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    Cine Alemán Siglo XXI

    El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001)

    En el cine de las maravillas

    Crítica ★★★★★ de «El viaje de Chihiro», de Hayao Miyazaki.

    Japón, 2001. Título original: Sen to Chihiro no kamikakushi / 千と千尋の神隠し. Dirección: Hayao Miyazaki. Guion: Hayao Miyazaki. Compañía productora: Studio Ghibli. Fotografía: Atsushi Okui. Música: Joe Hisaishi. Montaje: Takeshi Seyama. Diseño de producción: Norobu Yoshida. Dirección artística: Yôji Takeshige. Reparto (voces): Rumi Hiiragi, Miyu Irino, Mari Natsuki, Takashi Naitô, Yasuko Sawaguchi, Tatsuya Gashûin, Ryûnosuke Kamiki, Yumi Tamai, Yô Ôizumi, Koba Hayashi, Tsunehiko Kamijô, Takehiko Ono, Bunta Sugawara. Duración: 125 minutos.

    En los últimos meses la cartelera ha insistido en reestrenar varias de las películas más celebradas de la historia del cine. No es una nueva tendencia pero sí se ha reforzado en tiempos de pandemia, en que la oferta de nuevas producciones ha menguado. Y esta pasada semana nos ha llegado El viaje de Chihiro, aprovechando el 20º aniversario de su estreno inicial, allá por julio de 2001. Esta obra cumbre del anime tuvo desde entonces un recorrido exitoso, logrando varios grandes premios, como el Oso de Oro o el Óscar a mejor película de animación; así como una holgada taquilla en muchos países, desde su Japón natal, donde se convirtió en la cinta más vista hasta la fecha. Pero lo más llamativo es que el tiempo parece no haber pasado para ella, gracias a su factura deslumbrante y una imaginación sin límites que conquistaron, y siguen conquistando, a todo aquel que vea este filme. El que ahora se exhiba en varias salas españolas es una excusa perfecta para presenciarlo, aprovechando además que ese tiempo transcurrido desde su estreno permitirá a las nuevas generaciones de niños (y no tan niños) disfrutarlo por primera vez, como si de un nuevo estreno se tratara. Y es que la animación tradicional marca de la casa del estudio Ghibli permite que técnicamente no haya quedado obsoleta, mientras que narrativamente estamos ante una historia que trata temas universales e imperecederos.

    De entrada esto queda patente por su gran referencia occidental: Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, la famosa novela de Lewis Carroll. Pero la premisa de un niña que es transportada de repente a un mundo de fantasía, como si de un prolongado sueño se tratara, en realidad es la excusa para desarrollar aquí una peculiar crítica al capitalismo y al consumismo, que ese marco de fantasía solo distancia alegóricamente de la sociedad moderna. El distanciamiento también es en apariencia temporal, porque el decorado que precede a aquel mundo es el de un parque temático abandonado, al menos como opina el padre de la niña protagonista, poblado eso sí de forma inquietante por remotas reliquias. Con todo, antes de producirse el cambio de género, por así decir, del realismo a la fantasía, el cartel de uno de estos edificios abandonados nos da una curiosa advertencia: “petróleo”. Así reza la señal de entrada de unos baños termales que cobran vida con la llegada de la noche, cuando los padres de Chihiro se han convertido en cerdos y los espíritus y demás seres mitológicos pasan a deambular por todo este escenario. Pues bien, la gran consigna de esos baños, gobernados por la bruja cabezuda Yubaba, es que todo el mundo tiene que trabajar, con un contrato firmado y un nombre olvidado. Así Chihiro se convierte en Sen y ambas “desaparecen”, como reza el título original de la película: desaparición que no es tanto física, ni siquiera en ese mundo de fantasía, sino identitaria, como ocurre con tantos trabajadores explotados que en su rutina laboral pierden parte de su conciencia y libertad.

    Sin embargo, Chihiro se rebela contra este consabido efecto. Cuando Sin Cara, ese misterioso y casi incorpóreo ser que se cuela en el balneario, le ofrece pepitas de oro, las rechaza, a diferencia de todos los demás empleados del lugar. Ya antes nuestra heroína ha ido contracorriente en este sentido, en particular al resistirse a probar nada del delicioso manjar del que sí se atiborran sus padres, y que luego resulta ser la causa por la que se transforman en cerdos. Un tercer momento relevante en este sentido es cuando Chihiro le ofrece a su vez a Sin Cara, sin pensárselo dos veces, un pedazo de la medicina mágica que antes le ha regalado por sus servicios un dios del río. En suma, esta niña no se guía por los habituales patrones de conducta y motivacionales de la sociedad en la que vive, tanto la “real” como la fantástica”, sino que se caracteriza por una impasible generosidad que en parte deriva de la ingenuidad pero en gran parte también de la pureza. En cualquier caso, el gran acierto narrativo de El viaje de Chihiro es que sus acontecimientos se suceden casi sin respiro, pero con un ritmo a la vez pausado y armónico, lo cual permite que cada localización, cada personaje y cada mensaje tengan su importancia, y parezcan propios de subtramas dispares, si bien con un sentido mayor que las engloba todas.

    千と千尋の神隠し, Hayao Miyazaki.
    Oso de Oro y Óscar a la mejor película de animación en 2002 | Vértigo Films.

    «El gran acierto narrativo de El viaje de Chihiro es que sus acontecimientos se suceden casi sin respiro, pero con un ritmo a la vez pausado y armónico, lo cual permite que cada localización, cada personaje y cada mensaje tengan su importancia».


    También desde un punto de vista visual se observa esta intención, pues hay una coherencia estilística entre las distintas partes de este universo fantástico, pero a la vez en el mismo parece que todo es posible, y que tras cada puerta o a la vuelta de cada esquina puede aparecer un ser inédito. Hay muchas referencias al folclore japonés pero en general Miyazaki busca creaciones originales. El poder de estas imágenes permite además que el guion tenga muy poco diálogo expositivo. Sobre todo fuera del balneario este mundo de fantasía adquiere unas coordenadas mucho mayores, pero sus implicaciones se dejan a la interpretación de cada espectador, incluso cuando determinadas escenas, silenciosas, introducen nuevos personajes o paisajes. Esto ocurre cuando Chihiro viaja en tren, y hay un plano en concreto en que por la ventana ve a una niña sola esperando en una parada: es una visión fugaz, sin palabras pronunciadas pero cargada de sentido narrativo y emotivo. De hecho, en este viaje en tren y en el paseo que le precede por sus vías hasta la estación, presenciamos imágenes mucho más monocromáticas y por ende melancólicas que las propias del balneario, que eran más adornadas y repletas de objetos escenográficos. Se introduce entonces un triste lirismo que contrasta con el frenesí anterior, tanto visual como narrativo. A ese lirismo contribuye por lo demás la música del colaborador habitual de Ghibli, Joe Hisaishi, con una partitura que en algún momento se impone al diálogo, aun cuando este siga teniendo su relevancia. Es el caso de la escena climática en que Chihiro se despide de la hermana gemela de Yubaba, Zeniba. La misma escena sin música sería muy distinta, como pasa muchas veces, pero en este caso el efecto es más llamativo porque la música entra y sale sin que la acción en pantalla cobre un mayor dinamismo, como sería propio de esa escena, sino que el impulso trae causa de sus repercusiones dramáticas. Es solo un ejemplo de la increíble conjunción entre imagen y sonido de esta película, que en definitiva goza de un altísimo nivel en todos sus departamentos. Por todo ello, es de recomendación imprescindible, tanto para quienes la han visto ya como para quienes han dejado pasar demasiado tiempo hasta revisarla.


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid


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