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    Cine Alemán Siglo XXI

    Festival de San Sebastián 2017 (III) | Críticas: «Le sens de la fête», «Love me not», «Una especie de familia» & «La novia del desierto»

    La guardiana de la belleza

    Crónica número III de la 65ª edición del Festival de San Sebastián.

    Veníamos avisados después de la lectura que muchos medios hicieron del pasado Cannes. Este año toca hablar de un modelo de cine al que Donosti ha acogido por todo lo alto con la griega Love Me Not, película que reseñamos en esta crónica y que hereda el papel polémico de la polaca Playground, proyectada aquí el año pasado. Léase, un cine dedicado al exhibicionismo de violencia gratuita con ínfulas de arte provocador, que en cierto modo retoma el apolillado épater le bourgeois para elaborar discursos de pesimismo afectado sobre la condición humana. Ese cine que encierra sus ideas en encuadres de simetrías relamidas, que conciben cada movimiento y cada golpe de sonido como el gesto definitivo de un discurso unívoco y arrogante de desprecio por el ser humano, elaborado por un creador que bien podría concebir sus ficciones igual que hace Javier Gutiérrez en El autor: plantando sus testículos sobre la mesa. Pero no nos pongamos apocalípticos. El mundo de los festivales se mueve en torno a modas que alimentan tanto sus programas como aquello en lo que escogen fijarse sus concurrentes. Aunque este cine de la impostura venga premiado este año nada menos que por una Palma de Oro, nos inclinamos a pensar que siempre tendremos a cineastas como Agnès Varda, dispuestos a recordarnos que las imágenes más libres, vivas y bellas se obtienen cuanto más dispuesto se está a despojarlas de la sombra del ego autoral. Visages, villages, presentada en Donosti como compañía al premio que la francesa ha recibido a su carrera, es una maravilla hija de la espontaneidad, pero también de las ganas de repartir belleza por los lugares más remotos (en eso consiste el proyecto fotográfico del artista JR que la cinta documenta). Se hace difícil no ver a Varda como una guardiana transmisora de una sabiduría vital basada en el saber despojarse y en no perder las ganas de conocer el mundo, cualquiera de sus rincones. Así, confesamos que en nuestras fantasías mentales, casi podemos ver a Varda propinándole sendos cachetes en la mejilla a directores como Avranas.

    LE SENS DE LA FÈTE

    Olivier Nakache, Eric Toledano, Francia | SECCIÓN OFICIAL: COMPETICIÓN.

    A Nakache y Toledano, el tándem creativo tras el fenómeno Intocable y la más fallida Samba, nadie puede negarles la transparencia. Más allá del concepto propio de buen cine que cada espectador atesore, los franceses nunca han pretendido hacer otra cosa que conectar con el gran público merced a su sentido del ritmo dinámico, su capacidad para el humor ligero y su dominio del humanismo candoroso de manual. Uno sabe exactamente qué esperar de su cine. Cuando esta batería de recursos les funciona, como sucedió con Intocable, tienen garantizado convertirse en uno de los hits no hollywoodienses del año. Y eso es precisamente lo que logra Le sens de la fête, a la que desde ya le auguramos el taquillazo. Nakache y Toledano optan esta vez por la comedia coral, limitando su tiempo fílmico a una única jornada de trabajo de un equipo de organización de bodas. Mediante la confluencia de enredos subtramáticos de los distintos miembros, que va apelotonándose en maraña conforme acecha el comienzo de la ceremonia, Le sens de la fête avanza sobre el mero placer de recrearse en este caos, manteniendo alto el nivel de chistes fáciles por minuto.

    Si la apuesta funciona es, sobre todo, porque los directores saben combinar el humor de tebeo con puyas continuas a los problemas de primer mundo. Escoger una boda, acaso el evento estándar de nuestro tiempo que concentra más postureos por metro cuadrado, les permite ir saltando de las burlas sobre los smartphones y el fotógrafo que todos creemos llevar dentro a las dificultades de los autónomos pasando por la inmigración, la infidelidad o la masculinidad. De una cinta que lleva la fiesta ya en su título no cabe, pues más que esperar lo mismo que de una boda. Un espectáculo de diversión que se aprecia por consenso (aventuramos que la experiencia puede variar sustancialmente sin las risas compartidas en la sala), a la que no se pide más que un pasar buen rato antes de volver a casa, y al que hay que consentirle que en sus últimos coletazos se ponga sentimentaloide. | 55/100 | Miguel Muñoz Garnica.

