetivo de desmontar las versiones encontradas.

    Las escenas de juicios, lejos de frenar el ritmo del relato, están rodadas con gran veracidad y se sostienen gracias a unos diálogos brillantes. Especialmente afinados son los alegatos presentados por los abogados de ambos protagonistas. Mientras que la abogada de Mila insiste en que la actitud pasiva de su representada se debía a que el miedo le impedía reaccionar, tanto ejerciendo oposición física como diciendo un simple «no», el defensor de Alexandre se escuda en que la chica era consciente de lo que iba a suceder desde que acompañara al acusado hasta el cobertizo, por lo que se trataría de una relación íntima claramente consensuada. Según esta segunda versión, la denuncia de la joven correspondería a una venganza después de que Alexandre se llevara sus braguitas, como parte de un reto efectuado por su grupo de elitistas amigos, en clave de broma pesada. La película de Attal es lo suficientemente inteligente para enfrentar las dos visiones sin que estas difieran en exceso, más que en pequeños matices o percepciones, al mismo tiempo que jamás se termina de mostrar qué sucedió al cerrarse esa puerta, por lo que al espectador no le queda otro remedio que formarse su propio veredicto, como si fuese un miembro más del jurado de la historia. Lejos de ser una obra manipuladora o tramposa, El acusado tiene la valentía (casi temeridad) de dejar en el aire esa cuestión tan espinosa que se ha querido erradicar, la posible existencia de las zonas grises, y que sea el espectador quien decida qué creer o pensar, al tiempo que pone sobre la mesa temas tan sugestivos como la existencia de juicios mediáticos paralelos y cómo la sociedad tiende a dictar su propia sentencia sin pararse a pensar que la vida de alguien que (tal vez) podría ser inocente esté en juego. De igual manera se muestra cómo se trata de torpedear la credibilidad de la víctima, sacando vivencias pasadas que pudieran ensuciar su imagen pública. Una historia muy interesante y necesaria, rica en dilemas morales y judiciales, creada para generar controversias y encendidos debates, dirigida con excelente pulso por Attal y defendida por unos actores magníficos, hacen de esta propuesta llegada desde Francia una de las citas ineludibles con el cine de calidad dentro de unas carteleras tristemente dominadas por títulos comerciales. ⁜


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