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    Crítica | Estafadoras de Wall Street

    Unos pagan y otros bailan

    Crítica ★★★☆☆ de «Estafadoras de Wall Street» de Lorene Scafaria.

    Estados Unidos, 2019. Título original: Hustlers. Dirección: Lorene Scafaria. Guion: Lorene Scafaria (basado en el artículo de Jessica Pressler). Productoras: Gloria Sanchez Productions / Nuyorican Productions / STX Films / Annapurna Pictures. Fotografía: Todd Banhazl. Montaje: Kayla Emter. Diseño de producción: Jane Musky. Dirección artística: Kim Karon. Decorados: Alexandra Mazur. Vestuario: Mitchell Travers. Reparto: Constance Wu, Jennifer Lopez, Julia Stiles, Keke Palmer, Lili Reinhart, Mercedes Ruehl, Wai Ching Ho. Duración: 110 minutos.

    En los últimos años, ante la amenaza de una nueva recesión, muchas miradas se vuelven atrás, a la anterior crisis económica, para recordarnos sucesos que ocurrieron entonces y que en teoría nadie quiere que se repitan. Esa mirada suele ser de indignación, pero no por ello tiene por qué abandonar el tono lúdico, y una buena muestra de ello sería la película La gran apuesta (The Big Short, Adam McKay, 2015). Esta reconstruía los años previos al tumulto financiero de 2008 desde el punto de vista de varios personajes directamente implicados en ese sector, aunque buscaban beneficiarse de sus efectos perjudiciales para la mayoría. Era en cualquier caso una visión eminentemente masculina, propia de una profesión ejemplificada en el bróker donde los orgasmos se sustituyen por chutes de adrenalina, o más propiamente de testosterona, ante las subidas o bajadas de las cotizaciones en bolsa. Pero era una visión reduccionista, pues aunque el sexismo era revertido con un tono paródico, ignoraba en cualquier caso que las mujeres pueden participar de este ámbito como de cualquier otro. Lo curioso de la película que ahora nos ocupa, en la que por cierto McKay interviene como productor, es que si bien el protagonismo se desplaza a un grupo de mujeres (no hay ningún personaje masculino relevante), lo hace desde la profesión común a todas ellas de empleadas de un club de striptease. El medio laboral es tópico pero ahora la perspectiva es distinta. Las mujeres ya no tienen por qué quedar al margen, y al relacionarse con hombres que se mueven en los despachos de los rascacielos de Wall Street, los pueden dominar sin tener que ser ellas siempre las dominadas. Es en este giro donde luce el nuevo mensaje de empoderamiento de una historia por lo demás ya no solo tópica, sino típica.

    Su responsable, en el guion y la dirección, es Lorene Scafaria, cuya anterior cinta Una madre imperfecta (The Meddler, 2015) era un ejemplo recomendable de comedia romántica o más bien de tragicomedia relacional, de nuevo centrado en dos mujeres, ahí madre e hija. Su aspecto más destacable era un guion con cierto ingenio, por lo que ya apuntaba el talento de Scafaria para la escritura. En Estafadoras de Wall Street, la narración utiliza el conocido recurso de la estructura a base de flashbacks conducidos por una entrevista que una periodista (Julia Stiles) le hace a la protagonista (Constance Wu). A partir de ahí la historia va alternando los tiempos, aunque se centra en ese pasado, iniciado hacia 2007, cuando ese personaje principal nos introduce al club nocturno neoyorkino al que acaba de llegar. Ahí conocerá a otras empleadas de su gremio, lideradas por la despampanante Ramona (Jennifer Lopez), que inicialmente se contentan con satisfacer los deseos de sus clientes, sacando renta de lo que gastan en el club. Pero enseguida su ambición va en aumento, y deciden interferir directamente en el dinero que aquellos invierten, drogándoles para que ellas puedan utilizar sus tarjetas de crédito y ellos no puedan recordar lo sucedido en la noche en cuestión más allá de la implicación de las mujeres por medio de bebidas, bailes y otros medios de seducción. Por estos derroteros avanza la trama, pero su interés en realidad, pese a estas derivaciones drásticas, queda algo fragmentado. O, dicho de otra manera, el potencial es mayor al inicio de la narración que viendo cómo efectivamente evoluciona. Esto se debe a que Scafaria, una vez descubierto este material y estructurado de la forma indicada, se limita a seguir el camino casi por inercia, demostrando más energía en sus comienzos y puntos de giro y en elementos ajenos al meollo de libreto o, por así decir, más decorativos.

