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    Crítica | Millennium Actress


    La identidad mediatizada

    Crítica ★★★★★ de «Millennium Actress», de Satoshi Kon.

    Japón, 2001. Título original: «Sennen Joyû / 千年女優». Director: Satoshi Kon. Guion: Satoshi Kon, Sadayuki Murai. Productores: Tarô Maki. Productoras: Bandai Visual, Chiyoko Commitee, Madhouse, Works WoWow, Genco. Fotografía: Hisao Shirai. Música: Susumu Hirasawa. Montaje: Satoshi Terauchi. Reparto: Miyoko Shôji, Mami Koyama, Fumiko Orikasa, Shôzô Îzuka, Shouko Tsuda, Hirotaka Suzuoki, Hisako Kyôda, Kan Tokumaru, Tomie Kataoka, Takkô Ishimori, Masamichi Satô, Masaya Onosaka, Masane Tsukayama, Kôichi Yamadera.

    El crítico Jaime Lorite señala en este pódcast que la reflexión en torno a la identidad es una de las características más representativas del cine de Satoshi Kon. Lorite identifica en la escueta obra del director japonés —que en solitario solo pudo rodar cuatro largometrajes, una serie de televisión y un cortometraje— el peso del pasado a la hora de conformar la identidad, así como las maneras en que esta se puede transformar, e incluso la manera en que la elegimos y la proyectamos. A tenor de cómo se desarrollan las narraciones en torno a las protagonistas de Perfect Blue (1997), Millennium Actress (2001) y Paprika (2006), así como del trío protagónico de Tokyo Godfathers (2003), la afirmación del citado crítico parece irrebatible. La película que nos ocupa en este texto es Millennium Actress, que vuelve a los cines cuando se cumple el vigésimo aniversario de su creación, y en ella se narra la historia de Chiyoko Fujiwara, una estrella del cine japonés del siglo XX que desapareció repentinamente de la esfera pública. Un ferviente admirador de su obra, Genya Tachibana, quien a su vez es documentalista, se ha propuesto desentrañar el misterio, y al mismo tiempo tratar de conocer a la persona que se encuentra detrás del mito, mediante una extensa entrevista. La identidad, así como el rol del fan, los diferentes aspectos de la posmodernidad metarreferencial y el brillante uso del lenguaje formal, serán las líneas maestras para el análisis de esta joya de la animación japonesa.

    La identidad es fundamental en el cine de Satoshi Kon, pero esta ya no se puede entender sin la influencia de la esfera mediática sobre la misma. El cineasta exploró esta aproximación con profundidad y en clave de thriller psicológico en Perfect Blue, su debut en la dirección. En ella mostraban las dificultades que tenía una estrella del J-pop para evolucionar en su carrera de la inocencia de dicho género musical a la adultez de la interpretación en dramas y thrillers. La narración no solo exponía la presión de los fans por evitar dicho cambio, lo que ya de por sí condicionaba la identidad de la protagonista, sino también, de manera todavía más problemática, la imposibilidad de la cantante y actriz por diferenciar una esfera de la otra, por tomar el control de su destino en un mundo donde lo mediático lo condiciona todo. En una línea mucho más amable pero complementaria se sitúa su siguiente filme, Millennium Actress, pues si en aquella la narración transitaba por el giallo, en esta se aborda desde el melodrama. Otro icono mediático, en este caso una actriz, protagoniza el relato, y esta vez la imposibilidad para separar mundos tiene que ver con el de la realidad y el de la ficción cinematográfica. Y es en estos solapamientos —como los que se dan entre la realidad y el mundo de los sueños en Paprika— donde Kon ofrece posiblemente los instantes de mayor potencia visual de su carrera. En el caso de Millennium Actress, el plano de la ficción se entremezcla con la realidad en dos sentidos. Por un lado, resulta imposible diferenciar qué parte de la vida de Chiyoko tuvo lugar en el set de rodaje y qué parte pertenece de su vida personal; por otro, se entremezcla el presente con el pasado, la narración de lo sucedido con la inmersión de los personajes del presente en dichas historias —principalmente Genya y su ayudante, que se convierten en actores de las historias que la mujer narra durante la entrevista—. De esta manera, el autor sugiere que lo mediático permea la identidad, anclando de manera irremediable el personaje público a la persona real.

    Otro de los aspectos fundamentales de la obra de Satoshi Kon, y que también se manifiesta en Millennium Actress, consiste en la metarreferencialidad. Por una parte, sus películas se convierten en actos autoconscientes de revisión genérica, siendo esta cinta el caso más evidente y diverso, no solo porque la industria cinematográfica se integra de lleno en la narración, sino también porque se ofrece una gran variedad de géneros, desde el cine bélico hasta el histórico, pasando por el melodrama o la ciencia ficción. De esta forma, Kon realiza un repaso a la historia de Japón, al mismo tiempo que a la historia del cine japonés. Por otra, la metarreferencialidad se manifiesta en el uso insistente de la idea no solo de la estrella, sino también del fan. Si la turbiedad en torno a los otaku era la clave de la trama de Perfect Blue, aquí se observa la devoción del personaje de Genya hacia su ídolo, y algo similar ocurría también en la posterior Paprika con respecto a la protagonista y su rol en el mundo de los sueños. En todos estos casos, el fan acaba ejerciendo una función crucial en la narración, lo que permite plantearse quién tiene el control de lo mediático, si la figura en el escenario o quien la observa desde el asiento.

    千年女優, Satoshi Kon.
    Vuelve a las salas distribuida por Selecta Vision.

    «Millennium Actress probablemente sea la cumbre formal de su carrera, un ejercicio cinematográfico que rompe moldes de representación, acumula innumerables capas de lectura y, en última instancia, se convierte en una impecable experiencia estética».


    Por último cabe destacar el trabajo de montaje, el elemento cinematográfico más notorio de Satoshi Kon, un director que de por sí mostró un manejo formidable del lenguaje audiovisual. Resulta llamativo descubrir que sus cuatro largometrajes fueron editados por tres montadores distintos y que a pesar de ello la sensación de organicidad es total, lo que permite sospechar una gran influencia del cineasta en dicha labor, que de por sí se manifiesta en unas imágenes que no han sido pensadas en estático, desligadas de las demás, sino en un intenso diálogo. En Millennium Actress este elemento cobra una función especialmente relevante, pues su insistente uso permite la citada combinación de planos de realidad. Esto se manifiesta tanto en el montaje interno del plano como en el empalme de unos planos con otros. En el primer caso, las posibilidades que ofrece la animación permiten que el escenario se transforme sobre la marcha, incluyendo a personajes pertenecientes a distintas épocas, el paso paulatino del presente al pasado, e incluso la manifestación de elementos del pasado en el presente. En el segundo caso, el montaje facilita la comunicación entre géneros y planos temporales, dando lugar a saltos narrativos imposibles que funcionan debido a la maestría de quien se sitúa tras las cámaras, a las posibilidades que ofrece la animación, y, lo más importante, a la capacidad que Satoshi Kon mostraba en cada plano para entender y sacarle partido a dichas posibilidades. En última instancia, Millennium Actress probablemente sea la cumbre formal de su carrera, un ejercicio cinematográfico que rompe moldes de representación, acumula innumerables capas de lectura y, en última instancia, se convierte en una impecable experiencia estética.


    Yago Paris |
    © Revista EAM / Madrid


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