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    Crítica | Hive (Colmena)

    || CRÍTICAS | ★★★☆☆
    Hive (Colmena)
    Blerta Basholli
    Victimizarse es un lujo


    Yago Paris
    Madrid |

    Kosovo, Suiza, Albania, Macedonia, 2021. Título original: «Zgjoi/Hive». Director: Blerta Basholli. Guion: Blerta Basholli. Productores: Valon Bajgora, Kristijan Burovski, Lindsey McManus, Elisabeth Moss, Britta Rindelaub, Tomi Salkovski, Paskal Semini, Agon Uka, Yll Uka. Productoras: AlbaSky Film, Alva Film, Black Cat Production, Ikone Studio, Industria Film. Fotografía: Alex Bloom. Música: Julien Painot. Montaje: Félix Sandri, Enis Saraçi. Reparto: Yllka Gashi, Cun Lajci, Aurita Agushi, Kumrije Hoxha, Adriana Matoshi, Molikë Maxhuni, Blerta Ismaili, Kaona Sylejmani, Mal Noah SafQiu, Xhejlane Terbunja, Ilir Prapashtica, Bislim Muçaj, Blin Sylejmani, Shkelqim Islami, Adem Karaga, Zarije Jonuzi Çeliku, Astrit Kabashi, Luan Kryeziu, Valire Haxhijaj Zeneli, Arta Lahu, Semira Latifi, Valmir Krasniqi, Labinot Lajçi, Armend Smajli, Aulona Selmani, Njomza Tmava, Nexhat Xhokli. Duración: 84 minutos.

    La Guerra de Kosovo tuvo lugar en torno al cambio del milenio en dicha región balcánica. En ella se enfrentaron las fuerzas yugoslavas y el Ejército de Liberación de Kosovo, y como consecuencia murieron o desaparecieron en torno a 13.500 personas. Hive (Colmena), el debut en la dirección de largometrajes de Blerta Basholli, aborda las consecuencias sobre la población civil de dicho conflicto armado. Este texto, que comienza contextualizando los sucesos reales que la narración toma como referencia para esta historia de ficción —que, a su vez, adapta a la pantalla una historia real—, adopta la perspectiva opuesta al filme. La realizadora y guionista coloca al público in media res en el conflicto. Al no darse explicaciones, el conflicto se convierte en el contexto, en vez de en el protagonista. La falta de información de la audiencia —no debe caerse en el error de creer que esta película ha sido producida para la población kosovar— juega a favor de las intenciones de la autora, que pretende reflexionar, en clave abstracta y humanista, sobre las consecuencias irreparables de la guerra sobre civiles. La idea de comenzar este texto contextualizando funciona, por tanto, como una forma de enfatizar la valiosa decisión de la creadora, que por varios motivos consigue aproximarse al conflicto sorteando algunos de los baches más habituales y cuestionables del cine social.

    Hive —ganadora de los premio del jurado y del público a la mejor película internacional de ficción, así como del premio a la mejor dirección de ficción en el pasado festival de Sundance— narra la historia de Fahrije (Yllka Gashi, ganadora del premio a la mejor actriz en la pasada edición de la Seminci), una madre de familia que no puede permitirse el lujo de llorar la más que probable muerte de su marido en la guerra, cuyo cadáver no ha sido localizado, pues tiene a dos hijos y un suegro que mantener. Sin embargo, estamos en una pequeña población rural, donde los roles de género y las tradiciones caen como una losa sobre aquellas personas que pretendan cuestionarlos. Este es el caso de la protagonista, quien, ante la ausencia de un sueldo que sustente el núcleo familiar, se las debe ingeniar para llevar dinero a casa, algo que generará un enorme rechazo en el microcosmos social que habita. Ayudada por algunas mujeres en similar situación, poco a poco desarrollará una empresa de producción casera de alimentos, a través de la que podrá, no solo llegar a fin de mes, sino provocar un cambio social basado en la sororidad y la pérdida del miedo al yugo patriarcal.

    Dos son los aspectos que conectan de manera directa el filme con el cine social. Como se ha explicado en el primer párrafo, la cinta funciona como arma de denuncia de hechos reales que aun a día de hoy siguen sin estar completamente resueltos —localización de cuerpos de desaparecidos, acceso a fosas comunes, etc.—. Por otro lado, el segundo aborda otro tipo de cine social, muy bien recibido en el circuito de festivales, que consiste en el retrato, habitualmente con tonos de exotización de la otredad, de universos sociales donde los derechos humanos están lejos de los de la audiencia cuyas historias consume. En este tipo de filmes, las alertas rojas de quien esto escribe suelen saltar a la mínima, pero, aunque en Hive perviven dejes propios del cine social de trazo más grueso y autocomplaciente, cabe destacar los aciertos y valores del filme. Este análisis, que se convierte en un ejercicio de separación del grano de la paja —uno de los más gozosos a los que la crítica de cine se puede enfrentar—, pasa por explorar el tratamiento de las injusticias sociales del presente y del trauma del pasado.

