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    Crítica | Las estrellas de cine no mueren en Liverpool

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    Crítica ★★★ de Las estrellas de cine no mueren en Liverpool (Film Stars Don't Die in Liverpool, Paul McGuigan, Reino Unido, 2017).

    El Hollywood dorado está más vivo que nunca. Conscientes de la fascinación que ejercen las figuras de las grandes estrellas del cine clásico sobre el espectador, los astutos estudios parecen haber puesto sus maquinarias en marcha para desempolvar todo su añejo star-system, tanto en cine como en televisión, descubriéndonos a las personas que se escondían tras los actores, con sus luces y sus sombras. No hace mucho, Mi semana con Marilyn (Simon Curtis, 2011) ya había tenido la oportunidad de resucitar a una Marilyn Monroe más vulnerable que nunca, encarnada por la estupenda Michelle Williams en una actuación que le valió una nominación al Oscar. A diferencia de otros biopics más tradicionales, aquella cinta se centró en un episodio muy concreto de la vida de la explosiva tentación rubia, el de la tensa relación que mantuvo con Laurence Olivier, su director y compañero de reparto, durante el rodaje de El príncipe y la corista (1957). En esta misma línea se mueve Las estrellas de cine no mueren en Liverpool (Paul McGuigan, 2017), la traslación a la gran pantalla de las memorias del actor británico Peter Turner, en las que recuerda la intensa relación amorosa que mantuvo con Gloria Grahame en los últimos años de vida de la mítica actriz. El agridulce relato de un idilio aliñado con todos los ingredientes propios de un melodrama romántico del Hollywood dorado, que podría haber rodado perfectamente Douglas Sirk. Una vieja gloria del cine clásico en el ocaso de su carrera y un joven aspirante a actor de Liverpool que desafían a la sociedad de finales de los 70 con una historia de amor que se sobrepone a las diferencias de edad (ella era 29 años mayor que él) y clases sociales, y que solo una mortal enfermedad fue capaz de romper. Este romance “de película” ha sido plasmado en celuloide por el director de El caso Slevin y el guionista Paul McGuigan con una gran carga de exacerbado romanticismo, bastante ternura y pocos reparos a la hora de explotar los elementos más lacrimógenos del relato con el fin de idealizar al máximo una historia, la de Grahame y Turner, que tenía todas las papeletas para no trascender de la simple anécdota dentro del amplio historial amoroso de la actriz.

    Las estrellas de cine no mueren en Liverpool comienza en 1981, cuando Peter Turner es avisado de que Gloria Grahame ha sufrido una importante crisis en su estado de salud en un hotel, por lo que no duda de llevarla a su humilde casa familiar para cuidarla en tan críticos momentos. Durante esta convalecencia, a la mente del joven llegan los instantes de felicidad que vivió en el pasado junto a la actriz. Se habían enamorado cuando ella vivía los últimos coletazos de su carrera, dedicándose, especialmente al teatro, a medio camino entre Nueva York e Inglaterra. Una mujer de armas tomar, que había sobrevivido a cuatro matrimonios (dos de ellos con el director Nicholas Ray y con su hijo Anthony Ray, algo que supuso un auténtico escándalo en la época, ya que había sido madrastra de este último) y que había protagonizado grandes clásicos como Encrucijada de odios (Edward Dmytryk, 1947), En un lugar solitario (Nicholas Ray, 1950), Cautivos del mal (Vicente Minnelli, 1952) -cinta que le valió el Oscar a la mejor actriz secundaria- o Deseos humanos (Fritz Lang, 1954), fomentando una imagen de femme fatale que, durante las décadas de los cuarenta y los cincuenta, funcionó como reverso rebelde de la heroína dulce e ingenua que defendía Marilyn Monroe en aquellos años. Por el contrario, Peter, pese a su juventud, no terminaba de encontrar oportunidades interesantes como actor, limitándose a deambular de casting en casting sin demasiada suerte y a interpretar pequeños papeles en obras de teatro de escasa relevancia. Sin embargo, estas dos personas tan diferentes terminaron encontrándose y viviendo una apasionada relación durante la que Grahame enseñó a su toy boy cómo funcionaba el negocio en la bulliciosa Los Ángeles y él hizo que la diva rejuveneciera a su lado, ilusionándose como una adolescente que vive su primer amor y superando las inseguridades ocasionadas por la diferencia de edad entre ambos. El filme de McGuigan recrea todos estos episodios de manera amable y bastante edulcorada, fomentada por una puesta en escena y una fotografía de Urszula Pontikos, de irreal belleza en algunos pasajes (ese soleado cielo californiano que se vislumbra través de la ventana de la casa de Grahame) puestas al servicio de convencer al espectador de lo idílica que fue aquella historia.

