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    Crítica | Madres verdaderas

    ¿Madre solo hay una?

    Crítica ★★★☆☆ ½ de «Madres verdaderas», de Naomi Kawase.

    Japón, 2020. Título original: Asa ga kuru / 朝が来る. Director: Naomi Kawase. Guion: Naomi Kawase, Izumi Takahashi. Novela: Mizuki Tsujimura. Productores: Kinoshita Group, Kino Films, Kazumo, Kumie. Fotografía: Yûta Tsukinaga, Naoki Sakakibara. Montaje: Tina Baz, Yôichi Shibuya. Reparto: Hiromi Nagasaku, Arata Iura, Aju Makita, Miyoko Asada, Hiroko Nakajima, Tetsu Hirahara, Taketo Tanaka. Duración: 139 minutos.

    Maternidad. Es una palabra que solemos oír, solemos usar, es parte de cómo estructuramos nuestras vidas y de cómo nos entendemos a nosotras mismas en relación a las demás personas. Pero, ¿qué es maternidad? La cineasta japonesa Naomi Kawase piensa a menudo acerca de ello. Parece, de hecho, haberse prometido a sí misma, y a sus espectadores también, hacer al menos el intento de acercarse a la cuestión y darle respuesta. A lo largo de su filmografía, ya sea a través de ficciones como Shara (2003) o de documentales como Cielo, viento, fuego, agua, tierra (2001) o Nacimiento y maternidad (2006), las inquietudes de la cineasta tienden a gravitar hacia dicha temática. Será por su propia experiencia con la materia, marcada desde la infancia por una madre que la abandonó, otra madre/abuela que la acogió y la crio como si de una hija real se tratase… Recuerdos que sin duda deben regresar a la directora cuando ella misma se convierte en madre. Reflexiones sobre familias, sobre cómo nos mostramos de puertas para afuera, la forma en que comprendemos dichas estructuras, pero también cómo nos definimos hacia dentro y la legitimidad que damos a nuestras aspiraciones, posibilidades y anhelos. Su último filme es Madres verdaderas, y parece más que claro que todo ello se erige como el pilar principal en esta historia. Breve paréntesis para puntualizar que el propio título no es una traducción literal del japonés, que en su defecto sería algo así como “Llega la mañana”, sino que acaba funcionando casi a modo de aclaración, reiterando toda esta tesis preexistente de forma algo innecesaria, cabría añadir.

    En Madres verdaderas, por lo tanto, Kawase retoma sus inquietudes al respecto, sirviéndose de un tono suave y sensible, claramente englobado dentro del género del drama que lleva afinando como marca personal desde hace años. La historia es una, pero se cuenta desplegándose a través de distintas experiencias, de distintos puntos de vista que aportan, a su vez, cambiantes y versátiles formas cinematográficas. El punto de partida, y la figura que se sitúa en el eje de todo, es Asato, un niño de unos cuatro o cinco años en el momento en el que arranca el argumento. Su madre y su padre estuvieron mucho tiempo esperando a poder tenerlo y, como suele suceder en estos casos, son muy protectores para con él. Luego, está la “madre de Hiroshima”, nombre cariñoso con el que se refieren a la niña de 14 años que le dio a luz y lo entregó en adopción. Si algo queda realmente claro en Madres verdaderas, es que para Naomi Kawase es muy importante que no quede nadie en el fuera de campo. Para ello, se sirve del hecho de no establecer un tiempo presente predominante en la historia. En cambio, la película retrocede constantemente para recoger los fragmentos de vida del matrimonio, pero también los de la joven madre biológica, para explicar cómo ha llegado cada cual hasta ese punto inicial, con un Asato que se prepara para entrar en Primaria.

