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    Crítica | Scream (2022)

    Ghostface apuñala cinco veces

    Crítica ★★★★☆ de «Scream», de Matt Bettinelli Olpin y Tyler Gillett.

    Estados Unidos, 2022. Título original: «Scream». Dirección: Matt Bettinelli Olpin y Tyler Gillett. Guion: Guy Busick, James Vanderbilt, Kevin Williamson. Productores: Paul Neinstein, William Sherak, James Vanderbilt. Fotografía: Brett Jutkiewicz. Música: Brian Tyler. Montaje: Michel Aller. Reparto: Neve Campbell, Courteney Cox, David Arquette, Melissa Barrera, Jenna Ortega, Jack Quaid, Jasmin Savoy Brown, Mason Gooding, Dylan Minnette, Mikey Madison, Sonia Ammar, Marley Shelton, Kyle Gallner, Heather Matarazzo. Duración: 114 minutos.

    Poco podía imaginar Miramax que los 400.000 dólares pagados por el guion de un tal Kevin Williamson allá por 1995 se iría a convertir en una de sus inversiones más rentables. El joven guionista, artífice de la mítica serie de los 90 Dawson crece, demostró gran inteligencia a la hora de utilizar su maravillosa cinefilia para recuperar un género tantas veces denostado como el del slasher, valiéndose de una sana ironía con la que se reía de todos y cada uno de los lugares comunes y tópicos en los que aquellas películas solían incurrir. Que uno de los maestros del terror moderno como fue Wes Craven –ahí quedan para la posteridad clásicos como Las colinas tienen ojos (1977) o Pesadilla en Elm Street (1984)– fuese el director escogido para dirigir Scream. Vigila quién llama (1996) fue otra de esas decisiones que contibuirían sobremanera a obrar el milagro. Y es que aquella cinta marcaría a toda una generación de jóvenes espectadores que gracias a los numerosos guiños y homenajes a grandes referentes del subgénero, se familiarizarían con obras mayores como La noche de Halloween (John Carpenter, 1978), sin duda la mayor inspiración para una historia que acontecía en el pueblo ficticio de Woodsboro, donde un asesino enmascarado conocido como Ghostface comenzaba a acabar con la vida de un grupo de jóvenes, estrechando el cerco alrededor de la protagonista, Sidney Prescott (Neve Campbell en el papel de su vida, que la convirtió en icono noventero y final girl por excelencia de aquellos años). Aquella primera Scream impactó desde su apoteósico prólogo, ese que tenía a Drew Barrymore como estrella invitada, siendo la inolvidable primera víctima del sanguinario asesino, divirtió por lo ingenioso de sus diálogos (algo que no abundaba en este tipo de películas) y encandiló por el carisma de sus personajes, destacando el ayudante de policía Dewey (David Arquette) y su interés amoroso, la ambiciosa reportera Gale Weathers (Courteney Cox), que se convertirían en los compañeros de aventuras de Sidney en hasta tres secuelas más, todas dirigidas por el incombustible Wes Craven. Los 173 millones de dólares recaudados por Scream hicieron que numerosas propuestas similares de terror adolescente coparan las carteleras de los cines, algunas de ellas nada desdeñables como Sé lo que hicisteis el último verano (Jim Gillespie, 1997) o The Faculty (Robert Rodriguez, 1998), ambas salidas de la mente del mismo Kevin Williamson.

