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    Crítica | Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine

    Godard contra la televisión

    Crítica ★★★ de Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine (Grandeur et décadence d'un petit commerce de cinema, Jean-Luc Godard, 1986).

    «¿Es usted director de cine?», pregunta ella. «Antes sí. Ahora ya no. Sólo vídeo», responde él. Este es un filme sin granulado, una película sin película. Esta obra del maestro Jean-Luc Godard llega por primera vez a las salas de cine en 2k. A mediados de los 80, TF1 confía al director la adaptación de una novela negra de James Hadley Chase titulada Chantons en choeur, enmarcada en la colección Gallimard de dicho género. El cineasta francés aprovecha esta oportunidad para realizar una reflexión sobre el declive de la producción cinematográfica francesa en esos años. Como era de esperarse, la película apenas alude el libro de Chase. En Grandeza y decadencia, este texto convive en total democracia con los filmes más emblemáticos de Jacques Tati o Antonioni y la música de Leonard Cohen, entre muchas otras referencias artísticas. Más que un pastiche, un collage donde la etimología de las palabras se subraya en varias ocasiones (original, origen; secretaria, secretos). Así, Godard parece haber destilado Chantons en choeur hasta dar con la esencia del género: «Las grandes novelas negras son aquellas en las que alguien que tiene problemas intenta escapar de ellos, todo rodeado por un ambiente particular. Si esa es la premisa del cine policíaco clásico, yo la respeté por completo». Grandeza y decadencia es una reflexión sobre la necesidad que sentía Godard de vencer la omnipotencia de la televisión. Un problema del cual escapar. ¡Va Godard y hace un telefilme! Un ambiente «particular». Sí, señor. (Godard 1 - TV 0). Ante todo, esta película es un ensayo dialéctico. Está, por supuesto, la dialéctica del lenguaje, el ingrediente autorreferencial, metaficcional y reflexivo hasta la médula que caracteriza el estilo godardiano. Pero su toque se percibe más allá de un juego de imágenes y miradas furtivas que interpelan al espectador. En el corazón mismo de esta obra nos encontramos con las grandes preguntas de El soldadito y de Al final de la escapada. Eso sí, con un ritmo más oscilante, menos chispa y a todo color. No creo que haya habido antes un momento más oportuno para proyectar esta pieza que emigra desde la televisión hasta la sala de cine. Porque en los últimos años ha emergido un je ne sais quoi en los productos televisivos que nos han hecho replantear muchos de los prejuicios sobre los formatos, donde a priori el cine es un arte y la televisión un mero entretenimiento. Times are a’changing! (Godard 1- TV 1)

    Desde el comienzo de la película vemos una gran variedad de actores que acuden a un casting y recitan versos de Faulkner, sin siquiera saberlo. Hay un plano secuencia en el que desfilan repitiendo frases inconexas y desordenadas. Digamos que ven las olas, pero no se hacen con una composición del océano. Muy acorde a la novela moderna norteamericana, será necesario «filtrar» sus intervenciones en cámara para descubrir que en esta película hay tan sólo dos personajes: la grandeza y la decadencia. Otro par dialéctico inseparable, como el mote de «fábrica de sueños», donde convive la parte artística del cine con su mundana necesidad de encontrar los recursos y medios que hagan posible su realización. Para encarnar al primero, se nos presenta un histriónico director de cine llamado Gaspard Bazin, interpretado por Jean-Pierre Léaud. André Bazin, como padre espiritual de la Nouvelle Vague y protector de un grupo de jóvenes críticos de cine con ganas de convertirse en cineastas, presta su apellido para encarnar el lado soñador y grandioso del cine. Después de todo, Bazin convivió con directores de la talla de Roberto Rossellini, William Wyler y, por supuesto, Jean Renoir. Sin embargo, las viejas glorias de este director han cedido paso a una carrera como encargado de casting para una cadena de televisión. Un trabajo monótono y sin chispa, cuyos actores pueden ser amateurs de la interpretación, pero que mantiene a Bazin ligado, de algún modo, a su pasado profesional. Como contraparte financiera, pero no por ello menos atormentada y decadente, Godard crea un Frankenstein de bufanda roja y pelo desaliñado que responde al nombre de Jean Almereyda. Esta vez el apellido alude al padre de Jean Vigo, quien utilizaba el pseudónimo de Miguel Almereyda (acrónimo de «y'a la merde!», «¡hay mierda!», en español). Almereyda es un productor de cine venido a menos que se mete en negocios turbios con unos gánsteres para salvar su compañía. «Quedaos con los sueños y dejadme a mí la fábrica». Almereyda está casado con Eurídice, una guapa actriz con un rostro antiguo, al estilo de Dita Parlo (L’Atalante, La gran ilusión), que enseguida llama la atención de Bazin, quien accede a hacerle un casting pese a la desaprobación de Almereyda.

