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    Crítica: Predator

    El cazador que cayó a la Tierra

    Crítica ✷✷✷ de Predator (The Predator, Shane Black, Estados Unidos, 2018).

    Estados Unidos. 2018. Título original: The Predator. Director: Shane Black. Guion: Shane Black, Fred Dekker (Personaje: Jim Thomas, John Thomas). Productores: Lawrence Gordon, John Davis. Productoras: 20th Century Fox / Davis Entertainment / TSG Entertainment / Canada Film Capital / Dark Castle Entertainment. Fotografía: Larry Fong. Música: Henry Jackman. Montaje: Harry B. Miller III. Diseño de producción: Martin Whist. Reparto: Boyd Holbrook, Olivia Munn, Trevante Rhodes, Sterling K. Brown, Jacob Tremblay, Jake Busey, Edward James Olmos, Yvonne Strahovski, Thomas Jane, Keegan-Michael Key.

    Han pasado más de tres décadas desde que Arnold Schwarzenegger, en la cresta de la ola como estrella de acción taquillera, se embarcara en una de sus aventuras más terroríficas, la del comando de soldados aniquilado por una letal criatura extraterrestre en plena selva amazónica en Depredador (John McTiernan, 1987). Aquella película supo jugar a la perfección la baza de combinar ciencia ficción con el género bélico –una fórmula que, un año antes, ya había funcionado estupendamente bien en aquella Aliens, el regreso (James Cameron, 1986), que sacrificó buena parte del suspense y el ambiente claustrofóbico de la obra maestra de Ridley Scott en beneficio de la acción sin tregua–, algo que crítica y público supo valorar convirtiéndolo en un título de culto para los aficionados al cine fantástico de los 80. Su secuela no se hizo esperar demasiado y Depredador 2 (Stephen Hopkins, 1990), pese a no gozar de la excelente reputación de la primera parte, trasladó con cierto estilo la acción a otra jungla bien diferente, esta vez de asfalto, la de las calles de Los Ángeles, con el alienígena cazador enfrentándose a un grupo de policías encabezado por Danny Glover. Pese a que el éxito fue menor, la Fox, lejos de dar carpetazo a esta franquicia, se desmarcó, más de una década después, con un curioso experimento, el de unir en un mismo universo a sus dos monstruos espaciales más míticos, en dos entregas de Alien Vs. Predator (estrenadas en 2004 y 2007, respectivamente) que, pese a generar aceptables dividendos en taquilla, no pasaron de ser unos genéricos vehículos de serie B confeccionados para único disfrute de los fans menos exigentes de ambas sagas. Tres años después del último spin-off nos llegó la tercera entrega de la serie, Predators (Nimród Antal, 2010), tan honesta como simpática, que contó con un punto de partida de lo más sugestivo: los más variopintos asesinos de la Tierra eran llevados a otro planeta, donde eran cazados por los depredadores. La crítica fue (injustamente) demasiado severa con esta cinta y su éxito comercial tampoco fue el esperado, por lo que parecía que esta gallina de los huevos de oro estaba acabada.

