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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La fractura

    || Críticas | ★★★☆☆
    La fractura
    Catherine Corsini
    Los colores de Europa


    David Tejero Nogales
    Badajoz |

    ficha técnica:
    Francia, 2021. Título original: «La Fracture». Director: Catherine Corsini. Guion: Catherine Corsini, Agnés Feuvre, Laurette Polmanss. Productores: Anne-Laure Labadie, Jean Labadie, Elisabeth Perez. Productoras: Chaz Productions. Distribuida La Aventura Fotografía: Jeanne Lapoirie. Música: Robin Coudert (Rob). Montaje: Frederic Baillehaiche. Diseño de producción: Toma Baqueni. Diseño de Vestuario: Rachel Raoult. Reparto:Valeria Bruni Tedeschi, Marina Foïs, Pio Marmai, Aissatou Diallo Sagna, Marin Laurens, Jean-Louis Coulloc´h, Ferdinand Perez, Camille Sansterre. Duración: 98 minutos.

    Leída bajo la epidermis de su título, La fractura (2021) alude a la rotura de huesos de nuestro cuerpo; sin embargo, en el cine de Corsini esa fractura evidencia la fragilidad de las relaciones sentimentales y de un sistema roto de tejidos cavernosos. La inquieta ansiedad que transmiten las imágenes de su última película aborda, desde las texturas telúricas, un estado de tensión constante, de mundo resquebrajado, que no se puede medir sino con los impulsos latentes de corazones a punto de estallar. Cámara nerviosa, trémula, demasiado irascible, sin retorno, que quiere encerrar el crisol de un mapa representativo de los cambios y movimientos sociales de la Europa de nuestro tiempo.

    La directora de Partir (2009) maneja el desasosiego de unos personajes habitualmente necesitados de amor. En su anterior filme, Un amor imposible (2018), dentro de parámetros del cine clásico, esculpía el rostro de una mujer en ruinas que tenía que soportar el rechazo de un romance intermitente. La escena de arranque, el cortejo en el baile del pueblo, con Rachel (maravillosa Virginie Efira) esperando a su cita, y el profuso detalle por las manos, planos cortos de pies, y círculos alrededor de la pista, acariciaban un vaporoso hilo conductor; esa voz en off que sería, en fuera de campo, la única cómplice directa con los espectadores. Las sinceras miradas vidriosas, empapadas de dolor, serán en su filmografía moneda común a la hora de comprender su obsesión por las relaciones sentimentales. En Un amor de verano (2015), las amantes mantienen una explosiva relación en la que Corsini explora la sensualidad, el paso efímero hacia el desencanto. Su bellísimo final con María (Cecile de France) leyendo una carta evoca sin remedio a La vida y nada más (Bertrand Tavernier, 1989), otro de esos finales con correspondencias amorosas en el que la luz resplandeciente del ocaso tapa las lágrimas negras del derrumbe. Un beso escrito, una duda razonable puesta de relieve en los ojos de las increíbles mujeres del universo Corsini. Tampoco olvidemos el plano final de El ensayo (2001), con la mirada desenfocada por las lágrimas de Nathalie (Emmanuelle Beart), vagando sin rumbo hacia ninguna parte como ensueño de un espacio voluble, movedizo e inseguro. Ese temblor, de cimientos débiles, es, en definitiva, el principal motor de su obra.

    La crisis de los chalecos amarillos es el pilar central de La fractura, y sobre ello, se construye el relato. Obreros y clase trabajadora invaden las carreteras haciendo de cada rincón un atrincheramiento. Las rotondas, pasan a ser espacios habitables en los que montar campamentos base. Las calles se inundan de gente mientras la otra Francia, la de la cotidianeidad, no puede quedar al margen del movimiento. Los manifestantes representan esa Francia magnánima que le debe al pueblo su identidad, mientras el espacio reducido del hospital se erige como parcela íntima de esa misma Francia tricolor, la del dolor personal e intransferible. De lo grande a lo pequeño, esos dos mundos, esos dos espacios, quedan representados. Es loable, por parte de la realizadora, filmar ese choque social, un dialogo a voz alzada entre ambas partes. Cierto que los subrayados agotan, exasperan, en ese lenguaje histérico en el que se balancea, pero la naturaleza caótica e irritante de La fractura ahonda en ese proceso critico que buscan sus autores.

    En el fragor de la batalla, cualquier ciudadano queda expuesto en una sala de urgencias. Una vez dentro no existen diferencias de clases o privilegios. La presión hospitalaria rearma el debate acerca del funcionamiento de un sistema sanitario al borde del precipicio. La fractura homenajea a esos profesionales que mantienen la actividad médica pese a los horarios y guardias en cadena. Los ojos de Kim (Aissatou Diallo Sagna), nos sitúan en el epicentro de esa noche de urgencias, testigo y guía, tanto de la directora, como de nosotros. La enfermera simboliza la perseverancia, paciencia y profesionalidad de muchos sanitarios en primera línea de batalla y que tras la pandemia del Covid tanto hemos revalorizado. Según palabras de la propia Corsini, su obra es una suerte de camarote de los Hermanos Marx en el que meterlo todo. Quizás la mezcla, drama y comedia, no logre hallar el foco, irregular manejo de los tiempos, ya que la mayoría de la acción transcurre durante una sola noche y sin embargo la narración en muchos de esos momentos se resiente de falta de dinamismo, como si ocupase los mismos espacios y le costara no girar en bucle. Lo que si interesa es el cuidado, el mimo, con el que retrata a sus personajes. Por un lado, la mentalidad burguesa de Raphaëlle (Valeria Bruni Tedeschi) y Julie (Marina Foïs), como esa pareja en crisis que debe recomponerse, llena de graves y profundas heridas; por otro, Yann (Pio Marmaï), parte de la marea color amarillo del exterior. Entre todos marcan una misma línea. Problemas individuales que a la postre acaban por ser colectivos. Raf es dibujante, y le encanta pintar camiones, Yann es camionero y quiere que las cosas cambien, apela a un careo o diálogo con Macron. Los dirigentes tienen que comunicarse con el pueblo. Los dos han sufrido accidentes en las herramientas naturales (manos, piernas) por las que subsisten en sus respectivos oficios. El contexto de 2018 no dista para nada de las preocupaciones por los que atravesamos en estos tiempos. Una crisis de alcance global que nos consume lentamente.

    Catherine Corsini navega, salvando las distancias, entre la narrativa de Louis Malle (naturalismo, relaciones afectivas) y los intereses sociales de Robert Guédiguian, en paralelo a la histórica tradición del cine de denuncia francés. Ventanas por las que asomarse al mundo. La fractura conserva parte de esa tradición, y aun asumiendo algunas carencias, por ejemplo un montaje monótono, de altibajos, y las dudas a la hora de insertar comedia y drama, el resultado final es, sin duda, muy interesante. ⁜


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