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    Crítica | Adiós

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    Crítica ★★☆☆☆ de «Adiós», de Paco Cabezas.

    España, 2019. Dirección: Paco Cabezas. Guion: Paco Cabezas, Carmen Jiménez y José Rodríguez. Productoras: Apache Films / La Claqueta PC / Sony Pictures Entertainment / Movistar+ / TVE / ICAA / Junta de Andalucía. Fotografía: Pau Esteve Birba. Montaje: Luis de la Madrid y Miguel A. Trudu. Música: Zeltia Montes. Dirección artística: Vanesa de la Haza. Decorados: Víctor L. de Frutos. Reparto: Mario Casas, Natalia de Molina, Mona Martínez, Carlos Bardem, Ruth Díaz, Vicente Romero. Duración: 111 minutos.

    Paco Cabezas es uno de nuestros pocos directores curtido en la industria norteamericana. En efecto, después de Carne de neón (2010) probó suerte en Hollywood, dirigiendo dos largometrajes con un elenco memorable y poco más: Tokarev (2014) y Mr. Right (2015). El fracaso de ambos probablemente determinó su desplazamiento al mundo de las series, colaborando en varias de relativo éxito, como Penny Dreadful. Tras varios años sin embargo ha vuelto dirigir un largometraje, regresando para ello a nuestro país, y volviendo a contar con el protagonismo de Mario Casas, como en su citado filme de 2010. Cabe recordar este recorrido porque esta nueva película puede entenderse, y criticarse, no solo en relación a la mentada Carne de neón sino a la posterior influencia del cine de Los Angeles. Este evidentemente tiene muchas virtudes, pero para alguien que se somete sin recelos a sus pautas económicas, hay una que puede convertirse en defecto: el escaso aprovechamiento de sus múltiples medios. Todos sabemos que el cine hollywoodiense cuenta en general con mucho más presupuesto que el español, pero a veces esa abundancia genera un efecto perverso, ya que se puede desperdiciar lo que se tiene al alcance, desembocando en un resultado algo caótico, por la falta de medida. Esto es mucho menos meritorio que explotar al máximo los pocos recursos disponibles aunque el resultado no sea tan espectacular. Este problema ya se percibía en Carne de neón, donde lo atractivo del reparto y lo enérgico de la historia daban paso a la incoherencia narrativa y visual. Y aunque, quizá por el paso por la pequeña pantalla, en su nuevo trabajo Paco Cabezas ha reducido esta tendencia negativa, limitando, en este caso con buen criterio, el alcance de lo que nos quiere contar, se advierte aún la fallida utilización o el escaso desarrollo de una materia prima de lo más jugosa.

    Adiós parte de una premisa sencilla: un hombre (Casas) sale en régimen de tercer grado de la cárcel, donde ha estado cumpliendo condena por tráfico de drogas, y a la salida le espera su novia (Natalia de Molina). Los dos tienen una hija pequeña, que aparece como la única posibilidad de esperanza ante un futuro cuanto menos incierto y gris para la pareja. Pero a los pocos minutos de metraje, mientras ambos vuelven al centro penitenciario para que el condenado pase la noche, sufren un accidente de coche que se lleva la vida de la niña. El resto del metraje discurre por la búsqueda del responsable o los responsables, esto es, los conductores del vehículo que chocó con el otro, para lo cual Cabezas y sus coguionistas se centran en las vicisitudes de la gente marginal que vive en Sevilla, incluyendo una trama paralela sobre su cuerpo de policía. Estos elementos recuerdan asimismo a Carne de neón: así la salida de la cárcel, los trapicheos callejeros, incluso la drogadicción, aunque tratada solo de forma tangencial. Y en el reparto destaca nuevamente la aportación del gran Vicente Romero, ahora como el tío del protagonista. La película se desenvuelve entonces en un ambiente que Cabezas conoce bien, sin olvidar que el mismo es natural de la capital andaluza. Sin embargo, una vez planteada la premisa y expuestos estos referentes, el cineasta apenas sabe cómo invertirlos en una narración que pueda ser recordada por sus giros dramáticos, su atmósfera enrarecida o la mera curiosidad que puede despertar su intriga… aunque sea esto precisamente el objetivo.

    Adiós, Paco Cabezas.
    La estrena en España Sony Pictures.

    «Hay que reconocer que los actores están bien, logrando transmitir su desasosiego con pocas expresiones exentas de mayor explicación, y a veces sí funciona esta irregular economía narrativa. Pero sigue faltando calado, el conjunto es errático pese a sus arrebatos esporádicos, y ello es especialmente decepcionante en una historia que quizá más que otras pedía priorizar la visión global sobre la mera sucesión de contingencias».


    Analicemos en este sentido los puntos indicados. En cuanto a los giros dramáticos, más allá de la citada muerte de la niña, que no es un spoiler pues la trama esencialmente parte de ella y se anticipa en el propio título, son presentados de forma anticlimática, a través de revelaciones paulatinas que nos conducirán al giro final, cuando sepamos efectivamente quien ha sido responsable de la tragedia. Ese efecto anticlimático se debe a la estructura del guion, que dedica menos tiempo al suspense que precede el conocimiento de cierta información (como por ejemplo la persona que al parecer vio a los conductores de ese otro vehículo), cuando esto habría sido lo más provechoso, que a sus consecuencias más inmediatas (como la persecución que sufre ese individuo en cuestión), lo cual todo sea dicho da lugar a momentos de cierta tensión. Pero esta elección, que no es solo de guion sino también de montaje, y que debería dar prioridad a la respuesta emocional sobre la duda especulativa, no es aquí la más recomendable porque toda la evolución dramática depende de esa información final, sin que mientras tanto se satisfaga emocionalmente al espectador con acciones o reacciones pasionales. Esto nos conduce al segundo punto, el relacionado con la atmósfera. Observamos una estética cercana al noir, como en la secuencia nocturna en que una pareja de policías lleva a un sospechoso hacia la comisaría y su desenlace, y con unas interesantes set pieces como la del edificio abandonado donde malviven varios yonquis y donde tendrá lugar un enfrentamiento posterior. Pero tampoco hay una puesta en escena especialmente sugestiva en estos momentos, que se resuelven precipitadamente. Y lo hacen porque parece haber mayor interés en atar cabos cuanto antes que en ahondar en el conflicto central, apenas visible en los padecimientos exteriores de la pareja protagonista. Hay que reconocer que los actores están bien, logrando transmitir su desasosiego con pocas expresiones exentas de mayor explicación (esto lo vemos sobre todo en las actrices femeninas, no solo de Molina sino también Mona Martínez y Ruth Díaz; a Casas en cambio le cuesta más adaptarse a su papel de rebelde andaluz de barrio), y a veces sí funciona esta irregular economía narrativa (en particular para explicar por qué el personaje de Díaz no tiene hijos ni presuntamente familia alguna). Pero sigue faltando calado, el conjunto es errático pese a sus arrebatos esporádicos, y ello es especialmente decepcionante (aunque no sorprendente por el referido pasado cinematográfico del director) en una historia que quizá más que otras pedía priorizar la visión global sobre la mera sucesión de contingencias | ★★☆☆☆


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid


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