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    Crítica | La piel fría

    La isla de las almas perdidas

    Crítica ★★ de La piel fría (Cold Skin, Xavier Gens, España, 2017).

    El cine y la literatura han establecido una relación de influencias muy fructífera desde los albores del primero. Como no es este el momento ni el lugar para hacer un análisis pormenorizado de dicho vínculo, para lo que nos interesa baste con decir que los guiones que parten de un material preexistente –sobre todo si se trata de novelas cortas de éxito–, tienen mayor facilidad para concretarse en celuloide, especialmente dentro del sistema industrial, hasta el extremo de que algunos especialistas cifran la producción de filmes con guiones adaptados en torno a un 60-70% del global. Un dato muy revelador al respecto son las estadísticas de 1992, en las que se confirmaba que un 85% de las cintas galardonadas con el Óscar a Mejor Película partían de una adaptación. No es de extrañar, en consecuencia, que un libro que ha cosechado reconocimiento casi unánime de crítica y público desde su publicación como La piel fría (2002) de Albert Sánchez Piñol haya sido finalmente transformado en una película. Como tampoco lo es, por desgracia, que los resultados no hagan justicia a la pieza de partida. Sin entrar en aquello que hace de las páginas de Sánchez Piñol una de las novelas más estimulantes de género fantástico nunca escritas en la Península, señalar solo que, por su temática y su tono, una buena adaptación de la obra habría exigido una apuesta más decidida por el terror claustrofóbico de tintes malsanos, al estilo del Roman Polanski de Repulsión (1965) o La semilla del diablo (1968), o bien de buena parte de la filmografía de David Cronenberg. Incluso el pulso de cintas de serie B clásicas habría sido infinitamente más adecuado para plasmar el universo creado por Sánchez Piñol, e inspirado, entre otros, en Poe y en Lovecraft. Aquí resulta inevitable mencionar La isla del doctor Moreau (1932) de Erle C. Kenton o cualquiera de las creaciones más sombrías de Roger Corman, en las que la fascinación por el monstruo –el Otro por excelencia– respondía, en el fondo, a su deseo de ser rentables invocando el lado morboso de la audiencia. Por ello no mostraban pudor al exponer la violencia, física o psicológica, ni tampoco la alteridad, con lo que, en última instancia, atesoraban la transgresora capacidad de hacer partícipes a los espectadores, y aun cómplices, de lo demoníaco.

    Nada de ello hay, sin embargo, en la realización de Xavier Gens, que prima el componente de aventuras al límite, de acción y hasta de ciencia-ficción del relato en detrimento de su inmisericorde vivisección del lado oscuro del alma humana. Esta es la razón de que los cambios introducidos en la trama no solamente respondan a una necesidad –comprensible a la hora de traducir la prosa de Sánchez Piñol en imágenes– de otorgarle mayor dinamismo a la anécdota, sino también, y básicamente, a la voluntad de incidir en la ambigüedad, ya apuntada en la obra original, de los roles de héroe y villano. O dicho de otra forma: ante el reto de llevar a la gran pantalla un texto tan denso y sugerente como La piel fría, los responsables del proyecto optan por dar preeminencia a la línea temática más convencional y accesible que hay en el mismo, pero en absoluto la principal. Sin duda, no es una sorpresa que esto haya sucedido viendo la trayectoria anterior de su director –v. gr. Hitman (2007) o The Divide (2011)–, integrada por filmes de género diverso pero todos ellos rebozados con notas de un terror de lo más predecible, plano y convencional. En cualquier caso, y si pese a lo expuesto, La piel fría (2017) se ve con interés a lo largo de sus 101 minutos de duración, es gracias a la fuerza de la historia original y al hecho de que, grosso modo, la desarrolle de forma muy parecida. Sintomático al respecto es, por ejemplo, que en el guion de Jesús Olmo (en colaboración con Eron Sheean) abunden las citas literales de la novela. Como también lo es que los mejores momentos de la película correspondan a las escenas que plasman los sucesivos asaltos de los «carasapos» a la torre del faro en la que se encuentran refugiados el anónimo narrador de los hechos (David Oakes) y su compañero de infortunios, Gunter (Ray Stevenson). Sea como fuere, y al inclinarse por el componente más «moralista» de un libro que, por lo demás, no es nada tendente a la prédica, la cinta La piel fría lo que hace es desplazar –a buen seguro que de forma involuntaria– el foco de atención, y por tanto el protagonismo, del primero hacia el segundo.

    «Un filme ameno pero fallido, que únicamente puede interesar a aquellos que ansíen ver una obra digna y adulta, pero nada trascendente, dentro un género, el fantástico, en el que abundan los subproductos infantiles y juveniles de la peor calaña».


    Ello explica que el desenlace del filme sea lo peor del mismo, no solo por lo precipitado sino también por lo banal que resulta si de él no se extrae (como es el caso) una visión concreta de la condición humana. O que el personaje interpretado por David Oakes encarne una determinada posición biempensante que le permite al espectador permanecer a lo largo de todo el metraje en su zona de confort; todo un lujo que no le es concedido jamás al lector del libro, quien, por el contrario, paulatinamente se ve abocado a una realidad donde no hay referentes morales y donde lo difícil es lograr mantener una brizna de empatía, compasión y solidaridad. Al final, pues, ¿qué resulta digno de destacar de esta adaptación de la novela homónima? Poca cosa más que la convincente labor de los tres actores principales (sumamos a los citados a Aura Garrido como Aneris) o aspectos de la calidad de su factura, como el exquisito diseño de producción de Gil Parrondo, la inquietante música de Víctor Reyes o, sobre todo, la fotografía de Daniel Aranyó, con la que la película establece un ineludible contraste entre el día y la noche en el que se esboza, apenas, todo el caudal alegórico que contiene la pieza de partida y que, lamentablemente, su correcta pero impersonal dirección, demasiado aséptica y contenida, desaprovecha por completo. En definitiva, un filme ameno pero fallido, que únicamente puede interesar a aquellos que ansíen ver una obra digna y adulta, pero nada trascendente, dentro un género, el fantástico, en el que abundan los subproductos infantiles y juveniles de la peor calaña. Al menos, La piel fría deviene, en este sentido, un esfuerzo muy encomiable. | ★★ |


    Elisenda N. Frisach
    © Revista EAM / Barcelona


    Ficha técnica
    España, 2017. 101 minutos. Título original: Cold Skin. Director: Xavier Gens. Guion: Jesús Olmo y Eron Sheean, basado en la novela de Albert Sánchez Piñol. Fotografía: Daniel Aranyó. Música: Víctor Reyes. Productora: Babieka/Kanzaman/Gran Babieka/Ink Connection/Pontas Film, Literary Agency. Diseño de producción: Gil Parrondo. Dirección artística: Óscar Sempere. Decorados: Mani Martínez. Vestuario: Tatiana Hernández. Intérpretes: David Oakes, Ray Stevenson, Aura Garrido, John Benfield, Iván González, Ben Temple.


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