    Así, la cineasta cede un generoso trecho de espacio fílmico a la pareja formada por Satoko (Hiromi Nagasaku) y Kiyokazu (Arata Iura), en su viaje emocional por un tortuoso camino de infertilidad, hasta el descubrimiento de una agencia de adopción que sería la respuesta a todas sus calladas plegarias. La historia de ellos es una de conocida, la de una pareja incapaz de concebir, cuyas expectativas de lo que sería la vida de casados y formar una familia en el sentido más tradicional de la palabra quedan truncadas sin aviso previo. No hace falta que Kawase les haga hablar demasiado para que comprendamos el dolor, la pena, la frustración… y cómo todo ello puede hacer mella en la unión entre una mujer y su marido. Los silencios y las miradas son tremendamente elocuentes, y la cineasta deja espacio para que sean esas las que dialoguen. Porque al final la directora no busca sacar una gran tragedia de esta situación, sino solamente contar una historia entre tantas. Encontramos diferencias en la forma de acercarse a la otra mitad, la realidad de la joven Hikari, interpretada por una adolescente Aju Makita. Tanto en el origen de todo, desde una inocente y entusiasta historia de amor con un chico de su clase, hasta los primeros despuntes de melodrama (la visita al doctor, la reacción de su familia, el abandono del novio en cuestión, superado por las circunstancias), el arco de Hikari tendrá unas connotaciones inevitablemente más desbordadas a nivel dramático. No es para menos.

    朝が来る, Naomi Kawase.
    Sección oficial a competición del Donostia Zinemaldia.


    «Para Naomi Kawase, la única forma legítima de explicar esta historia sin tomar partido (al fin y al cabo, eso iría totalmente a la contra de lo que quiere hacer a nivel moral con esta película) es mostrarlo absolutamente todo. Eso significa que durante 139 minutos nos coge de la mano y nos mantiene en el asiento hasta que hemos escuchado todo lo que sus personajes tienen que decir. Solo entonces puede haber lugar para la conversación».


    El culmen de todas estas tensiones será cuando la joven, años más tarde, quiera recuperar el contacto con Asato o, ante la negativa de los padres, reclame una recompensa monetaria. Naomi Kawase activa aquí todo un dispositivo basado en esa legitimidad que mencionábamos anteriormente, y qué elementos hacen que se acentúe o que se pierda. Reclamar dinero parece hacer crecer el escepticismo de los padres adoptivos, que dudan de la chica que ahora se les presenta, pero evidentemente desconocen qué ha sido de la vida de ella durante todos esos años. La cineasta se encarga de rellenar vacíos con más flashback, dejando claro que nada es tan simple y que nunca existe una sola explicación. Al final, parece decirnos Kawase, para la pregunta de “¿Qué es maternidad?” tampoco existe solamente una respuesta. En su película, además, hay lugar para más tipos de madre, quizás no de forma tan literal pero sí a nivel aspiracional. En este caso, es interesante fijarse en el personaje de la responsable del hogar al cargo de tramitar la adopción, esa agencia que es la respuesta tanto para unos desesperados Satoko y Kiyokazu como para una desorientada Hikari, jovencísima y muy embarazada. La mujer que fundó dicho hogar de acogida, y se encarga de la adolescente durante el tramo final de la gestación, cree firmemente en su papel como mentora y guía para todas estas chicas que se encuentran en un aterrador callejón sin salida. En todo el fragmento que Kawase dedica a la estancia de Hikari, además, cambia la forma de acercarse al personaje, y la directora coquetea con las formas que tan bien conoce del documental para realizar algo así como una crónica social, prácticamente. Dichas imágenes encuentran muy bien su lugar entre otras de más limpias, que caracterizan los fragmentos sobre el matrimonio, y otras de más abstractas, casi poéticas. Para Naomi Kawase, la única forma legítima de explicar esta historia sin tomar partido (al fin y al cabo, eso iría totalmente a la contra de lo que quiere hacer a nivel moral con esta película) es mostrarlo absolutamente todo. Eso significa que durante 139 minutos nos coge de la mano y nos mantiene en el asiento hasta que hemos escuchado todo lo que sus personajes tienen que decir. Solo entonces puede haber lugar para la conversación.


    Júlia Gaitano Mendizábal |
    © Revista EAM / Barcelona


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