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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Recuerdos desde Fukushima

    Si llegas y es regreso

    Crítica ★★★★ de Recuerdos desde Fukushima (Grüße aus Fukushima, Doris Dörrie, Alemania, 2016).

    Parece bastante claro que con Grüße aus Fukushima Doris Dörrie está sellando una trilogía que inició Sabiduría garantizada (Erleuchtung garantiert, 1999) y extendió Cerezos en flor (Kirschblüten-Hanami, 2008). El motor argumental que las une es el siguiente: una crisis profunda causada por una ruptura sentimental o una muerte conduce a que el sufrido héroe abandone su ciudad alemana y viaje a Japón. Lo curioso es que ese periplo propuesto tres veces por la directora se detenga siempre en el instante justo del regreso. En términos visuales, son viajes de ida. El personaje desaparece cuando ha trascendido sus heridas emocionales, una vez ha culminado el severo y complejo aprendizaje, ese que le proporcionará otra perspectiva de vida. Sólo entonces, la cámara se despega definitivamente de las miserias humanas y nos abre al mundo, a un gran plano general, a un paisaje o un icono animal. Tras esta experiencia intensa, no es que el punto de origen, el mundo de Occidente y su concepción antropocéntrica, palidezca, es que ha sido borrado del filme desde hace mucho metraje, logrando que sintamos muy cerca esos héroes alterados tras su peregrinaje espiritual.

    Entre unas y otras se dan, por otra parte, diferencias interesantes. En principio, de género: los dos hermanos de Sabiduría garantizada dieron paso al hombre guiado por el espectro de su mujer de Cerezos en flor y ahora a una mujer consumida. Del doble héroe masculino llegamos en Recuerdos desde Fukushima al femenino singular, siendo esta la variante más íntima y descarnada. Su minimalismo supera con creces las anteriores. El mismo punto de partida, ese horizonte teutón que todos abandonan, queda reducido a la mínima expresión. Ahora es el escenario de un mal sueño. Una impresión equivoca que enseguida corregiremos por el de una simple ensoñación al desembocar en el rostro ensimismado de la protagonista. Occidente comparece sólo en un momento de trance. Apenas es un pestañeo perpetrado tardíamente, cuando el largo desplazamiento casi ha terminado. El corte limpio de montaje provoca que apenas percibamos ese salto que la protagonista da entre uno y otro mundo. Y la fotografía en blanco y negro empleada sirve a su vez para eliminar cualquier contraste cromático. La forma encuentra así una armonía prematura y perfecta con el relato que empieza. Porque por primera vez en el tríptico no encontramos en este viaje ningún rastro de optimismo. Japón ya no es un punto de fuga romántico, sino un destino decididamente trágico. Siguiendo sus dictados secretos, la joven Marie acude a Fukushima, donde el encuentro y la convivencia con otras almas huérfanas están asegurados. Y las imágenes blanquinegras son en principio muy cómplices cuando exportan y respetan sutilmente esa desesperación y horror de las primeras imágenes.


    «Recuerdos desde Fukushima satisface a todo aquel que sigue creyendo posible una dialéctica con la obra».