    Es en el primer caso donde Hive ofrece su peor cara. Como ya es habitual en este tipo de cine, existe un villano claro sobre el que depositar todo el odio y el desprecio. En este caso se trata de todas las personas que defienden el orden patriarcal, principal aunque no exclusivamente conformado por los hombres de la villa. Como desgraciadamente cabe esperar, se trata de personajes viles, mezquinos, unidimensionales, carentes de motivación, que parecen regirse por una especie de malsano disfrute del sometimiento femenino. El problema no es tanto que la película mienta al relatar los hechos, sino la mirada que deposita sobre los mismos, y la renuncia a ofrecer diferentes perspectivas que, sin necesidad de aproximarse mínimamente a justificar lo injustificable, ayuden a comprender qué lleva a seres humanos a comportarse de manera poco humana. En este sentido, Hive se convierte en una cinta complaciente al uso, que ofrece explicaciones sencillas y reconfortantes a problemas complejos.

    Zgjoi, Blerta Basholli
    Triple ganadora en Sundance 2021 | Cinemaran.


    «En la escena final, la cineasta recupera el otro gran tema del filme, el de las consecuencias de la guerra, que ha funcionado como ubicuo e impenetrable telón de fondo, y lo convierte definitivamente en un manto colosal que oprime a la protagonista. En última instancia, no hay catarsis para las víctimas de la guerra, pues algo se ha roto en ellas y la vida será para siempre poco más que una supervivencia».


    Por suerte, es en el retrato del trauma donde la cinta es capaz de ofrecer perlas de valor a la hora de construir a su protagonista. Lo más destacable en este sentido consiste en la total renuncia al dramatismo de su protagonista, algo de lo que acaba impregnándose la película, que apuesta por una aproximación seca a la realidad del personaje. La situación se magnifica por contraste, pues, mientras su suegro y su hija adolescente viven en una especie de bloqueo emocional, anclados al recuerdo de la figura ausente, la mujer no está dispuesta a que las circunstancias impidan que la familia salga adelante. Por momentos, resulta impactante observar la determinación de la mujer, que es capaz de todo con tal de traer dinero a casa, incluso si ello conlleva vender los enseres y útiles de trabajo de su marido, lo que, de hecho, provoca conflictos con sus propios familiares, quienes no comprenden su actitud y la acusan de insensible.

    En este sentido, la película se convierte en una narración de tintes estoicos sobre la profesionalidad como un modo de estar en el mundo. Lejos de frivolizar o restarle gravedad al asunto, de lo que la película habla, a través de su protagonista, es de la diferencia entre sentir dolor y victimizarse. Fahrije sufre como los demás, pero no puede permitirse parar, pues los demás dependen de ella. Esto se representa de manera visual en la adopción de otro de los estándares del cine de festivales como es la estética dardenniana, consistente en una cámara pegada al personaje protagonista, a quien el público acompaña, y cuya realidad observa a través de su punto de vista. En este tipo de ficciones se recurre habitualmente a una narración basada en el constante desplazamiento del personaje por el espacio, donde el movimiento físico se convierte en una medida desesperada y pocas veces fructífera de desanclar una situación estancada. Esta vertiente habitualmente juega en dos sentidos: en el plano de la realidad física, y en el abstracto de la emoción. De la misma manera que Fahrije se desplaza incansablemente por el pueblo en busca de recursos con los que salir económicamente adelante, su movimiento físico es una especie de contrapeso a su bloqueo emocional. El trauma que arrastra por la desaparición de su marido se refleja en una actuación austera y seca, que refleja la imposibilidad de un personaje sufriente de entregarse al duelo. Esto se observa en la certera evolución dramática de la protagonista, quien comienza a dejar que las emociones afloren a medida que los nubarrones económicos comienzan a despejarse.

    Este bloqueo emocional, que contrasta con la hipermovilidad física, tan habitual del cine de los hermanos Dardenne, construye una suerte de evolución a pequeña escala del cine de superación personal, que se basa en la lucha incansable del protagonista frente a la adversidad, hasta alcanzar un final catártico para el personaje de ficción y aquellos que lo observan en la pantalla. En ese sentido, quizás el último recurso inteligente de la autora de Hive consiste en no conceder dicha catarsis, ni siquiera tras haber relatado un arco de superación de la adversidad económica y del rechazo patriarcal. En la escena final, la cineasta recupera el otro gran tema del filme, el de las consecuencias de la guerra, que ha funcionado como ubicuo e impenetrable telón de fondo, y lo convierte definitivamente en un manto colosal que oprime a la protagonista. En última instancia, no hay liberación para las víctimas de la guerra, pues algo se ha roto en ellas y la vida será para siempre poco más que una supervivencia. ⁜


    Zgjoi, Blerta Basholli
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