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    Cine Alemán Siglo XXI

    Entrevista: Marco Berger, director de «Taekwondo» y «Un rubio»

    Una década ha bastado a Marco Berger para convertirse en uno de los realizadores más admirados dentro de la comunidad gay, la cual ha retratado con cariño y valentía desde esa magia que otorga saber bien de qué se está hablando. Plan B (2009), Ausente (2011), Hawaii (2013), Mariposa (2015), Taekwondo (2016) y Un rubio (2019) presentan batalla a la masculinidad tóxica y la homofobia interiorizada, lo que ha llevado al LesGaiCineMad, el principal festival de cine LGTB de los países de lengua hispana, a otorgar el Premio de Honor de su 24ª edición a este inconfundible realizador argentino. Aprovechando su paso por Madrid, hablamos con él y nos preguntamos por qué nadie se ha lanzado todavía a distribuir sus películas comercialmente en España.


    Entrevista: Marco Berger, director de «Taekwondo» y «Un rubio».
    Texto de Juan Roures | Casa de América, Madrid.

    Eres todo un habitual del LesGaiCineMad, y de los festivales LGTB en general, pero ninguna de tus películas se ha estrenado en las salas comerciales españolas, ¿a qué se debe esto? ¿Homofobia, quizá?

    Siempre fue una incógnita, porque los principales países de los alrededores sí distribuyeron mis películas: Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, incluso países más chicos como Holanda y Bélgica, pero España y Portugal... nada. Y Portugal es un país chico, a fin de cuentas, pero lo de España siempre me llamó la atención, pues además hablamos el mismo idioma. Creo que puede tener que ver con que, al entrar en este mercado, compito con todo el cine argentino que en principio el público español quiere ver, con Ricardo Darín y otros famosos. Yo hago películas sin famosos, otro tipo de cine. No sé si es cuestión de homofobia, pero quizá mis películas no tienen el punto necesario para la distribución en España. También creo que mis películas no representan la latinoamericanidad que la gente espera, son más universales. Yo me limito a representar mi realidad: ese Buenos Aires colmado de cultura europea. Mis guiones podrían ambientarse en muchos otros contextos: llevas Taekwondo a Corea y funciona igual. Sólo se me ocurre eso, porque en España siempre me fue bien con la crítica y, en los festivales, también con el público. Paso por Chueca y mucha gente conoce mi trabajo; o sea que verlo, se ve, aunque sea pirateado.

    Sí es cierto que, a nivel sexual, tus películas son bastante explicitas, algo todavía raro de ver fuera de los festivales LGTB, ¿piensas en el público gay al dirigir?

    No, yo hago películas para mí y quien las quiera ver, o sea, para todo tipo de audiencias. Nunca decidí hacer cine gay, hago un cine donde plasmo mi mirada y cómo veo el mundo. Cómo me relaciono yo con el mundo. La etiqueta aparece después... y la agradezco porque hace que mis películas se distribuyan en muchos festivales, pero no la busco de antemano. También es cierto que hay un prejuicio cultural: nadie piensa que Pretty Woman (Garry Marshall, 1990) sea una película para prostitutas y millonarios, pero, si una película trata sobre gais, muchos creen que es para gais y por tanto, si un heterosexual va a verla, parece que algo esconda.

    ¡Ojalá ver Pretty Woman te volviera millonario! ¿Te has planteado en algún momento autocensurarte...? ¿O han intentado censurarte de cara a llegar a más espectadores?

    No, nunca me pasó y ni me lo planteo. Yo hago mis películas y luego aparece la distribución, de un modo u otro. Mariposa es una película que tardó mucho en distribuirse porque era demasiado gay para el mercado heterosexual y demasiado heterosexual para el mercado gay, pero a mí no me quitó el sueño. El cine independiente tiene esa ventaja; si un productor me contrata para hacer una película comercial en Los Ángeles sí tendré que tener en cuenta esos factores, me acomodaré a las circunstancias, pero, como nadie pierde dinero por lo que yo hago, hago lo que quiero. Plasmo mi mirada. Si hay desnudos, los hay, y, si mañana hago una película sobre un actor porno, habrá pornografía.

    ¿Te gustaría estar al frente de ese hipotético trabajo en Hollywood?

    Obviamente, sobre todo porque me abriría muchas puertas. El principal problema de hacer películas independientes es que la imaginación depende del dinero: si yo me imagino por ejemplo un romance en la época de Buñuel y Dalí, sé que es demasiado caro y debo guardar el proyecto en el cajón por ahora. Si mañana hago una película comercial y va bien, igual me dan la posibilidad de presentar a esos productores proyectos más ambiciosos. Yo qué sé: una película que mezcle lo gay y la ciencia ficción, por ejemplo con un viaje espacial. Sueño con ampliar los horizontes de la imaginación, claro, como cualquier director. De todos modos, si pasa, pasa, y, si no, no hay problema, yo ya tuve mucha suerte: hice muchas películas y me fue bien.

    Un rubio, 2019, Marco Berger.



    Sin duda la película más rara de tu carrera es Mariposa, ¿qué historia rodea esa producción?

