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    Crítica | As Bestas

    || Críticas | Cannes 2022 | ★★★☆☆
    As bestas
    Rodrigo Sorogoyen
    Los combates cotidianos


    Mariona Borrull Zapata
    75ª Festival de Cannes |

    ficha técnica:
    España, Francia, 2022. Título original: «As bestas». Dirección: Rodrigo Sorogoyen. Guion: Isabel Peña, Rodrigo Sorogoyen. Compañías productoras: Arcadia Motion Pictures, Caballo Films, Cronos Entertainment AIE, Le Pacte, RTVE, Movistar+, Canal+, Ciné+. Distribuidora en España: A Contracorriente. Dirección de fotografía: Álex de Pablo. Música: Olivier Arson. Dirección de arte: Jose Tirado. Montaje: Alberto del Campo. Intérpretes: Marina Foïs, Denis Menochet, Luis Zahera, Diego Anido, Marie Colomb. Duración: 137 minutos.


    anexo| Cobertura del Festival de Cannes

    Un caballo recio forcejea para zafarse de las manos y brazos de un grupo de hombres que tratan de sujetarlo preso. A cámara lenta, el choque entre cuerpos –humanos contra ecuestre– se presenta como puro espectáculo: es la lucha sublimada al acto de agarrar, empujar, resistir y finalmente aplacar. Sobre la imagen, unos títulos rezan que los hombres allí rapan y marcan las bestias «para asegurar su libertad». La nueva cinta de Rodrigo Sorogoyen viene a trazar la línea que tiende entre el marcaje de un animal sometido y el mismo albedrío. Entramos en terreno de las películas de tesis, porque, claro, nunca el combate irá solo de caballos y hombres.

    Antoine (Denis Menochet) tiene la entereza del mejor potro. Criado en Francia y formado en el ámbito universitario, el purasangre lleva un tiempo viviendo en un diminuto pueblo rural de Galicia con su mujer, Olga (Marina Foïs). Tienen una misión honrosa, y sin ánimo de lucro: rehabilitar las casas abandonadas del pueblo para que las nuevas generaciones puedan vivir allí. El resto del pueblo hace tiempo acordó un pacto con una empresa eólica, según el cual les venderían sus terrenos para construir molinos. Con el dinero resultante, habría suficiente para escapar… Si no fuera porque el trato necesita de una mayoría absoluta que el voto de Antoine y su mujer obstaculiza. Ante su interferencia, los hermanos Anta (a quien dan vida Luis Zahera y Diego Anido), criados y abandonados a la suerte de un pueblo moribundo, se revuelven. La gente «de fuera» ha marginado a su pequeña comunidad hasta dejarla reducida a una panda de borrachos cuya vía de escape se reduce al orujo y al dominó. Sorogoyen se viste de sociólogo y ensaya las formas que la tensión puede adoptar en una guerra entre vecinos.

    Que sea la persona indicada para hacerlo es tema de debate, y debería serlo. No solo porque la realidad de la Galicia rural resulte absolutamente remota al contexto de un cineasta madrileño y licenciado como él. Es, para empezar, porque desde el primer minuto, vuelve al Anta de Luis Zahera un auténtico monstruo que bromea sobre farlopa. El hombre se sienta cómodo en su trono, en la mesa de cuatro que aloja las partidas de dominó del bar del pueblo. Ese es su espacio, una oscuridad que contrasta, eso sí, con los pequeños haces de luz que surcan su frente y la hacen parecer pedir el busto de bronce de un dictador. Pero el mayor de los Anta no es ninguna estatua, y no está quieto: berrea, insulta y, sobre todo, habla muy alto. Vuelve el ambiente a su alrededor arisco solo por la violencia que cada uno de sus gestos parece esconder, dispuesta a precipitarse sobre quien sea en cualquier momento. Al cabo de un rato, reparamos en la presencia de Denis Menochet, sentado (casi escondido) en la barra. Cuando el vecino francés se levante para marcharse del local sin decir adiós, sus pasos tienen forma de retirada, con la cola entre las patas.

