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    Crítica | Solo las bestias

    Todo está inventado

    Crítica ★★☆☆☆ de «Sólo las bestias» de Dominik Moll.

    Francia, Alemania, 20019. Título original: «Seules les bêtes». Dirección: Dominik Moll. Guion y diálogos: Dominik Moll, Gilles Marchand. Director de fotografía: Patrick Ghiringhelli. Director de producción: Diego Urgoity-Moinot. Montaje: Laurent Rouan. Música: Benedikt Schiefer. Basada en la novela de Colin Niel adaptada por Dominik Moll y Gilles Marchand. Productores delegados: Carole Scotta, Caroline Benjo, Barbara Letellier, Simon Arnal. Productores alemanes: Gerhard Meixner, Roman Paul. Ingenieros de sonido: François Maurel, Noemi Hampel, Matthias Schwab. Compañías productoras: Haut et Court, Razor film produktion. Duración: 116 minutos.

    A los pocos minutos de proyección, cualquier espectador experimentado habrá desatado todos los hilos que mantienen la urdimbre de la película y habrá de contentarse con esperar a que el director tenga a bien ir cerrando las tramas que, de manera parcial, e interesada, ha ido planteando para mantener la tensión narrativa. Y con independencia de lo (in)verosímil que resulte todo, el principal problema de la cinta es supeditar el fondo al andamiaje de la estructura formal, pues todo está hecho por y para la forma, supeditando el guion y el montaje a la arquitectura externa del filme, de tal manera que cualquier solución es buena con tal de que cierre las juntas del edificio. Pero de esta forma no todo lo que pega une, en ocasiones, muchas, lo que hace es embarrar, colocar los cimientos sobre una masa quebradiza y que no sustenta la armazón, algo que se ve desde el principio con la decepcionante manera de mostrar la relación erótico-afectiva entre una asistente social y su supervisado, un granjero aislado entre montañas del Midi, en la región del Causse-Mejean, cuyo carácter huraño, misántropo y hasta autista no le sitúa, precisamente, en el medio de una aventura extramatrimonial como la que, con ilusión y amparo cuasimaternal parece desplegar su asistenta social. Ese quebranto de verosimilitud irá minando todas y cada una de las microhistorias que forman la película a manera de unas Vidas cruzadas a la francesa.

    De ahí el antetítulo de este comentario, todo está inventado en el cine, todo ha tenido un precedente salvo que nos refiramos al progresivo avance de la técnica (que no suple al ingenio o su falta). El cine de historias cruzadas tuvo su resurgir con la película de Robert Altman allá por la década de los 90, pero también las películas mutantes en función del ojo del protagonista que observa tienen su máximo exponente en el Rashomon de Kurosawa. Palabras mayores las menciones a estos dos autores, sobre todo el segundo, si se quiere justificar la película de Moll. Es más, ni tan siquiera estamos ante una obra capaz de aguantar la mirada a productos mucho más modestos pero tremendamente más interesantes que, tomando como punto de partida un acontecimiento brutal, saben emplear a fondo el guion para dibujar una sociedad y unos personajes perfectamente definidos, porque los de Moll terminan por reducirse a seres que sufren una soledad a la espera de un sueño que creen alcanzable, sea éste el dinero o el amor, motores que parecen hacer funcionar toda esta maquinaria vital que nos rodea, siendo generoso con el uso de la última. Y esto lo digo porque el mcguffin argumental sobre el que se construye todo este edificio de cimientos frágiles es la aparición de un cadáver de una mujer en medio de la nieve, lo que lleva a otro punto de conexión cinéfilo con referente francés.

    La configuración geográfica, el paisaje nevado, la idiosincrasia de las relaciones personales, la propia nacionalidad de la película hace que inmediatamente en nuestra mente salte la conexión y en el germen de esta Solo las bestias asoma, sin disimulo, y aunque diga basarse en un best seller nacional, la sombra asfixiante de Les granges brulées de Jean Chapot; ésta ambientada en la región del Jura en pleno invierno y que utiliza la aparición del cuerpo de una mujer para diseccionar a una familia bajo los ojos inquisidores del juez desplazado desde la capital para llevar a cabo la investigación. Sea por el libreto, que no deja fleco alguno ni utiliza el artificio para convencer al espectador; sea por el reparto, con Delon y Signoret a la cabeza a los que se suman un elenco de secundarios notables del cine francés; sea porque es capaz de indagar más sobre la psicología de los personajes que sobre las anécdotas visuales, la película de 1973 se alza como un referente vigoroso y de entidad que deja desnuda y sin argumentos de credibilidad a la apuesta de Moll. Lo que para Chapot era equilibrio y uso de la puesta en escena para diseccionar la destrucción moral de una familia dirigida con mano de hierro por Simone Signoret bajo la mirada inquisitiva de Delon, en Moll se transforma en una galería de seres esquemáticos cuyos comportamientos se rigen por un único motivo, primando el andamiaje externo sobre la armazón argumental, como si la máxima a aplicar fuera la de que el aleteo de una mariposa en Abidjan es capaz de provocar un homicidio en Francia.

    Seules les bêtes, Dominik Moll.
    Adaptación de la novela de Colin Niel | Festival Films.

    «Todo un cruce de historias y personas dominadas por el anhelo de lo que no se tiene y el afán de recuperar la alegría del pasado, cuya conclusión confirma esa idea de soledad creciente en el mundo de las redes sociales y los artilugios electrónicos como suplantación del contacto personal, pero que termina resultando ineficaz para soslayar tanto giro, tanto agujero en las historias, tanta trampa argumental y tan evidentes fallos de coordinación que impiden tomarse en serio una propuesta de arquitectura sin vocación cinematográfica que juega al trampantojo y al efectismo sin indagar en las verdaderas motivaciones».


    Solo quien se deje atrapar por la resolución del enigma, que se transforma en obviedad alargada desde que la acción cambia de continente, en una deriva tan increíble como innecesaria, tolerará los juegos combinatorios que camuflan la muerte de una mujer mientras la historia se cuadriplica hasta conseguir la versión definitiva. La mujer madura liberal que mantiene una relación matrimonial abierta; el granjero casado con la asistenta social pero que mantienen vidas distantes mientras él se enamora de un contacto vía internet; el estafador maliense que se hace pasar por una belleza blanca para timar incautos mientras su pareja mantiene una relación con un maduro francés millonario que pone casa y dinero a cambio de estancias periódicas agradables en el país; el ganadero ensimismado lastrado por la muerte de su madre y por su incapacidad para reaccionar durante semanas ante ese hecho; la joven que se enamora de la mujer madura y la acosa hasta ser confundida con la amante cibernética del granjero; el encuentro entre la mujer madura y el granjero interpretado erróneamente como consecuencia de los deseos de cada uno de los personajes más que de un análisis de la realidad que les rodea. Todo un cruce de historias y personas dominadas por el anhelo de lo que no se tiene y el afán de recuperar la alegría del pasado, cuya conclusión confirma esa idea de soledad creciente en el mundo de las redes sociales y los artilugios electrónicos como suplantación del contacto personal, pero que termina resultando ineficaz para soslayar tanto giro, tanto agujero en las historias, tanta trampa argumental y tan evidentes fallos de coordinación que impiden tomarse en serio una propuesta de arquitectura sin vocación cinematográfica que juega al trampantojo y al efectismo sin indagar en las verdaderas motivaciones. Porque Moll no es Altman, ni Kurosawa, ni tan siquiera Chapot.


    Miguel Martín Maestro |
    © Revista EAM / Valladolid


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