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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Tres anuncios en las afueras

    Un hombre bueno es difícil de encontrar

    Crítica ★★★★ de Tres anuncios en las afueras (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri; Martin McDonagh, Estados Unidos, 2017).

    «Habría sido una buena mujer —dijo el Desequilibrado— si hubiera tenido a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida».
    Flannery O’Connor, «Un hombre bueno es difícil de encontrar».

    Sobre el papel o en pantalla, aquello a lo que se llama América no tiene por qué ser América. Quizá la causa de que un británico como Martin McDonagh pueda filmar un relato ambientado en lo más profundo de los Estados Unidos y sea percibido como algo profundamente representativo de aquel país haya que buscarla en otra tierra compartida. El condado de Yoknapatawpha ideado por William Faulkner. Un lugar ficticio que, liberado de su referente geográfico, permitió al novelista aislar y sublimar los rasgos más extremos del Sur estadounidense. Su violencia, odios internos y atavismo. Este Sur, fundado en una región inexistente, pudo pues crecer libre de demasiadas deudas con la realidad y erigirse como una geografía literaria, alimentada a lo largo del siglo en torno a ese movimiento de contornos pocos definidos llamado el Gótico Sureño. En él, y no en la América real, hay que buscar las filiaciones que deja caer McDonagh. De hecho, el cineasta las llega a explicitar al principio del metraje, cuando podemos ver al personaje de Caleb Landry Jones, antes de que se desate la vorágine de acontecimientos que dan cuerpo al filme, repantingado sobre el sillón de su oficina leyendo un libro de relatos: «Un hombre bueno es difícil de encontrar», de Flannery O’Connor. La escritora sureña, católica enardecida en el lugar más enardecidamente protestante del mundo, trabajó con unas constantes que no solo nos sirven para rastrear el guiño de McDonagh, sino para comprender los procesos internos que operan en su desarrollo de personajes. Como sucede en el desenlace del cuento que citamos sobre estas líneas, O’Connor incorporaba las clásicas epifanías chejovianas de un modo acorde a ese choque de trenes religiosos del que procedía: con violencia desgarradora. En todo cuento de la escritora interviene un instante de fugaz revelación (de gracia, por ponerlo en los términos cristianos que empleaba ella misma) para un personaje que no la desea. Una revelación que irrumpe mediante el mecanismo de la violencia, el odio o la muerte. Cuando el Desequilibrado, el asesino en serie que aparece en «Un hombre bueno es difícil de encontrar», descubre en la abuela protagonista del relato un atisbo de auténtica piedad, dispara súbitamente el revólver con que la apuntaba, y tras ello reconoce el proceso que ha operado en el personaje: la amenaza de la muerte ha hecho emerger en ella una faceta de bondad desconocida.

    En principio, estas consideraciones parecen tener poco que ver con lo que anuncian las tres vallas publicitarias del título del filme, que Mildred, la protagonista encarnada por Frances McDormand, contrata buscando atención mediática para el caso de asesinato de su hija adolescente: la policía de Ebbing, Misuri, lleva siete meses investigándolo sin haber detenido a un culpable. Probablemente porque, aventura Mildred, están demasiado ocupados vapuleando a negros. Esto es, que McDonagh juega a sugerir una historia de madre coraje en busca de justicia para luego ir introduciendo sucesivas vueltas de tuerca, en uno de los libretos más impecables que ha dado el cine americano reciente (por eso mismo, evitaremos dar detalles argumentales más allá del planteamiento). La cuestión es que esta continua deriva, además de magnetismo, tiene sentido por cómo replica el funcionamiento impulsivo, crispado, de los personajes, en especial Mildred y su supuesto antagonista Jason (Sam Rockwell), un policía especialmente inepto, racista y de porrazo fácil. McDonagh arranca en la sátira más negra para ir virando hacia el rescate de ambos caracteres. Lo hace, justamente, con aquello que más los une: el odio. El amargo afán de venganza de Mildred y la agresividad paleta de Jason. En el caso de este último, de hecho, queda especialmente patente ese proceso o’connoriano por el cual la revelación se incorpora a su ser acompañada de las heridas físicas. Para la lenta cocción de este proceso, McDonagh dispone el personaje interpretado por Woody Harrelson. Padre y sheriff, o, lo que es lo mismo, encarnación del patriarca y el guardián de la ley que trata de aportar un mínimo de normatividad ontológica a un sistema casi desprovisto de la misma. La enfermedad terminal que sufre el sheriff, que conocemos nada más empezar el metraje, ya nos sugiere la situación de máxima debilidad que tales conceptos tienen en la atmósfera dibujada por McDonagh. No solo eso, sino que dicha debilidad trasciende al espacio fílmico y plantea el mismo conflicto entre la racionalidad de la ley y el salvajismo de lo violento a nivel narrativo. En una escena, por ejemplo, la voice over del sheriff trata de dar una lectura moral y humanista sobre los acontecimientos acaecidos en torno a los tres anuncios. La imagen, una vez acabado su discurso, lo silencia con una fuerte explosión. La figura de la ley patriarcal queda, literalmente, dinamitada, y con ello el sentido del relato que ésta propone. Completada esta negación, dicho sentido solo puede ser buscado entre los escombros calcinados.

