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    Crítica | En attendant les barbares

    El último refugio de la civilización

    Crítica ★★★★ de En attendant les barbares (Eugéne Green, 2017).

    Francia, 2017. Título original: «En attendant les barbares». Director: Eugène Green. Guion: Eugène Green. Producción: Chantier Tecknics / Chantiers Nomades. Fotografía: Raphaël O'Byrne. Reparto:Valentine Carette, Hélène Gratet, Anne-Sophie Bailly, Chloé Chevalier, Roman Kané, Clément Durand, Arnaud Vrech, Fitzgerald Berton, Marine Chesnais, Fraçois Lebas, Ugo Broussot, Frédéric Schulz Richard . Presentación oficial: Festival de Gijón 2017. Duración: 75 minutos.

    Que al jurado del pasado Festival de Gijón, presidido por Wilt Whitman, no le preocupara que su fallo pudiese levantar división de opiniones y controversia entre el público, como así fue, e hiciera entrega del Premio a la Mejor Película a En attendant les barbares (2017), visto desde la distancia podría parecer obvio. Con este galardón en el fondo no se hacía más que reconocer la excepcionalidad de Eugène Green, uno de los autores europeos más apreciados por la cinefilia y por el propio festival, en el que se vieron algunas de sus primeras películas. En cierto modo, premiarle podría considerarse devolverle el gesto de ceder en primicia el estreno mundial de su último largometraje al festival asturiano. Pero también respondía a algo más importante. Atendiendo a las características de esta en absoluto convencional propuesta, surgida como práctica de un taller de interpretación, la decisión va más allá de rendir pleitesía a un prestigioso cineasta, se antoja un desafío sumamente arriesgado hacia un cine limítrofe con su propia representación, que no cede ante las exigencias del cine contemporáneo, ni mucho menos de los bárbaros norteamericanos a los que alude el título, para mostrarse sin artificios, completamente desnudo. En definitiva, un premio, y una película, que fueron como un regalo para el festival, que iniciaba nueva etapa con la inteligencia y el tacto necesarios para volver la vista atrás sin dejar de pensar en una programación capaz de iluminar el presente.

    Junto a la palabra, es precisamente la luz natural el elemento del que mejor se nutre el cine del director de La sapienza (2014), en la que reflexionaba alrededor de su importancia en la arquitectura para dotar a los espacios de vida. Un arquitecto no es nada sin luz, y para demostrarlo se servía de Borromini y el barroco romano, que analizaba detalladamente en boca de sus personajes, estableciendo una honda y esperanzadora reflexión sobre el arte que desplegaba a través de la insólita amistad entre un arquitecto y un brillante estudiante. Esa dinámica maestro-alumno se encontraba también presente en Le fils de Joseph (2016), intercambiando de nuevo los roles entre el adulto y el adolescente, lo que provocaba una transmisión del conocimiento en ambas direcciones. Por tanto, no resulta extraño que haya dado el paso de trasladar esa pedagogía al largometraje, esperando extraer algo nuevo del proceso. “Un taller se ha convertido en película. Ha sucedido en Toulouse. La realidad de un pueblo. La realidad de tres lugares. La realidad de doce actores y un pequeño equipo técnico se convierte en una expresión de la ficción, de la realidad del mundo”. Tras la presencia de este texto en pantalla, un plano fijo del Dique de Bazacle como único contexto y el inserto de fotografías de los ensayos y del rodaje, que reconocen la naturaleza del proyecto, Eugène Green entabla otro sublime ejercicio de anacronía con el que, al igual que en Le monde vivant (2003), vuelve a los temas y ambientes de caballería en oposición a los problemas del mundo contemporáneo.

    Eugène Green entabla otro sublime ejercicio de anacronía con el que, al igual que en ‘Le monde vivant’ (2003), vuelve a los temas y ambientes de caballería en oposición a los problemas del mundo contemporáneo.


    Una noche de otra época que recuerda a la nuestra, una serie de personajes de distintas clases sociales acuden a buscar refugio a una vieja mansión. Allí habitan dos magos que les prometen dar cobijo a cambio de desprenderse de sus pertenencias tecnológicas. Un gesto con el que se invita al espectador a alejarse del ruido y la ansiedad actuales para adentrarse en el lenguaje de un mundo pretérito, a la vez que los actores abandonan sus tabletas y auriculares en una cesta para entregarse a la palabra y sus cuerpos. Elementos que han hecho reconocible el estilo de Eugène Green y que se decide a resignificar a partir del componente teatral de los diversos ensayos y juegos de escena que alberga la pieza. Iluminación natural, hieratismo en la puesta en escena y rigidez interpretativa caracterizan el estilo de Eugène Green, que en En attendant les barbares lleva hasta su mínima expresión. Al estar rodada en su mayoría en plató, juego con una iluminación de gran intensidad en los rostros, sorprende por el desborde tonal de un azul intenso que compensa su renuncia a cualquier otro elemento escenográfico, depurando la composición. En cierto modo, la película podría verse como un muestrario de su técnica cinematográfica (largos soliloquios en primer plano, planos contraplano mirando a cámara deudores de Ozu), pero ante todo plantea una resistencia, un alegato profundamente humanista, el del último refugio de la civilización frente a los bárbaros. | ★★★★ |


    Antonio M. Arenas
    © Revista EAM / Festival de Gijón



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