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    Crítica: Infierno bajo el agua

    Depredadores de las profundidades

    Crítica ★★★☆☆ de «Infierno bajo el agua» de Alexandre Aja.

    Estados Unidos, 2019. Título original: Crawl. Director: Alexandre Aja. Guion: Michael Rasmussen, Shawn Rasmussen. Productores: Alexandre Aja, Craig J. Flores, Sam Raimi. Productoras: Ghost House Pictures / Paramount Pictures. Productor: Sam Raimi. Fotografía: Maxime Alexandre. Música: Max Aruj, Steffen Thum. Montaje: Elliot Greenberg. Reparto: Kaya Scodelario, Barry Pepper, Morfydd Clark, Ross Anderson, Jose Palma, Anson Boon, Ami Metcalf.

    Ha llegado la hora de aceptar que el Alexandre Aja incómodo, arriesgado y rompedor que descubrimos en su segunda película como director, la francesa Alta tensión (2003), se fue para nunca volver. Después de su exitoso salto a Hollywood con un excelente remake en el que continuó dejando constancia de su innato talento para crear atmósferas insanas, Las colinas tienen ojos (2006) –poco o nada tuvo que envidiar, además, al clásico de Wes Craven–, encontró un verdadero filón en el discutible arte de tomar prestados éxitos pasados del género para reciclarlos con fines más comerciales que artísticos –Reflejos (2008), Piraña 3D (2010)–, mientras que, cuando ha tratado de entregar productos algo más personales –Horns (2013), La resurrección de Louis Drax (2016)–, se ha tropezado con la incomprensión de gran parte de crítica y público. Con su nueva cinta, Infierno bajo el agua (2019), el cineasta parece decidido a jugar sobre seguro y aparcar cualquier tipo de ambición de trascendencia para facturar un pasatiempo de serie B carente de prejuicios y que ofrece al espectador exactamente lo que promete su fantasiosa premisa, ni más ni menos. Olvidemos Tiburón (Steven Spielberg, 1975), el referente más recurrente cuando se habla de historias que tienen como protagonistas a letales criaturas acuáticas. No es ese el modelo que Aja ha querido seguir para una aventura terrorífica que llega impregnada del espíritu lúdico de aquellas monster movies de finales de los noventa que, además de despachar su esperada ración de sustos, coquetearon con el género catastrofista, recuperado con fuerza en aquellos años. Y es que Infierno bajo el agua tiene mucho de survival entendido como diversión pura y dura, ese que hizo de títulos como The Relic (Peter Hyams, 1997), Deep Rising (Stephen Sommers, 1998) o Deep Blue Sea (Renny Harlin, 1999) auténticos placeres culpables, aunque, también es verdad, sus responsables se han tomado más en serio que aquellos una historia que, en otras manos, podría haber desembocado en un Sharknado cualquiera, ya que la premisa argumental viene siendo la misma, sustituyendo a los inefables escualos voladores de Syfy por voraces cocodrilos.

    La trama tejida por los guionistas, Michael y Shawn Rasmussen, es tan simple como improbable: un huracán de categoría 5 amenaza con sacudir con fuerza la costa de Florida y la joven protagonista, una exigente nadadora que no puede sacudirse la sensación de fracasada, acude hasta la casa de su padre, del que ha permanecido distanciada los últimos años, para asegurarse de que está bien y ponerle a salvo de la inminente tormenta. Por si alerta climática no era bastante para crear la situación de peligro, el destino quiere que la chica se encuentre al progenitor malherido en el sótano del domicilio y que las inundaciones dejen a la pareja atrapada en un lugar, atestado, además, por fieros caimanes que han sido arrastrados desde un pantano colindante, por lo que la lucha por sobrevivir está servida. Aja es consciente de la poca consistencia argumental del material que maneja y, aun así, evita caer en el disparate sarcástico, autoparódico y exageradamente gore de su divertida Piraña 3D, para tratar de dotar a la relación paternofilial de sus protagonistas de la suficiente carga emocional para que el espectador empatice con ellos y sea partícipe de su pesadilla. En Infierno bajo el agua no hay espacio para el humor pero el entretenimiento está asegurado gracias al ritmo trepidante que su director ha sabido otorgarle. Es una película de metraje escueto (apenas llega a los 90 minutos) que entra en materia rápido y no da tregua, sirviendo una frenética sucesión de obstáculos que su heroína tiene que ir sorteando, como si de una mortal yincana se tratase. A diferencia de otros filmes similares, estamos ante una historia no coral, que reduce el protagonismo a dos únicos personajes y, para colmo, limita el escenario al reducido sótano (salvo contadas salidas al exterior que, curiosamente, no tienen la misma fuerza) en el que permanecen atrapados. La pericia de Aja se refleja en cómo se las arregla para mantener, a pesar del ambiente claustrofóbico generado, una continuada sensación de dinamismo que aprovecha al máximo las escasas armas de las que dispone.

    «Infierno bajo el agua es la muestra palpable de que se puede facturar un tipo de (buen) cine comercial, honesto y profesional, que toque, con más habilidad que inteligencia, todas las teclas oportunas para asegurar su éxito y que funcione con la precisión de un reloj suizo a la hora de entregar hora y media de sana evasión».


    El subgénero de bestias acuáticas sigue siendo un buen reclamo de cara a la taquilla y los tiburones han sido representados con éxito en multitud de productos de todo tipo y calidad –coincide en cartel A 47 metros 2 (Johannes Roberts, 2019)–, pero los cocodrilos aún no tenían ese gran título que hiciese justicia a su letalidad. Clásicos menores como Trampa mortal (Tobe Hooper, 1976) o La bestia bajo el asfalto (1980) se habían acercado a su figura tímidamente, pero fueron series B de la simpatía de Mandíbulas (Steve Miner, 1999) o El territorio de la bestia (Greg McLean, 2007) las que supieron sacarle un mayor provecho sanguinolento en la gran pantalla. Infierno bajo el agua ha llegado con la intención de convertirse en la cinta definitiva al servicio de cocodrilos asesinos, algo que consigue sin excesivos esfuerzos, cayendo en ¿inevitables? tópicos y lugares comunes –esas conversaciones entre padre e hija durante los escasos tiempos muertos de la acción, que sirven para que limen asperezas y se perdonen errores pasados; la poca entidad de personajes secundarios que entran en escena solo para rellenar la nómina de cadáveres acumulados; la mascota adorable que no puede faltar para hacer sufrir al público que la ve en peligro, aquí representada por la fiel perrita de la protagonista– pero mostrándose muy fuerte en sus aciertos. Las actuaciones de la atlética Kaya Scodelario y Barry Pepper cumplen por encima de lo exigible a este tipo de productos, del mismo modo que la ambientación y los efectos especiales resultan más que eficaces, tanto en la puesta en imágenes del espectacular huracán como en el diseño del CGI de los enormes reptiles y sus violentos ataques, causantes de algunas muertes en las que reaparece el Aja más salvaje y amante de la hemoglobina. Infierno bajo el agua es la muestra palpable de que se puede facturar un tipo de (buen) cine comercial, honesto y profesional, que toque, con más habilidad que inteligencia, todas las teclas oportunas para asegurar su éxito y que funcione con la precisión de un reloj suizo a la hora de entregar hora y media de sana evasión. Buscarle dobles lecturas o una mayor profundidad dramática al asunto sería una absoluta pérdida de tiempo | ★★★☆☆


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


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