    Respecto a las secuelas oficiales de la cinta original, Scream 2 (1997) supo mantener un muy buen nivel de calidad, contando con un inicio de viaje ciertamente memorable, con Jada Pinkett siendo acosada por el nuevo matarife en el interior de un cine, pero Scream 3 (2000) y, sobre todo, Scream 4 (2011), pese a contar con el beneplácito casi unánime de los incondicionales de la saga, se antojaron bastante menos inspiradas. Con el fallecimiento, en 2015, de Wes Craven parecía que las puertas de Woodsboro habían quedado cerradas para siempre y que tampoco quedaban nuevas ideas que merecieran una nueva vuelta de Sidney y compañía a los cines, pero han llegado Matt Bettinelli Olpin y Tyler Gillett, pareja de realizadores que sorprendieron con la negrísima Noche de bodas (2019), para tratar de insuflar de una segunda juventud a una de las franquicias más queridas por los fans del género, conservando, al mismo tiempo, toda la fidelidad y respeto hacia Craven, a quien va dedicada esta quinta entrega. El comienzo de la nueva Scream –que no tenga un 5 detrás y su título sea exactamente igual que el de la cinta de 1996 es toda una declaración de intenciones en su calidad de secuela/reinicio (recuela la bautizan)– funciona como un déjà vu muy familiar. De nuevo una chica sola en casa (fantástica Jenna Ortega), un teléfono que suena y un misterioso interlocutor al otro lado de la línea proponiéndole un juego de preguntas y respuestas sobre películas de terror, en este caso sobre Puñalada, la saga ficticia inspirada en los acontecimientos del pueblo. Pero los tiempos han cambiado y la muchacha en cuestión se presenta como una fanática del cine de «terror elevado», siendo más experta en obras denominadas en una línea de diálogo «para gafapastas» como Babadook (Jennifer Kent, 2014) o It Follows (David Robert Mitchell, 2015) y gran seguidora de la carrera de Jordan Peele, mientras mira por encima del hombro a los denostados filmes de cuchilladas. Este giro de guion es muy sintomático del bajo momento de popularidad que atraviesa este tipo de cine de terror más festivo, ese en el que su público solo buscaba diversión, algo de misterio en torno a la identidad del asesino entre un puñado de potenciales sospechosos y muertes lo más creativas posibles, por lo que el guion, donde vuelve a colaborar Williamson, afortunadamente, trata de dotar de inteligencia al subgénero, dándole la dignidad y el lugar que merece, reivindicándolo once años después del cierre de la tetralogía de Craven.

    Scream, Matt Bettinelli Olpin y Tyler Gillett.
    Una agradable sorpresa para abrir el año en el circuito comercial.

    «Podría decirse que es lo más cercano a una historia de misterio de Agatha Christie en estos tiempos de redes sociales y un ejemplo de secuela perfecta, capaz de emocionar a los seguidores de la saga de toda la vida y atraer la atención de quienes aún no se hayan acercado al clásico de 1996. Es divertida, espeluznante y arriesgada en algunas decisiones de guion, algo digno de aplauso, por lo que el viaje merece mucho la pena y se sitúa directamente como la mejor película de la saga tras la primera parte».


    El inicio de viaje de esta Scream es portentoso, está cargado de tensión, con buenos diálogos y una primera víctima muy carismática. Pero, ante todo, revela que estamos ante la secuela más brutal y sangrienta de todas, algo por lo que se ha ganado la calificación R en Estados Unidos. Se agradece que las nuevas incorporaciones, un nuevo grupo de amigos (oportunidad para descubrir a algunos de los jóvenes cachorros de Hollywood, desde el hijo de Cuba Gooding Jr. al vástago de Dennis Quaid y Meg Ryan) capitaneado por la estupenda Melissa Barrera, en un personaje que depara alguna sorpresa ciertamente perturbadora, sean lo suficientemente interesantes como para soportar el peso de la mayor parte de la historia, pero, sobre todo, se aplaude el regreso de Neve Campbell, Courteney Cox y David Arquette en plena forma. Es una gozada verles interactuar juntos por quinta vez, todo un placer para los fanáticos de sus personajes. La historia, además, abre caminos inexplorados y novedosos, enriqueciendo aún más la cada vez más fascinante mitología que rodea al pueblo de Woodsboro. Scream vendría a adherirse a esa ola de “recuelas” que recuperan a sus estrellas originales para alimentar el factor nostalgia y, al mismo tiempo, tratan de captar al público actual, siendo el caso más cercano (y mencionado en la película) el del regreso de Jamie Lee Curtis en las nuevas entregas de Halloween. La buena noticia es que el espíritu del Scream original sigue más vivo que nunca, se transmite en cada espectacular ataque de Ghostface, en sus constantes homenajes a un género que sus creadores aman –genial el guiño a Psicosis– y mantiene al espectador al borde de la butaca, tratando de descubrir quién es el asesino. Podría decirse que es lo más cercano a una historia de misterio de Agatha Christie en estos tiempos de redes sociales y un ejemplo de secuela perfecta, capaz de emocionar a los seguidores de la saga de toda la vida y atraer la atención de quienes aún no se hayan acercado al clásico de 1996. Es divertida, espeluznante y arriesgada en algunas decisiones de guion, algo digno de aplauso, por lo que el viaje merece mucho la pena y se sitúa directamente como la mejor película de la saga tras la primera parte.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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