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    Crítica | Hostiles

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    Crítica ★★★ de Hostiles (Scott Cooper, EE.UU, 2017).

    Cristóbal Colón murió ostentando el título, no sólo de “descubridor” de América, sino también de último hombre del medievo. El navegante jamás aceptó que un pedazo de tierra, que ni siquiera contemplaba la Biblia, pudiera haberse interpuesto entre su Santa María y la India, por lo tanto, negando la existencia de aquello que él mismo había descubierto, fue el último representante de la cosmovisión medieval. De esta obstinación orgullosa —admitir la existencia de América suponía aceptar la impracticabilidad de la ruta suicida original y la de sus cálculos de navegación—, surgió el mayor equívoco etnográfico de la historia: los indios occidentales. Suponiendo que había logrado su objetivo de alcanzar Asia con sus naves, el almirante comenzó a llamar indios a los nativos americanos y, siguiendo la corriente a un hombre que prometía grandes riqueza al imperio español, se popularizó y extendió el gentilicio, incluso después de la muerte del descubridor y de que Galileo aportase pruebas irrefutables del error. Los americanos serían otros, aquellos que llegaron, por supuesto, después de la independencia, una vez que esos individuos originarios, que ni eran parte de América ni tampoco eran europeos, fueron confinados en reservas y forzados a una ignominiosa reclusión. La nueva película de Scott Cooper, Hostiles, nos sitúa en 1892, fecha por la cual todos los indígenas ya “disfrutaban” de su lugar de esparcimiento lejos de la civilización, aunque todavía existía algún rebelde vagando por el oeste para evitar ser apresado. De esta forma, y según esquemas comunes del western, el realizador presenta una “Ride Movie” —similar a las road movies pero a caballo— desde una óptica tan brutal como romántica.

    Cooper aprovechará la potencia estética de su poética imagen, caracterizada por el uso de largas y fotogénicas panorámicas tendentes a la sublimación naturalista de encuadres e iluminaciones, para mitigar el efecto narcótico de una narración flemática con ciertas pretensiones introspectivas. Sin embargo, ni tan siquiera la extraordinaria fotografía de Masanobu Takayanagi logrará avivar la marcha fúnebre propuesta por el realizador, que se deja llevar en demasiadas ocasiones por una exagerada verborrea dialógica a media voz que sobreexplica e impide al espectador sacar sus propias conclusiones de lo acontecido. Este recurso podría haber funcionado mucho mejor si se hubiese aplicado a parte de los personajes secundarios, de forma que el protagonista permaneciera más lacónico y hermético ya que, desde el comienzo del filme, queda claro que el veterano capitán Joseph J. Blocker es un hombre cuya forma de comunicación predilecta es la violencia. Un lenguaje fundamentado en la brutalidad, adquirido tras años de supervivencia en uno de los entornos más crueles de la historia moderna: las Guerras Indias. Una vida de familiarización con la muerte que ha afectado al taciturno oficial hasta el punto de perder la perspectiva de lo que supone arrebatar una vida o perder a un compañero en la batalla, un martirio interminable para el que no fue capaz de encontrar remedio, mas sí una forma de canalizar ese sufrimiento por medio de un odio desproporcionado hacia el nativo, causante, bajo su parcial y manipulado punto de vista, de todos los males del nuevo mundo.

    «El odio mutuo que existe entre estas dos figuras será, en cierto modo, un recurso retórico de correlación que equiparará a ambos personajes a través de la violencia. Precisamente por ello, el viaje del protagonista será de carácter iniciático, pues en él apreciaremos el proceso de entendimiento, respeto y, en última instancia, identificación del soldado americano con el jefe indio».


    Por este motivo, cuando Blocker es puesto al mando de una expedición encargada de liberar y ofrecer protección a Yellow Hawk, un jefe Cheyenne al que consiguió capturar hace siete años después de una cruenta lucha y cientos de muertes en ambos bandos, no puede sino tomar la tarea como una ofensa personal, pues discrepa en que semejante asesino, por muy moribundo que esté, tenga derecho a regresar a su tierra, aunque sólo sea para ser enterrado junto a su tribu. Será precisamente en relación a esta premisa donde, como en la mayoría de westerns americanos posmodernos, resida la principal baza crítica sobre la ética del soldado invasor. Para un combatiente, cuya única misión a lo largo de su carrera ha sido arrestar y asesinar nativos americanos, quienes a su vez mataban a sus amigos y compañeros, es imposible detenerse a pensar que la situación de los indígenas es, incluso, peor que la suya. El odio mutuo que existe entre estas dos figuras será, en cierto modo, un recurso retórico de correlación que equiparará a ambos personajes a través de la violencia. Precisamente por ello, el viaje del protagonista será de carácter iniciático, pues en él apreciaremos el proceso de entendimiento, respeto y, en última instancia, identificación del soldado americano con el jefe indio. A pesar de que la moraleja del indígena indefenso que trata de sobrevivir a los ataques del hombre blanco, viendo además cómo su pueblo era exterminado y expulsado de las tierras en las que habían vivido durante siglos, resulta a estas alturas demasiado manida, es de agradecer que en el filme sea la mujer, oprimida en la salvaje Norteamérica de finales del siglo XIX, quien muestre algo de cordura y sensatez en la defensa de los derechos del nativo, dibujando al hombre barbarizado e incapaz de pensar en nada más que en los beneficios que obtenga de un territorio libre de comanches; por ejemplo, la posibilidad de una ruta comercial segura y apacible —como si no hubieran ya por entonces cientos de imitadores de Jesse James a la espera de un fructuoso asalto—.

