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    Crítica | Piedra noche

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    Crítica ★★★★☆ de «Piedra noche», de Iván Fund.

    Argentina, Chile, España, 2021. Título original: «Piedra noche». Dirección: Iván Fund. Guion: Martín Felipe Castagnet, Iván Fund, Santiago Loza. Productoras: Rita Cine, Insomnia Films, Globo Rojo Films, Nephilim Producciones, INCAA. Fotografía: Gustavo Schiaffino. Música: Francisco Cerdán. Montaje: Lorena Moriconi, Iván Fund. Sonido: Leandro de Loredo. Diseño de arte: Adrián Suárez. Reparto: Mara Bestelli, Alfredo Castro, Marcelo Subiotto, Maricel Álvarez, Jeremías Kuharo. Duración: 87 minutos.

    Resulta tentador pensar que los cristales de las películas de mirajes (mind-fuck, mind-game, o cómo quiera llamárseles) se empañaron ya hace tiempo. La partida de los guiones trucados y las historias-engaño estaba destinada, en fin, a una vida corta, inevitablemente agotada por el éxito de la fórmula. Conocido el truco, se acabó la magia… Acabamos mirando aquellos hijos de los 90 con un descreimiento poco sano. Hoy Iván Fund recoge las imágenes cristalizadas, las depura y las aleja de su propia ambivalencia. Fund encontrará en la representación directa y sin tapujos del documental (recordemos, tanto él como su director de fotografía, Gustavo Schiaffino, tienen una tupida carrera en la no-ficción) la mejor forma de recuperar el mayor potencial de las imágenes cristalizadas de aquellas películas: el giro sorprendente, el momento del impacto, ese vahído genuino de cuando todo empieza a encajar. La capacidad, claro, de vernos a nosotres mismes, reflejades en el negro de la pantalla, ni que sea durante un instante.

    El gran logro del guion original de Santiago Loza (adaptado de la mano del joven Martín Felipe Castagnet, autor de Los cuerpos del verano, Sigilo), a la par de la dirección de Fund, reside justamente en saber detectar los espacios de duda, y esquivarlos, andando con pie firme fuera de aquellos paréntesis de indeterminación que ya no hablan más que de sí mismos. Conclusión extraña para una historia que sienta sus bases y extrae su carga emocional de un proceso de duelo, es decir, de un tránsito por el recuerdo y el fantaseo. Pero las imágenes en Piedra noche pesan como puños, aunque se contradigan. Hablan de un monstruo que habita entre las aguas bajo aquella gran plataforma industrial (central de telecomunicaciones, petrolífera, ¿qué más da?) que turba la línea del horizonte de la costa ante la casa de veraneo de la pareja protagonista (les dan vida Mara Bestelli y Marcelo Subiotto). La criatura marina, comenta el carismático y un pelín inquietante Genaro (Alfredo Castro), agente inmobiliario encargado de la venta de la casa, es solamente una leyenda local, diseñada estratégicamente para devolver el turismo a una costa empobrecida por la construcción de la muy discutida plataforma. No hay monstruo: en su lugar, aún surca las aguas la tragedia acontecida hace ya un año, cuando el hijo de la pareja, el pequeño Denis (Jeremías Kuharo), desapareció en el mar.

    El niño se llevó consigo las palabras que llenaban las estancias y que, en la primera secuencia del film, explican el papel de la piedra noche titular, una roca mágica que serviría para alimentar a un kaiju que Denis crea y controla dentro de un videojuego. La verborrea del chaval desapareció también y, con ella, el resto de diálogo de una película prácticamente muda. Vaciadas de toda palabrería (la última línea se pronuncia a los quince minutos de los créditos finales), las imágenes llenan sus silencios a base de música. En un gesto muy parecido al que Aki Kaurismäki esgrimió en Juha para vestir el intenso fluir emocional que brotaba de aquel triángulo amoroso o, en paralelo al dar aire de Takeshi Kitano a sus gánsteres, la puesta en escena de Fund habla bajo melodías de emoción clara y se mece a un compás de giros suaves y dirección imprevisible. Piedra noche es una propuesta clasiquísima desde sus primeros instantes: arranca como cualquier película de casas encantadas, es decir, con el traslado de les protagonistas hacia el patíbulo o, lo que es lo mismo, el futuro lugar de los hechos. Una música inquietante acompaña las huellas del coche donde viajan, nos mete de lleno en el espíritu de un cuento de terror. Sin más explicaciones, sin dilación alguna; las marcas de las ruedas –con sus líneas onduladas, casi hipnóticas– podrían ser el último sueño de une condenade antes de subir al patíbulo.

    Piedra noche, Iván Fund.
    Horizontes Latinos | San Sebastián 69.

    «El resultado, por paradójico que resulte, es una marcianada de alto voltaje. Quizás el extrañamiento sea la forma más efectiva de mantener viva la estupefacción de los mind-fuck: quizás alguien comiéndose un filete de merluza, de forma demasiado realista, replica ecos hoy en día del impacto que aquellos sueños y delirios convocaba en el cine de mirajes, años ha».


    De naturaleza igualmente autónoma, la planificación encapsula los rostros del coro muy de cerca, siempre desde un ligero contrapicado, como conversaciones hubieran captadas de refilón, a escondidas. Acompañan a una interpretación que sitúa en el desconcierto su principal baza. Explicaba Fund que basó la dirección actoral en un guion muy laxo, sin diálogos prestablecidos y con anotaciones personalizadas, de forma que las reacciones que en pantalla se reflejan, aquellos instantes de perplejidad, capturan momentos de reajuste interpretativo en vivo y directo. Favorecen, en todo caso, la sensación de que los personajes están constantemente reajustándose, improvisando y reaccionando ante algo que no llegamos a asir. El montaje mantiene esos breves episodios de suspensión y logra, por ejemplo, que alguien deba sostener una enumeración hasta el infinito por falta de réplica o que, atención, un personaje deba responder incluso con un bocado a medias (buenísima la urgencia por replicar del personaje de Maricel Álvarez, aun sacándose un montón de espinas de merluza de la boca). El resultado, por paradójico que resulte, es una marcianada de alto voltaje. Quizás el extrañamiento sea la forma más efectiva de mantener viva la estupefacción de los mind-fuck: quizás alguien comiéndose un filete de merluza, de forma demasiado realista, replica ecos hoy en día del impacto que aquellos sueños y delirios convocaba en el cine de mirajes, años ha.


    Mariona Borrull Zapata |
    © Revista EAM / 69ª edición del Festival de San Sebastián


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