    «En el cine ocurre como en el mito órfico. Si quieres rescatar a Eurídice de los infiernos, evita volver la vista atrás. Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine es consciente de que no basta con embelesar a Creonte o al can Cerbero con la lira, sino que también es necesario vencer el miedo (creativo, innovador, revolucionario) para que Hades no nos arranque el pequeño sueño fabricado al que llaman le cinema»


    La dialéctica de Godard origina, en este film noir, una lectura ambigua sobre el futuro del cine. Primero, un profundo pesimismo y, a continuación, una llamada a la acción. Si bien su desencanto respecto de la televisión es patente en esta obra, donde las rejas se asocian a las parrillas de programación televisiva, esto no le impide rendir homenaje a sus grandes maestros y exigir una culturización de las audiencias. No en vano el telefilme está dedicado a Jack Lang, el Ministro de Cultura francés coetáneo a la producción de esta cinta y responsable de la «excepción cultural», donde se establece que las creaciones artísticas no son una mercancía como las demás. Es como si la caja tonta todavía tuviera una esperanza de salvación al (re)transmitir a los grandes clásicos (Godard 1 - TV 2). A modo de contrapunto, Godard también aboga por no ahogarse en las glorias pasadas ni rendirse a la insoportable nostalgia de la irreversibilidad del tiempo. En el cine ocurre como en el mito órfico. Si quieres rescatar a Eurídice de los infiernos, evita volver la vista atrás. Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine es consciente de que no basta con embelesar a Creonte o al can Cerbero con la lira, sino que también es necesario vencer el miedo (creativo, innovador, revolucionario) para que Hades no nos arranque el pequeño sueño fabricado al que llaman le cinema. Godard ya ha sobrevivido a varias de las muertes del cine. Con esta película sin película se confirma, precisamente, una de las tesis bazinianas: que el cine es un arte profundamente ligado a la técnica y, por ello, sujeto a una constante evolución. El cine realmente no ha sido inventado todavía (¿Qué es el cine?, 25-26). En una entrevista sobre Grandeza y decadencia, Caroline Champetier —su directora de fotografía y habitual colaboradora de Godard— comentaba que en los años 80 «Jean-Luc es el único que ha continuado creyendo que las cosas podían cambiar tras el 68, que el cine todavía podía evolucionar, continuar la lucha por otros medios». Años más tarde, parece que Godard tenía razón (Empate: Godard 2- TV 2). Cabría cerrar este texto con una paráfrasis de la máxima de E. H. Gombrich aplicada al cine y decir que «no existe tal cosa como El Cine, tan solo los cineastas». | ★★★ |


    Lourdes Esqueda Verano
    © Revista EAM / Pamplona


    Ficha técnica
    Francia, 1986. Grandeur et décadence d'un petit commerce de cinéma. Director: Jean-Luc Godard. Guión: Jean-Luc Godard, James Hadley Chase (novela). Compañías productoras: TF1, Hamster Productions, Télévision Suisse-Romande (TSR), JLG Films, RTL. Presentación oficial: Festival de Locarno 2017 (restauración). Productores: Pierre Grimblat. Fotografía: Caroline Champetier, Serge Le François. Reparto: Jean-Pierre Mocky, Marie Valera, Jean-Pierre Léaud, Anne Carrel, Françoise Desprote, Jean-Pierre Delamour, Jacques Pena, Jean Grécault, Jean Brisa. Duración: 90 minutos.


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