    «El poder de su desenlace, que se aleja de la sensiblería y la demagogia, reside en la absoluta desconexión empática con los protagonistas, pues el destino de cada uno de ellos será por completo irrelevante; lo que realmente importará será la evolución del soldado, atender a cómo esos mecanismos que mueven al odio logran fluctuar para, en la anagnórisis final, ofrecer una perspectiva paradójica de su propia condición».


    Toda la violencia y la crueldad imperantes en este desagradable capítulo de la conquista y civilización del far west se resume ya en la escena de apertura, donde apreciamos a un matrimonio haciendo las tareas propias de su sexo: el hombre dedicado a la construcción y la mujer a los quehaceres domésticos, como cuidar a su bebé recién nacido y educar a sus dos hijas preadolescentes. Justo cuando parece que las niñas han entendido la finalidad de los adverbios, aparece una banda de salvajes con la intención de saquear todo lo que tenga valor y prender fuego a los despojos. El hombre, que parecía haber vivido a la espera de que este momento ocurriera, inmediatamente activa el plan de evacuación de su familia mientras él se lanza a la desesperada contra sus enemigos. Como era de esperar, el plan fracasa incluso antes de que la mujer y las niñas tengan tiempo de ponerse a cubierto, e instantes después vemos Rosalee, la mujer, dejando a sus dos hijas muertas atrás tratando de salvar a un bebé que hace tiempo descansa inerte en sus brazos atravesado por una bala más grande que su corazón. Esta brutalidad inicial tiene una función narrativa de aclimatación al entorno de resentimiento homicida que existirá en todo el metraje, para que el espectador sea capaz de entender las fases por las que pasa cada personaje. Un trabajo que será simplificado, y exento de historias paralelas o narraciones múltiples, cuando los miembros de la expedición de Blocker encuentren a la mujer en estado de shock, en el interior de lo que queda de su casa, y decidan llevarla con ellos para ponerla a salvo en el próximo pueblo por el que pasen.

    Por si el grupo no fuera lo suficientemente variopinto, aparece en escena un soldado asesino que espera ser juzgado en un consejo de guerra por un crimen atroz. Este preso es puesto, como favor personal, bajo la custodia de Blocker, quien tendrá que escoltarlo para que sea ajusticiado. Comienza aquí un constante cruce de declaraciones y sentencias sobre la moralidad y la venganza, que llevan a cada uno de los personajes a decidir su futuro. El perdón, la esperanza por una nueva vida, el amor, la lealtad y la traición serán los tópicos que muevan los últimos compases de la película hasta llegar a un desenlace demasiado naif y ortodoxo que, de haber sido imitado por Clint Eastwood en Los puentes de Madison, habría ahorrado un gran reguero de lágrimas desconsoladas a los espectadores. Un desenlace que también tiene un lado positivo alejado de esa sensiblera demagogia, que reside en la absoluta desconexión empática con los protagonistas —sí, en este caso eso es un punto favorable—, pues el destino de cada uno de ellos será por completo irrelevante; lo que realmente importará será la evolución del soldado, atender a cómo esos mecanismos que mueven al odio logran fluctuar para, en la anagnórisis final, ofrecer una perspectiva paradójica de su propia condición. | ★★★ |


    Alberto Sáez Villarino
    © Revista EAM / Dublín


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2017. Título original: Hostiles. Director: Scott Cooper. Guion: Scott Cooper, Donald Stewart. Duración: 133 minutos. Edición: Tom Cross. Fotografía: Masanobu Takayanagi. Música: Max Richter. Productora: Waypoint Entertainment / Grisbi Productions, Le. Diseño de vestuario: Jenny Eagan. Diseño de producción: Donald Graham Burt . Intérpretes: Christian Bale, Rosamund Pike, Wes Studi, Jesse Plemons, Rory Cochrane, Adam Beach, Q'orianka Kilcher, Ben Foster, Paul Anderson, Stephen Lang, Bill Camp, Peter Mullan, Timothée Chalamet, Ryan Bingham, Scott Wilson, Robyn Malcolm, Tanaya Beatty, John Benjamin Hickey, David Midthunder, Scott Shepherd, Cassandra Rochelle Fetters, Luce Rains, Scott Anderson, Christopher Hagen. Presentación oficial: Telluride Film Festival, 2017.


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