    Pero Anta no se va, y su campaña de acoso imposibilita toda huida digna. Las imágenes de Sorogoyen juegan aquí con el miedo, con el pavor nacido de saber que el mal puede insertarse en nuestro hogar sin permiso ni reparo. El hombre viejo contamina todo lo bello y bueno que en tierras de la pareja hubiera podido germinar, les roba su sueño y proyecto. Con su sola presencia transforma el mundo en un auténtico lugar de pesadilla. ¿No es eso lo que acaban consiguiendo los conflictos vecinales alargados en el tiempo? Los encontronazos entre bandos (franceses contra gallegos) se vuelven recurrentes y tienden a vaciarse en una agresión sencilla, legible: unos dan miedo, les otres resisten. Sin embargo, cuando pudiéramos adentrarnos en la absurdidad rotunda que mueve a las venganzas de la exploitation (con la ceja ya levantada por el retrato foráneo del gallego asalvajado), la película vira y abre la brecha para otro tipo de combate, uno más honroso. Antoine invita a Anta a tomarse una mediana como camaradas, para hablar de tú a tú. Perfil con perfil, exponen sus razones y oficializan su guerra, un arte que ha de aprenderse y sostener cuando no hay otra solución posible. Mirándolos como soldados con razones (humanismo bélico), el guion traza las bases para un enfrentamiento sostenible y, sobre todo, que no admite jugarretas.

    Sorogoyen se marca un Black Panther, una plaza de gladiadores parca como un cajón de arena y que luce espectacular solo por sus contrincantes. Por un lado, el torso orondo de Antoine ocupa el espacio sin negociación alguna. El toro está allí y no se mueve, por amables que sean sus palabras. Luis Zahera, por su parte, construye un hombre demacrado pero brutal, cuyo pecho desnudo y andares destartalados se acercan peligrosamente al estado de bestia. Personifica un solo punto flaco su hermano pequeño, en quien proyectamos desde nuestras cómodas butacas el analfabetismo y la inteligencia emocional rudimentaria de «la gente de campo». También Denis Menochet es capaz de confrontar, titubeante, las amenazas e insultos de su vecino. No obstante, a cada palabra, su afrancesada pronunciación lo delata como alguien que a ojos del pueblo será siempre ridículo y foráneo.

    Son los cuerpos quienes dan el último retortijón una historia que, como toda fábula, germina solo mirándola de cerca. Con el mismo interés humanista, Sorogoyen se aproxima a un personaje secundario que hemos mencionado brevemente aquí y que en la película toma escena verdadera solo después de que el conflicto entre hombres se haya resuelto. Ella es la mujer de Antoine, Olga, la madre doliente que a base de sufrimiento mudo sostiene la naturaleza épica de lo que, desde fuera, podría verse como solo otra batalla entre cabritos. La trama se dobla casi por sorpresa, ilustrando en su segunda mitad el retrato de la dolorosa gestión emocional que tanto ella como su hija (Marie Colomb) sostienen en la retaguardia. Corremos entre duelos, del thriller folk con glaseado de exploitation y alma de ensayo social al retrato de un drama en clave feminista y pinceladas de thriller, para sostener nuestro interés malsano. Sin embargo, el giro estropea cualquier sentido de conclusión y desluce un combate ominoso de ese potro inicial, al empeñarse a reflejar todas las otras caras de una sola moneda. No suponemos que esta deba ser una historia masculina, claro (las mujeres han sido y son hoy las víctimas colaterales de las historias de hombres). Es solo que, quizás, los combates de Sorogoyen se lucharían mejor en la fragmentación dilatada propia de la serialidad, antes que en la gran pantalla. ⁜


    As Bestas, Rodrigo Sorogoyen
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