    Predator (2018) llega a las carteleras con la esperanza de insuflar nuevos aires a una serie que todavía no había dicho su última palabra. Es evidente que, en esta ocasión, la apuesta de Fox ha sido mayor que en el tercer episodio, ya que, si aquel costó la modesta cifra de 40 millones de dólares, esta nueva aventura se ha disparado hasta los 88 millones de la misma moneda. Nos encontramos ante una secuela directa de Depredador 2, que omite los acontecimientos desarrollados en Predators para tener como principal modelo a seguir la legendaria primera película de McTiernan, cuyos hechos sí son mencionados en la nueva historia. El filme nace como un reboot destinado a reiniciar la franquicia, atrayendo a los seguidores de las cintas clásicas, a golpe de explotar el factor nostalgia a través de inteligentes guiños, y ganándose a las nuevas generaciones a base de acción sin tregua, unos efectos especiales más sofisticados y un tono mucho más gamberro y desenfadado del que conocíamos. Para ello, se ha confiado la dirección Shane Black, un cineasta bien curtido en el mejor cine de acción –suyos fueron los guiones de Arma letal (Richard Donner, 1987) o El último Boy Scout (Tony Scott, 1991)–, y, ya como realizador, capaz de facturar con igual solvencia cine independiente como Kiss Kiss Bang Bang (2005) o un blockbuster de las dimensiones de Iron Man 3 (2013). Él ha sido el encargado del guion en colaboración con Fred Dekker, toda una institución en el cine fantástico por haber dirigido dos perlas como El terror llama a su puerta (1986) y Una pandilla alucinante (1987), algo que ya supone toda una declaración de intenciones respecto al nuevo camino, menos oscuro y con unas mayores dosis de humor, que la saga ha decidido tomar. Hay que reconocer que la jugada le ha salido, por una vez y sin que sirva de precedente, fantásticamente bien y Predator ofrece todo lo que cabría esperar de una secuela protagonizada por estas peligrosas criaturas empeñadas en acabar con la raza humana, siendo una entrega de lo más refrescante y disfrutable. Algo que ya es más de lo que puede decirse de, por ejemplo, Independence Day: Contraataque (Roland Emmerich, 2016), esa tardía continuación de otro de los grandes éxitos del catálogo Fox que incurrió en los peores defectos de la original sin abrazar ninguno de sus aciertos.

    «Puede que no sea un gran filme y que su historia adolezca de originalidad o auténtico riesgo para ofrecer algo nunca antes visto en la saga, pero está rodado con muy buen ritmo y acierta de lleno cuando rememora los puntos fuertes del Depredador que protagonizara Schwarzenegger».


    Vuelven así a la gran pantalla, en todo su esplendor, unos depredadores genéticamente mejorados e igual de sanguinarios que siempre, enfrentados para la ocasión con un inefable grupo de exsoldados, a cada cual más extravagante -se lleva la palma el personaje de Thomas Jane que, afectado de síndrome de Tourette, proporciona algunos de los momentos más hilarantes de la función-, unos proscritos, en la mejor tradición de El equipo A, que se pasan la mayor parte de la película haciendo chistes verdes sobre las madres de los otros. Por su parte, Boyd Holbrook se revela como un “héroe” bastante carismático y canalla, mientras que Olivia Munn sorprende con una inesperada vis cómica en su composición de bióloga malhablada. Predator es una cinta realmente cumplidora como producto de evasión. Tiene mucha acción y no deja espacio para el aburrimiento en ningún instante. A pesar de que el humor es constante (y no siempre igual de eficaz, ya que se debate entre lo facilón y lo políticamente incorrecto), y que la inclusión de un personaje infantil decisivo en la trama -el siempre fantástico Jacob Tremblay dando vida a un chaval con autismo pero dotado de una gran inteligencia para la tecnología- no parece, a priori, una decisión acertada para una historia de este tipo, al menos se agradece que sus responsables no hayan escatimado en escenas violentas y, de este modo, las decapitaciones y desmembramientos continúen siendo lo suficientemente abundantes como para complacer a quienes esperen su festín gore. Puede que no sea un gran filme y que su historia adolezca de originalidad o auténtico riesgo para ofrecer algo nunca antes visto en la saga, pero está rodado con muy buen ritmo y acierta de lleno cuando rememora los puntos fuertes del Depredador que protagonizara Schwarzenegger -las escenas de combate en plena jungla, los efectos de la visión térmica de los alienígenas, la música de Henry Jackman rindiendo tributo al memorable score de Alan Silvestri-, así como logra que el grupo de perdedores que conforma el escuadrón protagonista se gane con facilidad la simpatía del público a golpe de buen humor y una camaradería tan ingenua como encantadora. Independientemente de la suerte que corra en taquilla este Predator de 2018, no podemos dejar de aplaudir las bondades de una película muy divertida que ha sabido ser respetuosa con el material original y que posee la energía suficiente para dar lugar a más secuelas. Su escena final, al menos, ha dejado la puerta abierta a nuevas posibilidades que no importaría que fuesen explotadas si se realizaran con la misma profesionalidad que la que nos ocupa. | ✷✷✷✷✷ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


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