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    Crítica | Lightyear | Disney+

    || Críticas | Disney+ | ★★★☆☆ |
    Lightyear
    Angus MacLane
    Evolución


    José Amador Pérez Andújar
    Madrid |

    ficha técnica:
    USA, 2022. Título original: «Lightyear». Dirección: Angus MacLane. Historia: Angus MacLane, Matthew Aldrich y Jason Headley. Guion: Angus MacLane y Jason Headley. Compañía: Pixar Animation Studios. Producción: Galyn Susman. Distribución: Walt Disney Animation. Música: Michael Giacchino. Fotografía: Jeremy Lasky y Ian Megibben. Montaje: Anthony Greenberg. Reparto: Chris Evans, Keke Palmer, Dale Soules, Taika Waititi y James Brolin.

    «El conflicto es la materia prima de la selección natural, que impulsa la evolución».
    Yuval Noah Harari. Homo Deus. Editorial Debate, 2017.

    Desde hace algún tiempo, Pixar parece no haber cuidado una de sus características principales: la historia, o mejor dicho, la forma de contarla independientemente de su técnica, que de alguna manera la llega a reforzar narrativamente. Por tanto ahí tenemos un conflicto que hay que resolver, sobre todo si queremos evolucionar como nos lo recuerda el profesor Harari. Onward (Dan Scanlon, 2020) y Luca (Enrico Casarosa, 2021) fueron sus últimos cantos de cisne al respecto, coincidiendo lastimosamente con un cambio en el paradigma social humano, la pandemia. El relato y sus habitantes durante mucho tiempo fueron la joya de la corona del estudio de Emeryville, si bien es cierto que antes de Luca estuvo Soul (Pete Docter y Kemp Powers, 2020) y después vendría Red (Turning Red, Domee Shi, 2022), cada una relatándonos momentos maravillosos estancos, nunca consiguieron esa simbiosis perfecta entre guion y personaje. Parece ser que con Lightyear (Angus MacLane, 2022), pese al que le pese, sobre todo a aquellos que se fijan en un beso lésbico de un segundo de duración, ese talante parece empezar a corregirse. Superado el obstáculo toca progresar y como lo hace Pixar, esta vez y como en sus mejores aventuras heredando la estrategia del cine clásico, buscando el ocurrente pleonasmo antes que apoyarse en una superflua redundancia temática en sus libretos.

    En un momento de la película, justo cuando parece que la acción va reduciendo su ritmo, se produce un hiato narrativo, ocurre un sutil descubrimiento por parte de Buzz Lightyear (Chris Evans). Después de las mil peripecias protagonizadas por el comando de Buzz, se produce una conversación, un debate acerca de un… ¡Sándwich! El guardián espacial se sorprende de la forma del sándwich que se va a comer mientras que para el resto es algo normal. Hay que decir, antes de nada, que Buzz se pasa durante todo el principio del filme realizando pruebas para poder estabilizar un cristal especial y así poder viajar a la velocidad luz y poder salir del planeta donde llevan naufragados, él y una comunidad científica. Bien. El hecho de realizar estas pruebas conlleva un cambio en la línea temporal, para el ranger espacial son sólo cuatro minutos de vuelo pero para sus compañeros se convierten en cuatro años de estancia en el planeta. Por tanto, Buzz a cada salto que da irá despojándose/despidiéndose de sus compañeros y amigos hasta convertirse casi en un modelo del pasado, en un objeto pretérito, ¿un juguete alimentando polvo en una estantería demasiado alta? Es decir, cuando regrese por última vez a su planeta prisión, a lo que se enfrentará será a un desajuste generacional entre sus nuevos compañeros. Por esa razón cuando encuentre un sándwich al revés le parecerá algo muy extraño. Normalmente Buzz solía tomar sus sándwich como nos lo tomamos todos, una rebanada de pan de molde, el contenido que se quiera tapado por otra rebanada. Pues bien, ahora se encuentra con que lo que hay en el medio es el trozo de pan y lo que se encuentra debajo y encima es el embutido, la lechuga o lo que sea.

