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    Crítica | Jinetes de la justicia (II)

    Lo que esconde el humor negro

    Crítica ★★★☆☆ de «Jinetes de la Justicia», de Anders Thomas Jensen.

    Dinamarca, 2020. Retfærdighedens ryttere. Director: Anders Thomas Jensen. Guión: Nikolaj Arcel, Anders Thomas Jensen. Productores: Sidsel Hybschmann, Sisse Graum Jørgensen. Compañía productora: Zentropa Productions, Film I Väst, Zentropa International Sweden. Presentación oficial: Festival de Rotterdam Festival 2020. Fotografía: Kasper Tuxen. Música: Jeppe Kaas. Montaje: Anders Albjerg Kristiansen, Nicolaj Monberg. Vestuario: Vibe Knoblauch Hededam. Diseño de producción: Nikolaj Danielsen. Dirección artística: Søren Jochumsen. Reparto: Mads Mikkelsen, Nikolaj Lie Kaas, Gustav Lindh, Roland Møller, Nicolas Bro, Lars Brygmann, Albert Rudbeck Lindhardt, Morten Suurballe, Jakob Ulrik Lohmann, Rikke Louise Andersson, Jesper Groth, Gustav Dyekjær Giese, Henrik Noél Olesen, Jesper Ole Feit Andersen, Kaspar Velberg, Rigmor Ranthe, Anne Birgitte Lind, Peder Holm Johansen, Raivo Trass, Johanne Dal-Lewkovitch.

    Presentada como un cuento de Navidad, Jinetes de la justicia sigue la historia de una suerte de efecto mariposa trágico en el que, tras una serie de eventualidades aparentemente aleatorias, la madre de Mathilde (Andrea Heick Gadeberg) muere en un accidente de tren. Esto hace que su padre Markus (Mads Mikkelsen), un hombre recto y que ha dedicado su vida al ejército, tenga que volver a casa para cuidar de ella. Una vez allí, el comienzo de un muy mal gestionado duelo se ve trastocado por la aparición de Otto (Nikolaj Lie Kaas) un analista de datos que estaba en el tren y que afirma que el accidente no fue tal. Acompañados por Lennart (Lars Brygmann), experto también en analizar datos, y Emmenthaler (Nicolas Bro), hacker e informático, inician una búsqueda de los culpables de este supuesto asesinato encubierto.

    Esta búsqueda, que está impregnada de humor negro con tintes de screwball, camina en la fina línea entre la risa y el desmoronamiento emocional de Markus, que parece no querer tener sentimientos. En ese aspecto, Anders Thomas Jensen, el director, se vale de la clásica fórmula de juntar arquetipos de personajes muy dispares (el militar insensible con los frikis apartados de la sociedad y pocas habilidades sociales) que crean un contrapunto cómico. Si bien este tipo de personajes suelen estar llevados al extremo, y el director, sin duda, cumple con la premisa de la fórmula, la novedad que incluye usando este recurso es que lo juega desde la ambigüedad moral, quedando claro que el extremismo viene de un rechazo a enfrentarse a una realidad concreta (lo que en el caso de Markus es la muerte de su mujer). Quizá por ello, el único personaje que no se lleva al extremo sea Mathilde, pues es la única que busca gestionar el duelo desde el principio. Sin embargo, sigue existiendo un contrapunto entre ella y los personajes que sí que habitan en esos extremos, pues estos tienen una actitud protectora hacia ella, ocultándole la verdadera naturaleza de la relación con su padre y haciéndole creer que Lennart y Emmenthaler son una pareja de psicólogos que han venido a ayudar a su padre y a Otto superar el trauma del accidente. Esto funciona porque ellos también ocultan sus propios pasados traumáticos. En este aspecto, el ejemplo más claro quizá sea Lennart, que acaba haciendo de falso psicólogo para Mathilde y dice «saber cómo funciona» al haber recibido más de 4.000 horas de terapia. Es decir, los personajes que están comportándose como una caricatura de sí mismos buscan proteger a la única que no lo hace, procurando, de alguna manera, que el único personaje real lo siga siendo. Sin embargo, conforme va avanzando la película y van reflexionando sobre la naturaleza de su plan, estos caracteres van ganando dimensionalidad y humanizándose.

    Retfærdighedens ryttere, Anders Thomas Jensen.
    Protagonizada por Madds Mikkelsen.

    «La búsqueda de sentido tras un evento traumático es, en realidad, el tema central de la película y se vale del humor negro para llegar hasta él. Empieza y acaba con un plano de una iglesia, en alusión no solo al efecto mariposa que puede generar que una niña quiera una bici roja en vez de azul, sino a la idea de cuento navideño».


    Jensen, por tanto, apuesta por los extremos para luego deshacerse de ellos y así denotar lo absurdo, también, de las reacciones humanas a los momentos dolorosos y la necesidad de comunidad cuando estos pasan. Así, el contrapunto con el personaje de Mathilde no solo crea situaciones cómicas, sino que hace más evidente la procedencia de todas estas actitudes que los caricaturizan: desde el vacío que provoca el dolor de la pérdida. Es justo ahí donde nace la efectividad del humor negro en el filme, que consigue tornarse, conforme la película avanza y los personajes se humanizan, en algo cada vez más trágico, pues se van dando cuenta poco a poco de la inutilidad de sus acciones.

    En esta gestión del dolor, el director sitúa a padre e hija en lugares opuestos para poder abordar la aleatoriedad de ciertos momentos vitales y el intento absurdo de darles un sentido para completar el vacío que este genera: Markus busca un culpable en el que poder focalizar su dolor, mientras que Mathilde, que ha aceptado lo aleatorio de la situación, quiere encontrar la manera de vivir con ello desde ese vacío. Ella trata de encontrar una especie de espiritualidad, algún tipo de trascendencia que de significado a lo que está sintiendo, mientras que su padre lo rechaza directamente. Quizá, piensa Mathilde, lo que busca sea a Dios o simplemente el sentido comunitario que la Iglesia genera.

    Así pues, la búsqueda de sentido tras un evento traumático es, en realidad, el tema central de la película y se vale del humor negro para llegar hasta él. Esto ya queda claro en su inicio y se confirma en su final, pues empieza y acaba con un plano de una iglesia, en alusión no solo a esa suerte de efecto mariposa que puede generar que una niña quiera una bici roja en vez de azul, sino a la idea de cuento navideño dentro de la cultura occidental judeocristiana. Es decir, el momento en el que la familia se junta, comparte y disfruta la compañía mutua en una sensación de paz y de pertenencia, que en un principio les es vetada a todos los personajes por el trauma individual al que se enfrentan. Es así como Jinetes de la justicia, aunque utilizando mecanismos clásicos y propios de la comedia, busca contar una realidad en el fondo dramática pero que, como todos los cuentos de Navidad, tiene un final feliz.


    Edurne Larumbe Villarreal |
    © Revista EAM / Barcelona


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