    Pues, aunque tardó mucho en estrenarse, es la segunda película que filmé. A Plan B le fue muy bien y no fue fácil sostener ese éxito: en menos de dos años se volvió casi una película de culto dentro del cine gay, los productores pensaron que de la noche a la mañana yo iba a ser Spielberg y me dijeron que escribiera una película grande que no fuera de temática gay, y yo escribí Mariposa. Pero después no pudo filmarse la película que estaba escrita, el guion no pudo llevarse a la pantalla tal y como estaba: la escena final, por ejemplo, que termina resolviéndose en un plano, incluía originalmente una situación visual a lo Hollywood que fue imposible de hacer realidad. Los productores soñaron con una película que no pudo hacerse por una mera cuestión económica. Y es la película que más me frustró, porque es la que menos se acerca a lo que yo imaginaba. Todas mis películas son como hijos para mí, claro, pero las que más me satisfacen son Taekwondo y sobre todo Hawaii, que es la más perfecta: yo la imaginé y así salió. Mariposa habría necesitado la plata de Los amantes del círculo polar (Julio Medem, 1998) para funcionar, se filmó con un presupuesto diez veces menor de lo que pedía el guion. Y, aunque de por sí buscaba ser confusa, lo es demasiado por culpa de eso. A partir de ahí yo decidí no apartarme más de lo gay, ser coherente con lo que quiero contar: si te gusta, bien, y, si no, hay otros cineastas ahí fuera, hay cine para todos y yo genero las películas que me gustaría sacar de un videoclub.

    Es cierto que a los directores heterosexuales nunca se les pide hacer cine gay y parece que con los directores homosexuales sí pase lo contrario... De todos modos, desde que Plan B se estrenó hace una década, han cambiado mucho las cosas en el panorama LGTB, ¿cómo has vivido esa evolución?

    Estoy encantado, claro, pero admito que me frustra ver que abrí las puertas de un cine que ahora hacen todos... Me recuerda a eso que dicen de que los negros crearon una música y luego llegó Elvis Presley y la hizo famosa. A veces siento que generé cosas que gente con mucho más poder pudo luego llevar más allá. Me dicen “vi esta película y tiene muchas cosas tuyas” y pienso “yo sigo en Latinoamérica, nunca tuve más de medio millón de dólares para filmar, y cualquier película normal en Estados Unidos supera los 5 millones”. Un rubio se rodó durante 9 días, en localizaciones que buscamos e incluso construimos los actores (Alfonso Barón y Gastón Re) y yo. Veo determinadas películas de Hollywood y pienso “¿por qué no me llamarían a mí? ¡Si podría haberlo hecho muy bien!”. De todos modos, dentro del cine gay indie estoy reconocido, y por suerte tengo 41 años y espero filmar durante 30 años más por lo menos, así que me queda un largo camino por recorrer. Está bien tener una base sólida para cuando surja una oportunidad grande.

    En tus películas y tus personajes, nunca deja de apreciarse tu mirada, ¿vemos también tus propias experiencias?

    El 80 % de mis películas están basadas en fantasías. Hawaii es una fantasía mía y quizá por eso me gusta tanto: me habría encantado estar en ese campo donde tantas veces he estado, escribiendo una película, y que apareciera un personaje tan atractivo en busca de trabajo para poder darle ropa y cama [risas]. Pero nunca me pasó nada parecido. No juego sólo con mi imaginación, sino con la de todos. Luego sí hay detalles donde pongo mis formas de pensar, de relacionarme con parejas y amigos, incluso diálogos reales; hay mucho del mundo que me rodea, claro. Eso de abrir un cajón y ver que la marca de tus condones ha cambiado que se ve en Un rubio me pasó a mí. Y es sólo un ejemplo.

    Aunque el silencio sigue siendo clave, Un rubio, tu última película, es la más explícita en lo que a denuncia de la homofobia respecta, ¿sentías que había llegado el momento de ser más directo?

    Los protagonistas de Un rubio están tan pendientes de mantener la hombría, la masculinidad socialmente aceptada, que no abordar esa cuestión directamente sería negar su existencia. La película retrata ambientes demasiado masculinos que dificultan este tipo de relaciones, ambientes que muchos parecen ignorar cuando dan por hecho que no queda nada por hacer en el campo de los derechos LGTB. Yo hablo de una tragedia social que todavía existe. Y, claro, el drama es necesario para hacer cine, que la felicidad aburre. Pero siempre prefiero retratarlo desde el silencio. Hay un tipo de cine que busca llenarte la cabeza de sus ideas, y yo busco que el público haga ese trabajo; así hay más conexión, mas emoción. Ayuda a entender mejor a los personajes. Plan B tuvo tanto éxito porque es una película muy profunda disfrazada de comedia tonta... Aún recuerdo la recepción del público, hace ya una década: un hombre me dijo que se consideraba homófobo hasta que la vio; otro, incluso, que, viéndola, había descubierto que era gay. Fue increíble. El poder del cine es increíble.

    Taekwondo, 2016, Marco Berger.

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