    «Una cinta entretenida y rodada con elegancia y buen gusto que, gracias a tener a Bening y Bell emanando genuina seducción desde la pantalla, como solo las estrellas de cine clásico sabían hacer, ya supone un pequeño regalo que merece ser disfrutado».


    La mejor baza con la que ha contado McGuigan para llevar a buen puerto su película ha sido, sin nunguna duda, su maravillosa pareja protagonista. Annette Bening ha sabido capturar a la perfección la complicada personalidad de la diva en sus últimos años. Su belleza madura y el perfecto dominio de cada mirada son claves para que su Gloria Grahame consiga cautivarnos de la forma en que lo hace, haciéndola cálida y cercana al espectador. Pero si Bening se ha llevado el personaje más jugoso de la función -de esos que parecen minuciosamente estudiados para proporcionarle una nominación a ese Oscar que sigue resistiéndose desde los tiempos de Los timadores (Stephen Frears, 1990)-, no menos convincente está Jamie Bell en su personificación de Peter Turner, su joven amante. El que fuera inolvidable protagonista de Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000) –¡qué placer volver a ver juntos en pantalla a Bell y a Julie Walters, esta vez en el papel de su madre y qué bueno volver a verle contonearse al ritmo de la música!– ofrece una actuación sentida y conmovedora que, lejos de acabar eclipsada ante la magnética presencia de Bening, alcanza una química romántica sorpredentemente creíble. Esta es palpable desde el primer encuentro de la pareja en pantalla, donde se marcan un genial baile al son de música disco, y no desaparece hasta después de su emocionante despedida en el coche del final, dejando para el recuerdo, en el camino, una emotiva escena sobre las tablas de un teatro vacío que representa muy bien lo que significa el ocaso (profesional y vital) de una estrella de la actuación. Las estrellas de cine no mueren en Liverpool es una obra con alma, que logra sobreponerse a la frialdad común en la mayoría de biopics de este tipo pese a no profundizar demasiado en los aspectos menos complacientes de su historia. El director utiliza con inteligencia los contrapuestos puntos de vista de ambos protagonistas a la hora de explicar las circunstancias que rodearon a la misteriosa desaparición temporal de Grahame de la vida de Parker y reúne un puñado de preciosos temas de la época –entre ellos una deliciosa versión de California Dreamin' de José Feliciano– para que sirvan de apoyo dramático a sus escenas. Es posible que, en última instancia, Las estrellas de cine no mueren en Liverpool no sea ese título que esté destinado a acabar con los tópicos de su género. Ni es lo suficientemente profundo ni se muestra demasiado objetivo con unos personajes a los que, evidentemente, sus creadores aman e idealizan, no dejando margen alguno para la duda de que lo que vivieron Gloria Grahame y Peter Turner no fuese otra cosa (¿relación de conveniencia, affaire pasajero?¡No, por favor!) que amor verdadero. Sí es, sin embargo, una cinta entretenida y rodada con elegancia y buen gusto que, gracias a tener a Bening y Bell emanando genuina seducción desde la pantalla, como solo las estrellas de cine clásico sabían hacer, ya supone un pequeño regalo que merece ser disfrutado. | ★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Reino Unido. 2017. Título original: Film stars Don't Die in Liverpool. Director: Paul McGuigan. Guion: Matt Greenhalgh (Memorias: Peter Turner). Productores: Barbara Broccoli, Colin Vaines. Productoras: EON Productions / IM Global / Lionsgate [USA]. Distribuida por Sony Pictures Classics. Fotografía: Urszula Pontikos. Música: J. Ralph. Montaje: Nick Emerson. Diseño de producción: Eve Stewart. Reparto: Annette Bening, Jamie Bell, Julie Walters, Stephen Graham, Vanessa Redgrave, Leanne Best, Kenneth Cranham, Frances Barber.


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