    Fukushima, fue en marzo del 2011 el centro neurálgico de una explosión nuclear enorme, cuyas dimensiones la aproximaron a la catástrofe de Chernóbil de 1986. Pero la directora alemana no comparece en este lugar para alentar ese miedo renovado por la reciente crisis nuclear, no le sirve como hace su contemporánea Shin Gojira (Shin Godzilla, 2016) para resucitar viejos monstruos. Aprovecha más bien para transitar, recoger y llevar a su terreno, una parte de un legado mucho más trascendente y menos espectacular: la obra de Andrei Tarkovski, cuyo Stalker (1979) presagiaba ya el futuro cataclismo de Chernóbil. Y por eso mismo, Doris Dörrie no oculta sino potencia esa fuente. Bautiza la región despoblada por la radioactividad como “la zona”; coloca en ella un árbol seco no muy distinto al de La infancia de Iván (Ivanovo Detstvo, 1962) y Sacrificio (Offret, 1986), conservando además su dualidad, como elemento trágico, una plataforma de suicidio para las dos mujeres, y esperanzador, ya que forma parte de un paisaje que se vuelve a habitar. Un espacio que, como en Solaris (1972) y Stalker, enfrenta a sus personajes con sus propios demonios. De hecho, como ocurría con los cosmonautas de Solaris, las dos mujeres protagonistas también reciben la visita de seres fantasmagóricos. Pero resulta aún más llamativa la referencia cinéfila con la que abre el filme. Un primerísimo primer plano de la boca de una mujer que ha tomado prestado del arranque de otra propuesta en blanco y negro por lo demás muy distinta: Lenny (1974). Se trata, como en la obra de Bob Fosse, de una imagen violenta y poderosa que proyecta la voz directamente al espectador desde un tiempo y lugar imprecisos: “Quisiera preguntarte ciertas cosas que me atormentan”. Un deseo que, afortunadamente, la cineasta va a desarrollar para goce de ese espectador exigente. Recuerdos desde Fukushima satisface a todo aquel que sigue creyendo posible una dialéctica con la obra. El diálogo se anima con cada una de las incógnitas que se van descifrando. Entendemos, por ejemplo, que la máscara de payaso no sirva a Marie más que para acentuar su tristeza, que los supervivientes de la catástrofe radioactiva se muestren inmunes ante los juegos de luz y, sin embargo, queden prendados por el movimiento ridículo de unas bolsas que atrapan el aire, o que la temperatura de este relato logre su máxima cota lejos del grupo, en la intimidad de un espacio que desafía el miedo y la superstición colectiva, ese que comparten Marie y una vieja geisha llamada Satomi, quien expresa su concepción de la vida con esta asertiva sucesión de sentencias: “No puedes escapar. Lo que ves es lo que hay. Esta es la única vida real. Escapar es vivir como un fantasma”.


    «De repente, somos tocados por esa estela apacible pero profundamente vital que deja un círculo que se cierra, sobre todo si surge como culminación de un llanto, tras la última sílaba de una terrible confesión o la despedida plácida de un fantasma».


    Con todo ello, el espectador atento llega muy preparado a su respuesta final. Eso sí, el equilibrio alcanzado por este filme, no por lógico y esperado, deja de ser bello. Por un lado, llegando al final del trayecto, entendemos que argumentalmente sea preciso establecer una armonía audiovisual. Pero por otro, la mirada concentrada no desestima el placer de unas imágenes que, por una vez, conjugan el plano firme, sostenido y bien encuadrado con un elocuente silencio. De repente, somos tocados por esa estela apacible pero profundamente vital que deja un círculo que se cierra, sobre todo si surge como culminación de un llanto, tras la última sílaba de una terrible confesión o la despedida plácida de un fantasma. Son imágenes que marcan el fin de la angustia y la radioactividad, la consumación de la memoria del dolor. Pero la prueba definitiva de que nos encontramos ante la tercera y última variante no se halla en la placidez alcanzada por estas imágenes, sino en el último y emocionante gesto de su protagonista. Ese saludo inesperado antes de salir de la estación sirve paradójicamente para despedir y cerrar este ciclo oriental. Un gesto sencillo y a la vez contradictorio que no debe pasar desapercibido cuando contiene en sí mismo la esencia del aprendizaje desplegado durante toda la serie. A saber, la certeza compartida con el espectador de que sólo logramos alcanzar un fin al aceptar en nuestro desplazamiento los dos movimientos: quiénes somos y quiénes éramos. O mejor dicho, en singular: sólo si llegas y es regreso. | ★★★★ |


    Daniel Gascó García
    © Revista EAM / Valencia


    Ficha técnica
    Alemania, 2016. Título original: «Grüße aus Fukushima». Director: Doris Dörrie. Guión: Doris Dörrie. Compañías productoras: Olga Film, ARTE, Constantin Film, Filmförderungsanstalt (FFA), Majestic Filmproduktion, Rolize GmbH & Co. y Zweites Deutsches Fernsehen (ZDF). Presentación oficial: Festival de Berlín 2016. Productores: Benjamin Herrmann, Harry Krueger, Harry Kuegler y Molly von Fürstenberg. Fotografía: Hanno Lentz. Montaje: Frank J. Müller. Diseño de vestuario: Katharina Ost. Maquillaje: Tatjana Luckdorf. Sonido: Christian Bischoff. Música: Ulrike Haaage. Reparto: Rosalie Thomass, Kaori Momoi, Nami Kamata, Kumuri Aizawa, Moshe Cohen, Honsho Hasayaka, Aya Irizuki, Naomi Kamara, Thomas Lettow, Nanako. Duración: 108 minutos.


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