    Hustlers, Lorene Scafaria.
    El mensaje por encima de forma y fondo.

    «Scafaria sigue una máxima del estudiante ortodoxo de cine, y es cuidar la presentación de personajes. Y no lo hace solo por medio del ajuste del encuadre o de la aparición más conveniente en el drama, sino en gran parte gracias a una muy acertada selección musical».


    En cuanto al primer nivel, destaca mucho más la presentación de los personajes que la exposición de sus subsiguientes vicisitudes. Es llamativa en este sentido la introducción de la heroína, con una voz en off que sonoramente, casi como un eco, se confunde con la música que envuelve su trabajo. Esta presentación también está visualmente bien diseñada, mediante un oportuno plano secuencia para seguirla con nuestra primera panorámica del local. A continuación también es digna de mención la introducción del personaje interpretado por Jennifer Lopez, con una pole dance amenizada con la pertinente entrada musical. De hecho, cuando este personaje secundario desaparece durante parte del metraje, es reintroducido igualmente con una pieza sonora característica, y por ello memorable. Incluso tiene su leitmotiv musical un personaje bastante más secundario, el de una chica que se une tardíamente al grupo, llamada Dawn, como la canción que suena al tiempo que la vemos por primera vez. Todos estos ejemplos nos revelan que Scafaria sigue una máxima del estudiante ortodoxo de cine, y es cuidar la presentación de personajes. Y no lo hace solo por medio del ajuste del encuadre o de la aparición más conveniente en el drama, sino en gran parte gracias a una muy acertada selección musical.

    Esta virtud nos conduce al otro nivel que mencionábamos antes como dotado de mayor energía: el de la banda sonora, realmente espectacular en su combinación de temas modernos y clásicos, casi omnipresente a lo largo de la película pero sin desentonar nunca con la puesta en escena de los elementos propiamente dramáticos. Empero estos, como también adelantábamos, se ven un tanto minorados por la fragmentación de su desarrollo, y muchas secuencias van y vienen casi con desgana, por inercia (véanse por ejemplo la de los dos personajes principales en el tejado del club, o el encuentro y desencuentro entre la heroína y el futuro padre de su hija). Es más, cuando trata de reactivarse el interés narrativo por medio de contados flashbacks al margen de la estructura general antedicha (como el primer plano compartido por los personajes de Stiles y Lopez, o el recuerdo de la madre ausente de la protagonista), el efecto es más de confusión que de intriga. Sí resulta más brillante alguna otra opción distinta de montaje, como ese paralelo entre la vida diaria de los agentes de bolsa y la nocturna en el club. En cualquier caso, quizá habría sido preferible un tratamiento más lineal y por ende orgánico de una historia que en el fondo, y más allá de las cualidades indicadas, no tenía mucha más pretensión que la de entretenernos. Aunque ahora se considera como contendiente a los Oscar, sobre todo en la categoría de mejor actriz secundaria, para quien esto escribe ello excede de las ambiciones de un filme cuya propia estética apagada atestigua lo limitado de su alcance, pues por muy amplias que sean las coordenadas temporales de su guion y muy diversos que sean los rasgos de sus intérpretes, sus localizaciones y comentarios efectivos se reducen a unos pocos lugares más bien comunes | ★★★☆☆


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid



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