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    Crítica | The Disaster Artist

    «What a story, Mark»

    Crítica ★★★ de The Disaster Artist (James Franco, Estados Unidos, 2017).

    Si han tenido la oportunidad de ver The Room (2003), el «artist» en el título de la película que nos ocupa les puede resultar desconcertante. Tommy Wiseau, director, guionista productor y protagonista de The Room, no es precisamente el primero en el que uno piensa cuando se habla de artistas. Se podría pensar que el calificativo es mera ironía por parte de James Franco, pero esa sería el tipo de lectura cómoda que reduciría al filme de Wiseau a otra obra de culto trash popularizada por la cinefagia internauta de la que chotearse. Y aunque se presta bastante al visionado entre cervezas y colegas, esa dimensión no termina de explicar el fenómeno. En su concepción, que es lo que trata de desentrañar The Disaster Artist en clave de comedia, The Room es hermana espiritual del cine de Ed Wood mucho más que de esas obras-basura contemporáneas que van de las series Z de los 70 y 80 al ridículo autoconsciente de cintas actuales en la línea de Sharknado, Zombeavers, Attack of the Killer Donuts y demás hibridaciones de monstruos imposibles. Esto es, que Wiseau, como el creador de Plan 9 del espacio exterior, pergeñó su The Room desde la convicción profunda de estar levantando algo grande. Franco relata detalles del rodaje que dan cuenta de la ambición disparatada con la que trabajó Wiseau: desde comprar todo el equipo de filmación tanto en celuloide como en digital y contratar actores sustitutos permanentes para todo el elenco, hasta gastarse cientos de miles de dólares en un cartel gigante en Hollywood que mantuvo durante cinco años, y que trataba de venderla como una película de terror aun tratándose (según la concepción de Wiseau) de un drama. El guion, adaptado del libro del mismo título que escribió el coprotagonista de The Room Greg Sestero, narra cómo el proyecto surgió de la convicción de Wiseau de que él y Sestero estaban siendo infravalorados en su escuela de interpretación, razón por la que el primero decidió mudarse a Los Angeles y autofinanciarse la adaptación de una novela de 500 páginas escrita por él mismo (de dónde sacó los seis millones de dólares que costó hacer el filme sigue siendo un misterio).

    The Room, pues, es una combinación perfecta de grandilocuencia pretendida, malas decisiones y ausencia flagrante de talento, que logra que el producto derivado trascienda tanto los límites de lo malo que se vuelva gozoso. Acaso la demostración más convincente de que es posible parir algo memorable desde lo accidental, desde la oposición radical entre intenciones creativas y recepción. Wiseau, en efecto, puede ser un artista, pero solo un artista del desastre. ¿Qué añade la cinta de Franco, entonces, al fenómeno The Room? Aparte de una oportunidad para traerle nuevos espectadores (aunque no ha dejado de verse desde su estreno, siendo una proyección permanente en algunas salas de Estados Unidos con intervenciones del público al estilo The Rocky Horror Picture Show), la respuesta a la pregunta más inevitable que inspira su visionado: ¿cómo se llegó a una concatenación tan perfecta de decisiones terribles? La jugada, entonces, consiste en convertir una coda a un texto fílmico en un ejercicio de comedia brillante. Franco, que se reserva el papel de Wiseau, lo borda en lo fácil. La sucesión de gags que posibilita un personaje tan estrambótico funciona como un reloj: su acento inidentificable, su oscurantismo sobre su vida anterior, su querencia por la sobreactuación patética, su notorio empanamiento… Pero, y he aquí lo importante, Franco resuelve lo más difícil: sortear la humillación y el simple chiste para saber transmitir el magnetismo de Wiseau, para desvelar cómo en sus actuaciones ridículas hay un movimiento de espontaneidad genuina e inocente. No olvidemos que, pese a lo extravagante, el personaje que Wiseau se reservó en The Room era la clase de tipo adorable que da los buenos días a un perro mientras compra flores para su novia. Y que, nos desvela The Disaster Artist, tiene mucho en común con el Wiseau tras la cámara.


