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    Crítica | Donbass

    Nieve, cemento y pólvora

    Crítica ★★★★☆ de «Donbass», de Sergey Loznitsa.

    Ucrania, Francia, Alemania, Holanda y Rumanía, 2018. Título original: «Донбас». Presentación: Festival de Cannes 2018. Dirección: Sergey Loznitsa. Guion: Sergey Loznitsa. Productoras: Arthouse Traffic / Atoms & Void / Graniet Film BV / JBA Production / Ma.ja.de. Fiction / Wild at Art. Fotografía: Oleg Mutu. Montaje: Danielius Kokanauskis. Diseño de producción: Kirill Shubalov. Vestuario: Dorota Roqueplo. Reparto: Alexander Zamuraev, Sergey Russkin, Lyudmila Smorodina, Irina Plesnyayeva, Thorsten Merten, Svetlana Kolesova, Sergey Kolesov, Boris Kamorzin. Duración: 110 minutos.

    Es difícil hacerse a la idea de que no muy lejos de donde vivimos apaciblemente se está desarrollando un conflicto, alargado ya varios años, que somete a toda la población a una existencia de suma precariedad y concentra sus objetivos en el mero afán de supervivencia. De hecho incluso quien viaje o se desplace a Ucrania puede seguir ignorando estas vicisitudes, focalizadas en el este de este país, de manera que no hay mayores problemas ni obstáculos para visitar o vivir en el oeste, mientras que unos pocos kilómetros más a la derecha del mapa la situación se invierte radicalmente. Estamos en efecto ante una región invadida por tropas separatistas pro-rusas, que ya la han calificado como Nueva Rusia, donde se habla el ruso y se añora el pasado soviético… pero los habitantes no dejan de ser ucranianos. En cualquier caso, dada la prolongación e irresolución de la guerra, la gente allí ubicada puede estar ya más o menos acostumbrada a esta sumisión. Empero para alguien llegado de fuera, aun cuando crea contar con la debida información o preparación física, el peligro le acechará de repente, de forma inesperada. Esto es patente en uno de los segmentos en los que se divide el último trabajo de Sergey Loznitsa, en el que un periodista alemán, con un compañero ucraniano, quiere hacer un reportaje sobre el estado de los combatientes separatistas. Pasa su control fronterizo, llega hasta sus tanques, habla con los soldados, y hasta ahí la hostilidad parece reducirse a lo verbal. Y entonces, sin previo aviso, son bombardeados. Es un momento harto ilustrativo de los límites de la comunicación, llevado al extremo en este caso por la violencia bélica, teniendo en cuenta que Donbass, título que denomina esta zona geográfica, parte de unos hechos que habrían acontecido ahí de verdad… o al menos así lo relataron unos medios corrompidos y nada fiables.

    Se esboza así el tema de las fake news, cuyo contexto entroncaría con la tradición de un cineasta de trayectoria sobre todo documental, aunque también con ejemplos de ficción, como Krotkaya (2017), presentada en competición en el festival de Cannes de ese año. Donbass tuvo su puesta de largo al año siguiente en la sección Un Certain Regard, haciendo gala del talento prolífico de un director siempre bien recibido en el certamen galo. De hecho este último filme ganó ahí el premio a mejor director, e incluye un agradecimiento expreso a Thierry Frémaux. Es más, aunque está subtitulada en francés, estamos ante una coproducción con participación de varios países europeos y se antoja como llamada de emergencia dirigida a los espectadores y líderes del viejo continente para que adquieran conciencia de esta crisis, que como hemos dicho ignoran en gran medida pese a su cercanía y su trascendencia. Su estreno en nuestras salas sería incluso más oportuno de lo habitual al coincidir con las elecciones presidenciales ucranianas, que anuncian la derrota del presidente llegado al poder gracias a las manifestaciones del Euromaidán, el reverso europeísta de los simpatizantes pro-rusos y separatistas. No se trata tanto de tomar partido como de recordar que un conflicto político entre élites puede ocultar grandes penurias reales de miles de ciudadanos desconocidos. Loznitsa emplea entonces un enfoque muy apropiado al conectar las dos esferas, pues Donbass retrata, además de los soldados e informadores, tanto a los ciudadanos de a pie como a los gobernantes locales o regionales. Es muy llamativa por ejemplo la conexión que ofrece uno de los personajes, una mujer que primero vemos como la hija de una señora mayor cobijada, en condiciones de gran insalubridad y escasez, en un refugio antibombas; y que a continuación, después de salir de este lugar y ser conducida en coche a otro, resulta ser también la secretaria de uno de esos gobernantes, con un elegante despacho ubicado en un edificio en perfecto estado.

    «Loznitsa juega con el lenguaje audiovisual para a menudo borrar la distinción entre realidad y ficción. Intenta narrar con el mayor rigor posible las múltiples facetas del conflicto, sin ninguna concesión en cuanto a la crudeza de las imágenes que vemos».


    Este ejemplo por cierto nos permite destacar la llamativa estructura de la película, compuesta como adelantábamos de varios segmentos sucesivos, que podrían calificarse como auténticas secuencias, unidas una a otra por algún personaje como la citada mujer. Con ello aquellas evolucionan con una cierta continuidad temporal aunque se vaya rompiendo la continuidad espacial, mediante los oportunos rótulos. Al mismo tiempo esta segunda continuidad se refuerza porque tales secuencias están predominantemente rodadas en un solo plano o en varios de larga duración. El primero de estos planos secuencia es impresionante, al principio estático y luego siguiendo a la carrera a un grupo de mujeres que son evacuadas de un improvisado salón de belleza. A este le siguen otras tomas alargadas más sosegadas, pero en el mencionado refugio antibombas la ausencia de corte adquiere una justificación metalingüística. Y es que la cámara está siguiendo a un personaje que se está dirigiendo al propio operador, o a alguien situado junto a él, haciéndole un tour por el local, como si efectivamente en ese momento se estuviera realizando un reportaje o documental. En otras palabras, Loznitsa juega con el lenguaje audiovisual para a menudo borrar la distinción entre realidad y ficción. Intenta narrar con el mayor rigor posible las múltiples facetas del conflicto, sin ninguna concesión en cuanto a la crudeza de las imágenes que vemos, pues incluso secuencias a priori más alegres o pacíficas, que nos podrían dar algún respiro, toman enseguida un tono enrarecido y agobiante: véase en este sentido la celebración de una boda. Sin embargo, por otro lado este cineasta sabe hasta que punto puede manipular, o representar este escenario con una mínima estilización para que su efecto de denuncia tenga todo el poderío necesario. De hecho nos queda la duda final, quizá criticable, de si la relativa homogeneidad de pensamiento, ya sea belicista o resignada, de todos los personajes de la historia, es efectivamente la más ajustada a la realidad de un país partido en dos, o si se acerca también a la manipulación para que el espectador se quede con la idea de que no se enfrentan aquí amigos y enemigos, o personas de ideología opuesta, sino que el enemigo y la ideología están por encima de todos ellos y los somete a todos por igual | ★★★★☆


    Ignacio Navarro
    © Revista EAM / Madrid


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