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    Crítica | Invitación de boda

    Amor en zona de cólera

    Crítica ★★★ de Invitación de boda (Wajib, 2017).

    Palestina, Francia, Colombia, Alemania, Emiratos Árabes, Qatar y Noruega, 2017. Dirección: Annemarie Jacir. Guion: Annemarie Jacir. Productoras: Ape&Bjørn / Ciudad Lunar Producciones / JBA Production / Klinkerfilm Productions / Philistine Films / Schortcut Films / Snowglobe Films. Fotografía: Antoine Héberlé. Montaje: Jacques Comets. Diseño de producción: Nael Kanj. Vestuario: Hamada Atallah. Reparto: Mohammad Bakri, Saleh Bakri, Maria Zreik, Rana Alamuddin. Duración: 96 minutos.

    Desde nuestra visión occidental y cristianizada, Nazaret es una ciudad de nombre y efecto emblemático, que nos retrotrae a la infancia de Jesús y que asociamos a los recuentos que se han hecho de su vida y las vicisitudes que ha seguido después su religión. En la actualidad sin embargo es una población en su mayoría compuesta por árabes y más de la mitad musulmanes, ubicada además en el Estado de Israel, cuya minoría gobernante controla a la mayoría palestina que ha fijado ahí su residencia. Se entremezclan por tanto dos niveles sociológicos de espinosa convivencia: el religioso y el nacional, en un contexto más amplio de una zona sometida a tensiones históricas y no muy lejana al espacio de propagación del más cruel fanatismo. En otras palabras, se dificulta la aspiración de paz y hermandad bajo cuya órbita nació esta urbe, aunque al mismo tiempo se sigue respirando en ella un aire común que difumina los enfrentamientos que nosotros podemos imaginar, a miles de kilómetros de distancia y con el filtro de las redes y los medios de comunicación. En concreto sus habitantes comparten una cierta mentalidad conservadora propia de esa zona del mundo, donde se superponen tradiciones locales reacias a admitir lo extranjero y los progresos a favor de la igualdad. Está mal visto salirse de su círculo de nacimiento y el hombre suele llevar ahí la voz cantante. Por ello sorprende gratamente que nos cuente este estado de cosas una mujer, Annemarie Jacir, guionista y directora de Invitación de boda, presentada con éxito el año pasado en Locarno y recién estrenada en España.

    El título es muy explicativo de una premisa que se extiende a casi toda la narración: un padre y su hijo van en coche por la ciudad para repartir las invitaciones de boda de la hija del primero y hermana del segundo. Es en cierta manera una road movie que en lugar de trasladarse de un paisaje a otro discurre por varios puntos del mismo, eso sí con las diferencias socioculturales que hemos apuntado. En cualquier caso este subgénero suele caracterizase por su naturaleza episódica, la cual aquí se ve acentuada por la mencionada premisa. En efecto los dos protagonistas van de una casa a otra, pasando casi siempre por el mismo ritual de saludos familiares, entrega de la carta y breve charla acompañada de café, té o algo más sustancioso que llevarse a la boca. El punto de partida es pues intrigante, aunque enseguida el metraje se vuelve algo repetitivo. Ahora bien, sin apenas darnos cuenta se van introduciendo en estos diálogos en apariencia anodinos elementos que sacan a relucir tanto las rencillas que sobrellevan estos parientes como aquellas otras de más amplia dimensión. Incluso a veces una conversación que en verdad no tiene relación alguna con el grueso de la trama deja esbozada una metáfora que más tarde cobrará mayor sentido. Es el caso de la constante reprimenda que el hijo le hace al padre por no dejar de fumar después de habérselo ordenado el médico, teniendo en cuenta además que el primero ha dejado el tabaco sin estar obligado a ello. Pues bien, al final los dos dejan de lado estas coerciones a su antiguo hábito y comparten un último cigarrillo juntos, lo cual puede simbolizar tanto su reconciliación como su resignación, esto es ante el mundo en el que les ha tocado vivir.

    «Los dos protagonistas van de una casa a otra, pasando casi siempre por el mismo ritual de saludos familiares, entrega de la carta y breve charla acompañada de café, té o algo más sustancioso que llevarse a la boca. El punto de partida es pues intrigante, aunque enseguida el metraje se vuelve algo repetitivo».


    Sin desvelar más acontecimientos propios del desenlace de la historia, observamos que ésta transcurre antes por las callejuelas y moradas de Nazaret, abarcando barrios de distinta categoría y arquitectura. Esto permite que la puesta en escena, pese a circunscribirse a menudo al interior del vehículo y a los diálogos que mantienen escasos personajes, tenga una mayor riqueza si atendemos a sus segundos o terceros términos. En otras palabras, el uso de tomas largas y dinámicas deja entrever, más allá de la mirada que cerca de la cámara forman los protagonistas, otras realidades que acontecen a su alrededor. Es llamativa en este sentido la escena en la que padre e hijo pasan por una de esas calles en su coche pero deben detenerse ante el atasco formado por un cortejo fúnebre. Uno de los que lideran la marcha les revela desde detrás de la ventanilla que el fallecido es un electricista que ambos conocían, dato que convierte esa realidad externa en elemento propio de la acción principal, también porque la información será retomada en un par de ocasiones más adelante. Es un ejemplo del hábil manejo de la narración por parte de Annemarie Jacir, manteniendo un cierto equilibrio entre su discurso más intimista y el más político o generalizado, y logrando así que los dos se vayan retroalimentando. De lo contrario como decíamos la trama quedaría algo insuficiente, y para justificar el largometraje se ensancharía a base de reiteraciones.

    En esta línea cabe destacar igualmente la estructura progresiva del guion, que va incorporando algunos giros anticipados previamente, como la ausencia de la madre, e incluso añadiendo físicamente personajes que durante buena parte del metraje son aludidos varias veces sin hacer acto de presencia. Es el caso de la propia prometida: cuando parecía que toda la historia se limitaría a tratarla fuera de campo, su doble reunión con su padre y su hermano permite consolidar esa primera dimensión de la trama relativa al círculo familiar, que sin ello quedaría hueca. Esto también es digno de mención porque la diversificación del protagonismo contribuye a dotar de entidad propia a varios actores, todos ellos más que correctos en interpretaciones bien distintas. Sin el apoyo firme de estos intérpretes la narración correría asimismo el riesgo de desviarse demasiado hacia el plano más discursivo y metafórico. Empero en la voluntad de dar importancia a ambos niveles resurge la criticada repetición, ya no derivada de la naturaleza periódica del relato sino de la insistencia y a la vez la superficialidad con la que se tratan algunos de sus temas: esto ocurre porque no hay apenas acciones que revitalicen el conflicto. Y es que al fin y al cabo, por matizados que pretendan ser el libreto y la planificación dirigidas por Jacir, su propia localización acaba resumiendo los frentes abiertos en uno solo, que no es más que la extrapolación de la antiquísima dualidad entre tradición y razón. |★★★|


    Ignacio Navarro Mejía
    © Revista EAM / Madrid



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