    Tres anuncios en las afueras puede ser la traslación más fiel (aun renunciando a su visión religiosa e incorporando lo cómico) del universo de Flannery O'Connor a un medio cinematográfico que hasta ahora no le había hecho justicia. Esto es, un universo donde las heridas, sean de la naturaleza y época que sean, son curadas a base de abrirlas en canal y dejarlas sangrar.


    Por supuesto, las lecturas de Tres anuncios en las afueras no se agotan en las herencias del Gótico Sureño. Los mecanismos de odio y confrontación que explora en Ebbing se prestan a una lectura de especial actualidad en la era Trump, y también permiten cierto diálogo con el cine de los Coen, ya solo por la presencia de Frances McDormand. Ésta nos permite incluso una pequeña rima de lo más elocuente, dado que tanto aquí como en Sangre fácil (1984) propina sendas patadas en la entrepierna muy llamativas. Pero lo que en aquella era la resolución final de una situación de peligro para el personaje, aquí es uno de los momentos donde lo cómico y lo escalofriante se dan la mano con más ambigüedad. En el rostro de la actual McDormand se puede constatar una erosión amarga cuya raíz es tanto intrafílmica (el dolor por la pérdida de su hija) como externa (los treinta y tres años que median entre Tres anuncios en las afueras y Sangre fácil). Así, si en nuestra percepción del rostro de la actriz opera también lo referencial[1], podemos tratar de metaforizarlo y postular a McDonagh como un «post-coeniano». Esto es, un creador que se mueve por universos similares al de los hermanos, pero despojado de la perspectiva distanciada, irónica, del acto violento que hay en su cine. Lo de McDonagh sigue siendo humor negro, pero sin replicar la frialdad lúdica de los Coen o Tarantino. Lo negro en Tres anuncios en las afueras es abierta y dolorosamente negro. Pero si sigue siendo un elemento de comedia, ¿qué es entonces lo que nos permite reírnos si ya no contamos con un mecanismo distanciador? ¿Es una cuestión de ocultamiento por parte de McDonagh, que busca nuestra risa para después congelarla exponiendo lo que la ha movido? ¿O es un reflejo inherente al espectador el aunar lo desesperado y lo cómico? Sea como sea, lo que más separa a McDonagh de los Coen es la forma en la que construye un rescate de sus personajes, a primera vista imperceptible, a partir de sus derivas violentas. Y aquí, situarle en algún «post» se nos vuelve conflictivo, puesto que nos obliga a volver a la centralidad de Flannery O’Connor. En el fondo, Tres anuncios en las afueras puede ser la traslación más fiel (aun renunciando a su visión religiosa e incorporando lo cómico) del universo de la autora a un medio cinematográfico que hasta ahora no le había hecho justicia. Esto es, un universo donde las heridas, sean de la naturaleza y época que sean, son curadas a base de abrirlas en canal y dejarlas sangrar. | ★★★★ |


    Miguel Muñoz Garnica
    © Revista EAM / Festival de San Sebastián


    Notas
    [1] Insistiendo en la importancia que pueden adquirir las lecturas referenciales en Tres anuncios en las afueras, no nos resistimos a señalar el golpe de humor que supone la aparición de Clarke Peters en la película, y que se ve muy reforzado por tratarse, en un imaginario bastante compartido, del detective Lester Freamon de The Wire.

    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2017. Three Billboards Outside Ebbing, Missouri. Director: Martin McDonagh. Guión: Martin McDonagh. Compañías productoras: Blueprint Pictures. Presentación oficial: Festival de Venecia 2017 (premio al Mejor Guión). Productores: Graham Broadbent, Peter Czernin, Martin McDonagh. Música: Carter Burwell. Fotografía: Ben Davis. Montaje: Jon Gregory. Diseño de producción: Inbal Weinberg. Dirección artística: Jesse Rosenthal. Vestuario: Melissa Toth. Reparto: Frances McDormand, Woody Harrelson, Sam Rockwell, Peter Dinklage, John Hawkes, Abbie Cornish, Caleb Landry Jones, Samara Weaving, Kerry Condon, Nick Searcy, Lucas Hedges, Michael Aaron Milligan, Lawrence Turner, Amanda Warren, William J. Harrison, Sandy Martin, Christopher Berry, Zeljko Ivanek. Duración: 115 minutos.


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