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    Crítica | Perfectos desconocidos

    Secretos compartidos bajo luna roja

    Crítica ★★★★ de Perfectos desconocidos (Álex de la Iglesia, España, 2017).

    Vivimos un momento en que la sociedad se ha convertido en prisionera de las nuevas tecnologías. Parece que una vida no es lo suficientemente completa si no es expuesta en las redes sociales para que otros usuarios puedan darle su like de cortesía y, cuando más posibilidades hay al alcance de nuestra mano para comunicarse, más incomunicados estamos con la persona que tenemos al lado. Cada vez es más frecuente ver reuniones de amigos en bares o restaurantes en las que, en lugar de charlar y ponerse al día de sus asuntos, estos permanecen con las miradas clavadas en las pantallas de sus teléfonos móviles. Whatsapp, Facebook, Instagram, Twitter y tantas otras aplicaciones se han convertido en esos espacios virtuales en los que depositamos nuestros secretos, fantasías inconfesables, o, en definitiva, nos mostramos tal y como somos en realidad, sin ningún tipo de doble moral. Una simple contraseña nos protege del resto del mundo e impide que este vea que no somos esa persona que se obliga a comportarse de la manera correcta las 24 horas del día. Es la triste realidad de los tiempos que corren, que pocas parejas superarían la prueba de intercambiar sus teléfonos y que pudiesen tener acceso a todas las conversaciones, chats o llamadas privadas, el uno del otro, sin llevarse una desagradable “sorpresa”. Este debate tan a la orden del día fue tocado en la comedia italiana Perfetti sconosciuti (Paolo Genovese, 2016), convertida casi en fenómeno sociológico en su país, donde arrasó en taquilla y se hizo con el David di Donatello a la mejor película y al mejor guion. Su historia, muy sencilla: la de siete amigos desde hace años que se reúnen en una cena y proponen un, en principio, inofensivo juego, el de depositar todos sus smartphone en el centro de la mesa y, como señal de que no tienen secretos los unos con los otros, compartir cada mensaje de texto, notificación o llamada que tuviesen a lo largo de la velada con el resto de comensales.

    Lo primero que llama la atención de un proyecto como Perfectos desconocidos es su director. Que Álex de la Iglesia se haya puesto al mando de un remake (y solo un año después del estreno de la película original) es, como mínimo, un apunte desconcertante. Sus mejores obras siempre han surgido de su traviesa imaginación, en estrecha colaboración con el guionista Jorge Guerricaechevarría, desde su ópera prima Acción mutante (1993) a aquellas El día de la bestia (1995) y La comunidad (2000) que más premios y parabienes de la crítica le granjearon. Cuando se ha alejado un poco de su personal cine de género, poniéndose al servicio de adaptaciones de novelas –Perdita Durango (1997), Los crímenes de Oxford (2008)– o ha delegado la escritura de sus historias en otra persona –Randy Feldman en La chispa de la vida (2011)–, el cineasta vasco ha perdido frescura y ha entregado sus trabajos más erráticos. Por eso sorprende que, tan pocos meses después de su última locura estrenada en cines, la divertida e infravalorada El bar (2017), se desmarque de la Iglesia con esta versión española de Perfetti sconosciuti, un material que, a simple vista, poco o nada tiene que ver con el particular universo del director. Sin embargo, una vez que se abre con esa poderosa imagen de la luna de sangre que será testigo de las desventuras de sus personajes, algo tiene Perfectos desconocidos que te atrapa y no te suelta hasta el último minuto. La juguetona música de Víctor Reyes o ese momento, a vista de balcón, en el que la gente de la calle parece enloquecer, víctima del influjo del eclipse que acontece esa misma noche, nos avisan de que las cosas se van a torcer mucho durante esa cena a la que están todos citados y una rápida presentación de las tres parejas y el soltero que conforman la galería protagonista consigue que nos interesemos por sus avatares. No cabe duda de que de la Iglesia es un excelente director de actores y aquí cuenta con siete en estado de gracia, a los que exprime el máximo jugo, respondiendo estos con unas interpretaciones más que impecables.

    «Un relato en el que el realizador se muestra mucho más contenido de lo habitual a la hora de mostrar la peor cara del ser humano, elegantemente rodado y con un original componente sobrenatural en su tramo final. Perfectos desconocidos es un curioso caso de filme impersonal que, sin embargo, consigue revelarse como una de las mejores comedias del año y uno de los trabajos más redondos de uno de nuestros cineastas más rompedores».


    La ególatra psicóloga Eva –una Belén Rueda continuando su estupenda racha cómica tras La noche que mi madre mató a mi padre (Inés París, 2016)– y Alfonso (Eduard Fernández, en el rol más conmovedor de la función) son el matrimonio anfitrión que organiza la velada. Las otras dos parejas están formadas por el abogado Antonio (un políticamente incorrecto e Ernesto Alterio) y su esposa Ana (inmensa Juana Acosta), que tras quince años de matrimonio atraviesan una racha de incomunicación, y el taxista Eduardo (Eduardo Noriega, convincente como pocas veces) y su joven mujer Blanca (Dafne Fernández sorprende con su ternura e ingenuidad), que viven el fulgor sexual normal de su primer año de casados. El séptimo invitado es Pepe (Pepón Nieto nunca falla), un antiguo profesor de gimnasia pasado de kilos y en paro que se presenta solo a la cena, después de que su nueva novia sufriera una indisposición que no le permitía ser presentada a sus amigos. Todos ellos se prestan al juego de secretos al descubierto y el resultado es un vodevil de lo más divertido, de carácter marcadamente teatral (aunque el director, todo un maestro con la cámara, sabe dotar de gran dinamismo y ritmo a una historia que apenas sale del salón de la casa) y repleta de chispeantes diálogos que ponen a debate temas tan peliagudos como la fidelidad, la homofobia, las fantasías sexuales no satisfechas en la pareja o los prejuicios sociales, ya sea por las capacidades intelectuales o adquisitivas de cada uno. Un relato en el que el realizador se muestra mucho más contenido de lo habitual a la hora de mostrar la peor cara del ser humano, elegantemente rodado y con un original componente sobrenatural en su tramo final. Perfectos desconocidos es un curioso caso de filme impersonal que, sin embargo, consigue revelarse como una de las mejores comedias del año y uno de los trabajos más redondos de uno de nuestros cineastas más rompedores, que nos deja como cruda (y terroríficamente real) moraleja que la felicidad de una pareja pasa por aparentar una falsa confianza y vivir en la ignorancia, dejando que la otra persona tenga esa parcela de intimidad aun cuando se tiene la certeza de que, si indagas un poco, encontrarás algo que no te gustará nada. Una felicidad impostada, de cara a la galería. Como una buena foto de perfil de Facebook. | ★★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    España. 2017. Título original: Perfectos desconocidos. Director: Álex de la Iglesia. Guion: Jorge Guerricaechevarría (Remake: Paolo Genovese, Filippo Bologna, Paolo Costella, Paola Mammini, Rolando Ravello. Productores: Álvaro Augustin, Ghislain Barrois. Productoras: Telecinco Cinema / Nadie es Perfecto / Pokeepsie Films / Mediaset España / Movistar+. Fotografía: Ángel Amorós. Música: Víctor Reyes. Montaje: Domingo González. Dirección artística: José Luis Arrizabalaga, Biaffra. Reparto: Belén Rueda, Eduard Fernández, Ernesto Alterio, Juana Acosta, Eduardo Noriega, Dafne Fernández, Pepón Nieto.


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