    «Aunque Franco acabe su película subrayando la similitud de sus recreaciones de The Room con las escenas de la auténtica cinta, y con ello el prodigio de mímesis que cuaja como actor, The Disaster Artist rezuma una comprensión más auténtica del fenómeno que hizo posible una de las obras fílmicas más desafiantes para nuestros estándares de evaluación».


    La relación de amistad que éste traba con Sestero (Dave Franco) le da su dimensión narrativa a este rasgo tan atrayente: como al espectador, Wiseau le mueve a una adhesión fascinada que pesa más que cualquier otra cosa. En una escena de la cinta de Franco, nuestro artista del desastre trata de demostrar a Sestero lo que es el instinto actoral levantándose en mitad de una cafetería para recitar a gritos un pasaje de Shakespeare. Algo que puede ser visto desde la vergüenza ajena, más aún por la pésima declamación de Wiseau, queda no obstante definido como una autenticidad arrolladora, como un «hay que quererlo» que lo resume a la perfección. El Sestero que lo deja todo atrás para seguir al genio loco en su empresa, quizá en parte porque él mismo no tiene demasiado con lo que triunfar. Puede que en este paralelismo entre Sestero y espectador se halle la mejor explicación al culto fiel que la cinta ha generado: que, bajo su desastrosa factura, está el entusiasmo de una mente privada del mínimo talento, del triunfador (en el ámbito creativo, se entiende) con el que más tenemos en común la mayoría de los mortales: aquel que no tiene nada con lo que triunfar. Un leitmotiv del personaje de Wiseau en The Room, «todo el mundo me traiciona», es puesto en relación con la propia experiencia durante el rodaje retratada por Franco, cuando el artista desastroso cae en los celos por la nueva relación amorosa de su best buddy Greg. Insistimos en lo mismo. Que la reacción de Wiseau (que cae en una especie de depresión que lo hace desentenderse del proyecto) sea disparatada es lo de menos. Porque no se trata de la existencia de auténtica traición, sino de la intensidad de un personaje capaz de interiorizar hasta el sentimiento la idea de traición a base gritos, convirtiéndola así en auténtica con su mera convicción. De este modo, aunque Franco acabe su película subrayando la similitud de sus recreaciones de The Room con las escenas de la auténtica cinta, y con ello el prodigio de mímesis que cuaja como actor, The Disaster Artist rezuma una comprensión más auténtica del fenómeno que hizo posible una de las obras fílmicas más desafiantes para nuestros estándares de evaluación. | ★★★ |


    Miguel Muñoz Garnica
    © Revista EAM / San Sebastián


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2017. The Disaster Artist . Director: James Franco. Guión: Scott Neustadter, Michael H. Weber; basado en el libro de Greg Sestero y Tom Bissell. Compañías productoras: Good Universe, New Line Cinema, Point Grey Pictures, RabbitBandini Productions, RatPac-Dune Entertainment. Presentación oficial: Festival de San Sebastián 2017 (Concha de Oro a la Mejor Película). Productores: James Franco, Evan Goldberg, Vince Jolivette, Seth Rogen, James Weaver. Música: Dave Porter. Fotografía: Brandon Trost. Montaje: Stacey Schroeder. Diseño de producción: Chris L. Spellman. Dirección artística: Rachel Rockstroh. Vestuario: Brenda Abbandandolo. Reparto: James Franco, Dave Franco, Seth Rogen, Ari Graynor, Alison Brie, Jacki Weaver, Paul Scheer, Zac Efron, Josh Hutcherson, June Diane Raphael, Megan Mullally, Jason Mantzoukas, Andrew Santino, Nathan Fielder, Joe Mande, Sharon Stone, John Early, Melanie Griffith, Hannibal Buress, Charlyne Yi. Duración: 104 minutos.


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