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    Crítica | Crock of Gold: Bebiendo con Shane MacGowan

    El bardo del punk

    Crítica ★★★★☆ de «Crock of Gold: Bebiendo con Shane MacGowan», de Julien Temple.

    Reino Unido, 2020. Título original: «Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowan». Dirección: Julien Temple. Guion: Julien Temple. Productores: Stephen Deuters, Johhny Depp, Stephen Malit, Julien Temple. Compañías productoras: Infinitum Nihil, Nitrate Film. Música: Ian Neil. Fotografía: Steve Organ. Personalidades (documental): Shane MacGowan, Johnny Depp, Maurice MacGowan, Siobhan MacGowan, Gerry Adams, Ann Scanlon, Victoria Mary Clarke. Presentación oficial: Festival de San Sebastián (Competición - Premio Especial del Jurado). Duración: 124 minutos.

    La eclosión del movimiento punk en el Reino Unido fue el catalizador que necesitaba Shane MacGowan para iniciar el viaje personal que Julian Temple nos relata en Crock of Gold: Bebiendo con Shane MacGowan (2020), documental sobre el cantante y líder del grupo The Pogues, galardonado con el Premio Especial del Jurado en el pasado Festival de San Sebastián, que llega ahora a nuestras pantallas. Marcado desde la infancia por un arraigado catolicismo y ese espíritu irlandés capaz de aguantar de manera estoica cualquier tipo de adversidad, es sin embargo el amor por las costumbres, las tradiciones y la música de su pueblo lo que en gran medida le ha impulsado de un modo creativo a lo largo de su existencia que, todo hay que decirlo, lamentablemente no aparenta que se alargue mucho más... La notable decadencia física causada por toda una vida de alcoholismo es tan protagonista en la cinta como su indomable rebeldía, insolencia y admirable sinceridad en las charlas que Shane mantiene con su viejo amigo Johnny Depp (productor de la película), Bobby Gillespie (líder del grupo Primal Scream), su hermana Siobhan MacGowan o incluso Gerry Adams —expresidente del partido nacionalista irlandés Sinn Féin, y vinculado al IRA en los años setenta—, entre otros.

    No ha de sorprendernos las simpatías de MacGowan por las diferentes mutaciones y escisiones que convirtieron al Ejército Republicano Irlandés en una banda terrorista con múltiples asesinatos a sus espaldas. Dado que, para muchos inmigrantes de Eire y sus descendientes, las heridas de la Gran Hambruna, la Guerra de Independencia Irlandesa, el desempleo (con más de tres millones de parados en 1983) o el trato despectivo y denigrante recibido por parte de la sociedad inglesa, sirvieron de caldo de cultivo para que numerosos jóvenes apoyaran de modo radical la causa independentista. Y es aquí donde debemos recordar la canción Birmingham Six (1988), que The Pogues dedicaron al drama humano sufrido por varias personas inocentes a causa de un montaje judicial inglés, y que Jim Sheridan llevó al cine con la premiada En el nombre del padre (In the Name of the Father, 1993).

    Bajo el desmedido influjo del punk, MacGowan, Finer y Stacy forman en 1983 la banda The Pogues con la tenaz misión de recuperar la música popular irlandesa, convirtiendo cada concierto en el tipo de juerga que se vive “como si no hubiera un mañana”. En sus letras —groseras y entrañables a partes iguales— encontramos desde elogios al consumo de alcohol y la búsqueda de experiencias intensas hasta la nostalgia y el cariño por la sencillez de la gente humilde. De ahí que Julian Temple nos parezca el autor ideal para narrar la odisea de Shane. No sólo por su conocimiento y vivencias de primera mano de la música británica, si no por su talento como documentalista, que dejó patente en cintas como The Ecstasy of Wilko Johnson (2015) o la imprescindible Joe Strummer: The Future Is Unwritten (2007). Justamente, el desaparecido líder de la banda The Clash afirmaba, como hacían igualmente muchos otros por aquel entonces, que MacGowan era uno de los más grandes poetas de nuestra época. Ante lo cual, el protagonista de esta historia responde, fiel a su carácter indómito: «La gente siempre me llamaba poeta. Pero es muy molesto que te llamen poeta cuando eres músico, porque significa que perdiste el tiempo escribiendo la música». El autor de la emotiva canción Fairytale of New York (1988) fue un artista tan singular que, siendo popular en todo el Reino Unido, acumulando discos de oro y reconocimiento, se unía en ocasiones a los ancianos alcohólicos de los parques para charlar y beber sidra juntos. A un hombre de esta naturaleza, tan extrema como sensible, a principios de los años noventa —como no podía ser de otra manera—, el dinero, la popularidad y las drogas lo abatieron contra el suelo, a semejanza de la víctima de un tiroteo. En Crock of Gold: Bebiendo con Shane MacGowan, Julian Temple retrata con ponderación al viejo cantante de “belleza distraída” como el artista libre, y al mismo tiempo condenado, cuyas canciones ya forman parte del acervo cultural irlandés. En uno de los mejores momentos del documental, ilustrado, no por casualidad, con las imágenes del filme Larga es la noche (Odd Man Out, 1947), de Carol Reed, Shane confiesa con agudeza su universo artístico: «Para hacer buena música no te tiene que interesar poseer casas o importarte dormir en la calle; lo que has de tener es la fuerza arrebatadora de querer ser escuchado».


    Egon Blant |
    © Revista EAM / Barcelona


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