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    Crítica | Despidiendo a Yang

    || Críticas | Sundance 2022 | ★★★★☆
    After Yang
    kogonada
    Memories of Green


    Raúl Álvarez
    Madrid | Sundance 2022 (Online) |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2021. Título original: «After Yang». Director: Kogonada. Guion: Kogonada, basado en un relato de Alexander Weinstein. Productores: Phillip Engelhorn, Becky Glupczynski, Andrew Goldman, Caroline Kaplan, Paul Mezey, Theresa Park. Productoras: A24, Cinereach, Per Capita Productions. Presentación oficial: Festival de Cannes 2021 (Un Certain Regard). Distribución en España: Diamond Films. Fotografía: Benjamin Loeb. Música: ASKA. Montaje: Kogonada. Reparto: Colin Farrell, Jodie Turner-Smith, Haley Lu Richardson, Brett Dier, Clifton Collins Jr., Sarita Choudhury, Nana Mensah, Justin H. Min, Eve Lindley, Taylor Ortega, Ken Holmes, Malea Emma Tjandrawidjaja, Jae Kim, Ava DeMary, Lee Wong, Ansley Kerns, Adeline Kerns. Duración: 101 minutos.

    La memoria se hace imagen en el cine de Kogonada. Y ligada a ella, la evocación atraviesa de vuelta las lentes hasta que la luz, ese instante huérfano, produce un nuevo recuerdo. No es fácil enhebrar esa aguja, en la que un personaje introduce el hilo de sus remembranzas en la mirada del espectador y lo cose, indeleble, en la nostalgia de ambos. Basada en un relato corto de Alexander Weinstein incluido en el volumen Children of the New World, After Yang trata precisamente sobre la memoria como camino de ida y vuelta luminoso, el último refugio de quien amó mucho y perdió demasiado, o, tal vez, de quien busca y busca sin cesar eso que no tiene… pero sabe que existe en algún lugar. La premisa es leve y común en la ciencia-ficción literaria. Yang (Justin H. Min), una inteligencia artificial indistinguible de un ser humano se apaga inesperadamente, hecho que altera las vidas de sus dueños, el matrimonio formado por Jake (Colin Farrell) y Kyra (Jodie Turner-Smith) y su hija, la pequeña Mika (Malea Emma Tjandrawidjaja). El silencio de Yang revela entonces la soledad inconfesada de estos tres personajes, actuando como un eco sordo que les devuelve la voz de sus traumas: dolor, pérdida, desconexión. Tristeza.

    Son los mismos temas que levantaron Columbus (2017), la ópera prima de Kogonada, y también, por descontado, el corpus previo de videoensayos dedicados a analizar las formas y el contenido de las películas de sus cineastas favoritos, de Ozu, Bresson, Hitchcock, Fellini y Godard a Bergman, Kubrick, Malick, Aronofsky y Wes Anderson. La particularidad de After Yang frente a estas experiencias previas radica en la audacia de su director y guionista para proponer un estatuto de la imagen-memoria que funciona como oración subordinada a las categorías de la imagen-movimiento y la imagen-tiempo formuladas primero por Bergson y luego por Deleuze. Partiendo de la idea bergsoniana de que estamos constituidos de memoria –«somos a la vez la infancia, la adolescencia, la vejez y la madurez»–, Kogonada articula su película como una inmersión necesariamente subjetiva en los mecanismos de la percepción; origen y final de la imagen y, por lo tanto, los afectos, la conciencia y la materia. Cuando Jake recupera los recuerdos de Yang, grabados en un chip holístico de cristal, lo que ven sus ojos no es tanto una selección escindida de momentos como una versión desdoblada de los mismos, que contrasta con la memoria que Jake guarda de esos instantes. Un espejo frente a un cristal.

    Deleuze, es cierto, teorizó ya sobre la naturaleza especular de la imagen-recuerdo y, más importante, su precipitación en la imagen-cristal, que vendría a ser la suma de una imagen actual y su representación virtual. Kogonada recoge, comprime y plasma esos conceptos en un título cuya etiqueta genérica, la parábola de ciencia-ficción, no es sino una excusa para desplegar mediante un poderoso imaginario visual el modo en que registramos y vivimos la luz, primer acto de la tragedia de la imagen, la memoria, el tiempo y el movimiento. Se entiende la fascinación de Kogonada por los directores antes mencionados, en concreto Ozu y Godard, en tanto en cuanto After Yang, como las mejores obras de estos autores, trata de explicar que la luz existe por y para sí misma y que el tiempo, otra vez Bergson, no está en nosotros, sino que nosotros pertenecemos al tiempo. Tampoco la memoria es un don de nuestra subjetividad. Al contrario, nadamos a contracorriente en sus aguas, allí donde una imagen genera otra imagen y esta otra imagen y esta otra imagen y así sucesivamente. Kogonada moldea este cosmos esencial y libre a partir no solo de la vinculación de Jake con Yang, también de la relación de Jake con Kyra, de la de ambos progenitores con Mika y de la de esta con Yang. Por ese arrecife se descuelgan los lazos sentimentales de un film que se desarrolla consecuentemente como una sucesión de reflejos, brillos y fulgores.

    After Yang, ::kogonada
    Segundo largometraje del estandarte del videoensayo.


    «A través de los ojos sintéticos de Yang, Jake recupera finalmente el centro de su universo y entiende que la muerte duele menos que el olvido. Es el fin de la eternidad, que Asimov imaginó como un acantilado sobre el que dos personas se miran para siempre».


    No puede ser casual que Kogonada y Benjamin Loeb, su director de fotografía, trabajen con hasta tres relaciones de aspecto para representar esas dimensiones afectivas, que son memoria en movimiento circular. Hay tanta o más poesía que técnica en la decisión de alternar 2.35:1, 1.85:1 y 1.33:1 en las escenas concernientes, respectivamente, al presente (Jake y Kyra con Mika), el pasado (los tres con Yang) y el pretérito imperfecto (Jake con Mika) de la acción. A cada tiempo su imagen, y a cada imagen su memoria. After Yang fluye de manera encomiable cuando la historia física cede su espacio al relato sensorial, y la pantalla se puebla de los motivos que otorgan sentido a una vida. Cocinar, mojarse bajo la lluvia, enamorarse, pasear de la mano, contemplar las estrellas, reírse por una tontería… Estampas tan hermosas en el fondo como en la forma, y que sin duda se benefician de la presencia serena del mejor Colin Farrell en años. Su Jake, un apasionado del té, encierra en sí mismo todas las claves simbólicas de la película, empezando por la idea del té como una filosofía de geografías; en su ensimismamiento con esta bebida se encuentra un planteamiento casi místico de la relación del hombre con la naturaleza.

    A su lado, o más bien plegada a él en tiempos asíncronos, Ada (Haley Lu Richardson), la joven que un día fue persona ahora es clon y mañana será inteligencia artificial, compendia en su figura las fracturas y los pedazos a los que se reduce una vida sustraída de recuerdos. La memoria de Yang, enamorado de ella, se configura inevitablemente a su alrededor, como una suerte de gravedad sedosa que hilvana, titubeante, las demás impresiones. A través de los ojos sintéticos de Yang, Jake recupera finalmente el centro de su universo y entiende que la muerte duele menos que el olvido. Es el fin de la eternidad, que Asimov imaginó como un acantilado sobre el que dos personas se miran para siempre. ⁜


    After Yang, ::kogonada
    Una de las grandes películas del Festival de Sundance.

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