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    Crítica | Ninjababy

    El arte de caerse

    Crítica ★★★★☆ ½ de «Ninjababy», de Yngvild Sve Flikke.

    Noruega, 2021. Título original: «Ninjababy». Dirección: Yngvild Sve Flikke. Guion: Johan Fasting, Yngvild Sve Flikke, Inga Sætre. Compañía productora: Motlys. Dirección de fotografía: Marianne Bakke. Música: Kare Vestrheim. Montaje: Karen Gravås. Producción: Yngve Sæthe. Intérpretes: Kristine Kujath Thorp, Arthur Berning, Nader Khademi, Tora Dietrichson, Silya Nymoen, Herman Tømmeraas. Duración: 103 minutos.

    Las películas que conjugan imágenes reales y animación remontan a los albores del cine. En El mundo perdido (Harry O. Hoyt, 1925), los pioneros del slow motion maravillaron al público con tricerátops y tyrannosaurus que caminaban entre los actores. Décadas más tarde llegaron Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) y las pesadillas que atormentaban al detective Scottie, con su cabeza flotando sobre un fondo caleidoscópico. The French Dispatch (Wes Anderson, 2021), sin ir más lejos, incorporaba una persecución producida en 2D con dibujos hechos a mano. Sin embargo, en todas estas magníficas cintas la animación es demasiado rudimentaria, meramente ornamental o simplemente no concurría con la imagen real. En Ninjababy, la divertidísima comedia de la noruega Yngvild Sve Flikke que se convierte automáticamente en una de las propuestas más atractivas del año, la ósmosis entre los dos apartados es absoluta.

    Rakel es una chica de 23 años como cualquier otra a esa edad: sin mucho dinero en el bolsillo, más juerguista de lo que debiera y algo perdida. También como casi cualquier otra tiene varias ideas en la cabeza de lo que quiere ser (catadora de cerveza, trotamundos, dibujante de cómics) y una, muy precisa, de lo que no quiere: ser madre. El problema reside en que Rakel está embarazada de seis meses y medio y hay tantos candidatos a padre como en Mamma Mia. En este viaje indeseado de desconcierto, malestar y antojos la acompañarán —he aquí la genialidad de Ninjababy— los dibujos animados de su propio feto, basados en la novela gráfica El arte de caerse de Inga H. Sætre y, en el plano diegético, surgidos de los bosquejos que garabatea la protagonista en su cuaderno. El nasciturus sufrirá toda clase de trances en lo que se suponía iba a ser una estancia agradable en el claustro materno: primero, la noticia de que Rakel quiere abortarlo desesperadamente aun estando ya está fuera de plazo; luego, que su padre es un camelador promiscuo al que su madre y su compañera de piso han apodado «el Jesús de las pollas». La reputación que precede al alias es tan merecida que, mientras Rakel le cuenta la situación, él sigue intentando seducirla. Por suerte para el espectador, el coqueteo le funciona (no esperábamos menos de semejante individuo), dando paso a una desternillante escena en la que el feto les suplica que cesen el acto sexual solo para terminar cubierto en esperma. Si este texto les está pareciendo soez, malhablado e incluso grosero, esperen a ver la película.

    La naturalidad de Ninjababy no entiende de eufemismos y disimulos. Rakel, interpretada con una desenvoltura asombrosa por Kristine Kujath Thorp, habla sin tapujos de las veces que va al baño o de los hombres con los que se acostó en «las Pascuas del zorreo». Yngvild Sve Flikke está librando una cruzada contra los clichés que rodean el embarazo a golpe de feminismo y pedagogía de la sexualidad (¡la vasectomía es reversible y prácticamente indolora!). Porque, como bien señala nuestra veinteañera, no a todo el mundo le gusta ABBA (a ella desde luego que no) ni todas las mujeres conocen la verdadera felicidad cuando la maternidad les llega (Rakel tampoco). Conforme el metraje avanza y el nonato se impacienta por salir, el tono cómico y desenfadado del inicio se va diluyendo en favor de uno más dramático, aunque igualmente efectivo. No podía ser menos: Rakel todavía quiere ser astronauta, guarda forestal… pero sigue sin querer ser madre. Ha barajado todas las alternativas —la adopción, entregárselo a su hermanastra, endosárselo al padre— y cada una de ellas le resulta peor que la anterior.

    Ninjababy, Yngvild Sve Flikke
    Nominada al Premio Discovery de los EFA.

    «A su manera, Ninjababy es un coming-of-age agridulce donde las circunstancias fuerzan a los personajes a madurar demasiado deprisa. […] Es el arte de caerse del aikidō, tan fundamental como el de levantarse luego».


    Al hacer repaso de sus últimos meses, emponzoñados por el exceso de alcohol, tabaco y psicotrópicos, Rakel empieza a considerar seriamente una posibilidad liberadora y terrible: su hijo nacerá, sí, pero quizá nazca muerto. Ninjababy navega las contradicciones de un embarazo inoportuno como ninguna otra película lo había hecho antes. ¿Por qué sufre tanto por una criatura que ni siquiera desea? Hay una escena en que la chica trata de escabullirse del hospital donde está ingresada, pensando que así también escapará del parto. En plena huida, con nada puesto salvo la bata médica protocolaria, se cruza con varias personas cuyo rostro aparece (por efecto de las animaciones) tiznado de negro. Rakel está sola, llena de miedo y abrumada por la angustia. Es ahí cuando comienza a perder sangre e imagina al bebé muriéndose, retrepado en unas escaleras y literalmente descomponiéndose. Y es su bebé, después de todo.

    El segundo largometraje de Yngvild Sve Flikke plasma asimismo los sacrificios que nos vemos obligados a hacer cuando la vida se cruza en el camino y los designios que la providencia nos prometió se tuercen. Durante más de una hora y media asistimos al romance entre Rakel y Mos, un instructor de aikidō que parece creado a su medida: ella dibuja cómics, él organiza partidas de rol; ella se levanta tarde, él tiene el desayuno listo; él huele a mantequilla y a ella le encanta. Tras presentarnos el idilio, la directora noruega no dedica más de unos minutos a derribarlo. Aunque se gustan mucho —puede que hasta se quieran—, el embarazo y sus inconvenientes se interpusieron entre ellos. A su manera, Ninjababy es un coming-of-age agridulce donde las circunstancias fuerzan a los personajes a madurar demasiado deprisa. Rakel deja atrás la vida loca para centrarse en dibujar cómics y el Jesús de las pollas (solo al final nos cuentan que su verdadero nombre es Are) se repliega a la campiña con su hija. Es el arte de caerse del aikidō, tan fundamental como el de levantarse luego.


    Carlos Cruz Salido |
    © Revista EAM / 59ª edición del FICX


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