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    Crítica | Annette | Filmin

    Ha nacido otra estrella

    Crítica ★★★★★ de «Annette», de Leos Carax.

    Francia, Alemania, Bélgica, Japón, México, 2021. Título original: Annette. Dirección: Leos Carax. Guion: Ron Mael, Russell Mael. Compañías productoras: CG Cinema, Tribus P Films, Scope Pictures, Detailfilm GMBH, Piano, Eurospace Inc., Garidi Films, Theo Films, Arte France Cinéma, Wrong Men, UGC, RTBF. Música: Ron Mael, Russell Mael. Fotografía: Caroline Champetier. Montaje: Nelly Quettier. Diseño de producción: Florian Sanson. Producción: Charles Gillibert, Paul-Dominique Win Vacharasinthu. Reparto: Adam Driver, Marion Cotillard, Simon Helberg, Dominique Dauwe, Kait Tenison, Latoya Rafaela, Rebecca Dyson-Smith, Timur Gabriel, Kevin Van Doorslaer, Devyn McDowell, Ornella Perl, Christian Skibinski, Marina Bohlen, Nino Porzio, James Reade Venable, Charlotte Brand, Colin Lainchbury-Brown, Kristel Goddevriendt, Filippo Parisi, Michele Rocco Smeets, Elke Shari Van Den Broeck. Duración: 140 minutos.

    Es complicado olvidar aquella suerte de intermezzo de Holy Motors en el que Denis Lavant, pertrechado de un acordeón, iniciaba una tonada a la que se iban sumando nuevos músicos que asaltaban el encuadre hasta formar todo un desfile, siempre en movimiento correspondido por un intrincado travelling frontal. Para la escena de apertura de su musical Annette, Leos Carax retoma la jugada. El mismo cineasta aparece dirigiendo una sesión de grabación, hasta que la frase «So may we start?» inicia un número musical en el que intervienen él, los hermanos Mael —los miembros del grupo Sparks, compositores de la ópera rock que moldea la película— y el elenco actoral con Adam Driver y Marion Cotillard a la cabeza. Enseguida, toman las calles de Los Ángeles seguidos por otro complejo travelling y nos sugieren la noción expansiva y contagiosa del espectáculo que comienza a ponerse en escena. Desde estos primeros compases, Carax despliega un maximalismo audiovisual que busca la adhesión al desfile, una onda expansiva que toma la platea con los espectadores por un territorio conquistable —por eso mismo, puede ser una obra muy polarizadora—. En una época de enorme resistencia por parte de las salas, qué mejor que un proyecto que abraza sin ambages el carácter espectacular del cine.

    Porque Annette, antes de todas las lecturas subtextuales que puede suscitar, es una exploración de dos de las posibilidades más mágicas del cine como medio artístico. Por un lado su artificialidad al aire sin miedo al ridículo, la manera de dejar más o menos visible el espacio de la producción —decorados o efectos visuales que se muestran como tales, por ejemplo— sin perder con ello ningún sentido del espectáculo. Por otro lado, el entender las enormes diferencias que existen entre el ritmo cinematográfico y el ritmo musical y el saber combinarlas. Sin desvelar nada del argumento —les recomendamos encarecidamente dos cosas: no lean nada sobre su historia, y véanla en el mejor cine que tengan a mano—, nos remitimos a una de sus secuencias cumbre, rodada en un barco bajo una tempestad que aprovecha la zozobra del escenario, las incursiones del agua y el empleo de decorados irrealistas y transparencias de fondo para levantar un prodigio de la puesta en escena. Si bien cabe añadir que, siendo Annete un espectáculo cinematográfico de magnetismo innegable, es a la par, y sin perjuicio de lo anterior, una película dispuesta a negar continuamente sus propias imágenes. Lo sórdido y lo triste se cuelan en la mayoría de sus escenas, a veces de forma subterránea, a veces dentro de la propia dinámica de los números. La mirada eufórica y la melancólica se vuelven indisolubles. O, si se quiere, lo crítico y lo ideológico contrapesan y a la vez complementan el placer espectatorial.

    Annette, Leos Carax.
    Película inaugural de Cannes 2021.

    «En buena medida, las imágenes proponen un viaje que va de un romanticismo exacerbado en cuya falsedad resulta irresistible querer creer —«We love each other so much»— al estallido macabro que desvela lo monstruoso de lo humano».


    En este sentido, Annette se desvela un musical con una relación única con las nociones de lo macabro —Carax incluye entre sus agradecimientos a Edgar Allan Poe— y lo siniestro freudiano. Porque ambos conceptos se entrecruzan con la idea del espectáculo sin anularla. En buena medida, sus imágenes proponen un viaje que va de un romanticismo exacerbado en cuya falsedad resulta irresistible querer creer —«We love each other so much»— a un estallido macabro que desvela lo monstruoso de lo humano, por ejemplo, en cierta escena en la piscina. A la par, el concepto freudiano de lo siniestro —algo reprimido que una vez fue familiar y que retorna en forma de imagen inquietante— tiene un ejemplo más que evidente en la representación de Baby Annette, pero impregna toda la película y alcanza, precisamente, a los dos tipos de espectáculo contrapuestos —la alta y la baja cultura— que encarna la pareja protagonista. Para desvelar el reverso siniestro de la ópera, a Carax le basta con diluir sus fronteras espaciales y hacer que, sin corte de plano, Ann (Marion Cotillard) pase del escenario a un lugar de vaga pesadilla en una prodigiosa escena. Para hacer lo mismo con la stand-up comedy que practica Henry (Adam Driver), entremezcla sus códigos propios con los del musical que los representa: pocas cosas tan desasosegantes como las risas abstraídas en notas musicales. Desfamiliarizados de ambos espectáculos, estamos en disposición de contemplar su rostro menos amigable… sin dejar de estar dentro del espectáculo que es la propia película.

    Así, lo que tenemos es un filme que juega maravillosamente a tres bandas. Primero, nos habla de problemáticas adyacentes a las artes escénicas propias del siglo XXI: los límites del humor, la fugacidad de la fama y los caprichos del juicio público. Segundo, toma elementos de un lenguaje más cercano —pese a que pueda no parecerlo— a los grandes logros del cine clásico del siglo XX, a su trabajo con la artificialidad, la suspensión del realismo y la musicalidad de la imagen. Y tercero, lo filtra todo bajo una querencia por la imagen siniestra. Si le añadimos su condición de metamusical, la conclusión parece clara: ahora sí, tenemos la reimaginación de Ha nacido una estrella que merecían estos tiempos.


    Miguel Muñoz Garnica |
    © Revista EAM / 74º festival de Cannes


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