    La primera reacción será la del rechazo, no está acostumbrado a comerlo de esa forma, incluso llegará a disgustarlo cuando tenga que limpiarse sus manos pringosas. Izzy Hawthorne (Keke Palmer), la sobrina de su mejor compañera, le explicará entre risas que esa es la mejor manera de comerse un sándwich, ya que es la única que reporta mayores beneficios para su salud, eliminando una parte de la cantidad de harina del pan. La consecuencia de esto será la segunda reacción, una de carácter científico. Buzz sigue recelando, así que decide testear el sándwich. Lo que hubiera podido ser algo anodino, de hecho corre el peligro del ninguneo, después del visionado de la película parece viciarse de significado. Una pausa entre la tormenta para clarificar las cosas, un maravilloso ejemplo de anagnórisis. Buzz Lightyear ha cambiado de opinión, ha dejado atrás los prejuicios y ha considerado otras posibilidades, realizando un juicio del gusto que le lleva a admitir que, efectivamente, el sándwich de esa forma sabe mucho mejor. Son solo un par de minutos, pero suficientes para contrastar un hecho: lo más duro que existe es cambiar de parecer, saber que uno tiene razón en algo y después reconocer su equivocación porque lo que está en juego, digámoslo ya, no es la manera de crear un sándwich sino el hecho de hacerle pensar al espectador en otras cosas.

    Buzz pensaba que lo que tenía que hacer era realizar esas pruebas una y otra vez (como vemos la iteración es una constante diegética), al fin y al cabo es lo que hace un guardián espacial, pero estaba errado. Estuvo tan concentrado en intentarlo que dejó a un lado algo mucho más importante, su propia vida. Y esto escrito en un guion puede resultar muy espectacular, de hecho lo es en la pantalla, pero ¿logra llegar a ser verdad? ¿Se puede llegar a trasmutar el hecho a nuestro ámbito e incluso al del director? Cualquier tipo de trabajo requiere tiempo y en su proceso uno va alejándose de sus seres queridos, los va despidiéndose, que es justo lo que va haciendo Buzz cada vez que coge una nave, aunque claro está, él no se dé cuenta. Y la ironía emerge porque lo gracioso del asunto es que el guardián de la galaxia lo hace por ellos, intenta darles una cierta esperanza de salvación, de que pueden salir de ese planeta, sin llegar a percatarse de todo lo que sus compañeros han llegado a lograr, aunque estuviesen varados en un lugar inhóspito: conquistar sus objetivos, sentirse realizados, disfrutar con aquellos que quieres.

    Cuando Buzz se encuentre en la tesitura de salvar o bien a la comunidad científica, encontrando el cristal estabilizado y así poder realizar un salto temporal borrando todo lo anteriormente sucedido, o bien dejar las cosas como están, quedándose con ese pelotón principiante que tiene el error como único maestro y permanecer en el planeta, el ranger lo tendrá claro y la opción elegida será la opuesta a la del principio. Buzz ha optado por un cambio, primero reconociendo que estaba equivocado ya no solamente con la concepción de su misión, y quizá aquí venga lo interesante de la propuesta de MacLane, sino contra esa idea individualista del American Way of Life donde uno puede hacer frente a todo sin necesitar al otro, sino también con esa revelación que le hace ver que su vida ha pasado por delante de sus narices, permaneciendo inconsciente todo este tiempo. Si a eso no se llama evolución de un personaje, si a eso no se llama progreso en su arco narrativo… No nos tiene que extrañar tampoco, en Toy Story (John Lasseter, 1995) el personaje tarda en cambiar también, en pasar de ser Buzz Lightyear (Tim Allen) a convertirse en un juguete y lógicamente no lo hace solo. ⁜


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