    LOVE ME NOT

    Alexandros Avranas, Grecia | SECCIÓN OFICIAL: COMPETICIÓN.

    Ante una película como Love Me Not, la primera tentación que nos asalta es lanzarnos al cuello. Obra de Alexandros Avramas, alumno aventajado (o más bien desquiciado) de la escuela Yorgos Lanthimos, viene a plantear un nuevo hito en el eterno debate sobre los límites de la representabilidad, aunque la cinta en sí no ofrezca al respecto más que un argumento de peso para un examen psicotécnico obligatorio en las escuelas de cine. La historia sobre una pareja adinerada que contrata a una madre de alquiler, a primera vista una disección implacable de los espacios y ropajes de la clase alta, comienza a pronto a mutar en una sucesión de vueltas de tuerca. Plantea así un juego autorreferencial resabidillo que termina por despojar al filme de todos sus simulacros de esquematismo para derivar, con crudeza final que permite este proceso de continua negación de sí mismo, su particular homo homini lupus, su ejercicio final de fatalismo exhibicionista a base de jugar con sus personajes como el niño que le arranca las alas a una mosca. Avranas se posiciona en esa corriente de nuevos hanekianos que se han saltado las lecciones sobre la subtextualidad para limitarse a proclamar, cual viejo verde que se abre la gabardina en un parque infantil, que son capaces de mostrar en pantalla el ejercicio de la crueldad extrema. En ese sentido, lo de Avranas es un logro al conseguir una película que es exactamente lo que quiere ser. Una obra que no solo pone todo el esmero del mundo en odiar a sus personajes, sino que pide explícitamente en su título no ser amada. Lo mejor que podemos hacer por ella, más aún que caer en su afán de provocación vacía, es obedecerle. | 0/100 | Miguel Muñoz Garnica.

    UNA ESPECIE DE FAMILIA

    Diego Lerman, Argentina, Brasil, Polonia | SECCIÓN OFICIAL: COMPETICIÓN.

    Malena (Bárbara Lennie) tiene un accidente con su coche en mitad de una carretera polvorienta de la Argentina profunda. Tras pedir ayuda en una granja, cae dormida dentro del vehículo. Cuando llega un amigo a rescatarla y la encuentra así, comienza a aporrear los cristales temiéndose lo peor, sin lograr despertarla. Ante lo cual decide empuñar un extintor y romper la ventana para rescatarla. En ese momento, Malena despierta de su sueño y le mira extrañada. En esta escena, como en alguna más, Lerman juega a sugerir arranques de revelación vital que al momento son negados. Malena, desplazada desde Buenos Aires para intentar completar un proceso de adopción que se complica hasta límites insospechados, es una protagonista que arrastra un trauma tan capital que aún no se atreve a admitirlo. La tensión latente indefinible que acompaña a la mayoría de las imágenes de Una especie de familia se libera en sucesivos estallidos, incluido el de la ventana de un coche, que nunca llegan a ser curativos. Solo a poner de manifiesto un dolor interno incontenible. A la vez, esta dimensión íntima de la tensión que Malena traslada a las imágenes se ve acompañada por múltiples tensiones externas. Lerman no solo dibuja una historia de convivencia con el trauma, sino también de choque entre privilegiados y pobres, a la vez que entre individuo y sistema.

    Por un lado, la odisea de Bárbara por adoptar al niño de una mujer empobrecida en el campo argentino construye un relato que convierte al instinto maternal en una actitud antisistema. La corrupción y los rigores de la ley no dejan de poner piedras en el camino de la maternidad tan anhelada de Malena, y un plano de un hogar social lleno de niños desamparados termina por expresar lo absurdo de estas cortapisas. Por otro lado, Lerman amplifica las ramificaciones explorando la corrupción local (el mercantilismo con los recién nacidos) como consecuencia inevitable del empobrecimiento, y condensa las tiranteces clasistas en una intensa escena en la que la protagonista se enfrenta a la madre biológica del niño por un detalle en apariencia mínimo: la rica y la pobre pasan del empujón al abrazo para volver a empezar el ciclo (otra negación de la catarsis curativa), porque el conflicto entre necesidad propia y empatía es irresoluble. La cuestión es que Una especie de familia se antoja una película extraña, porque esta mezcla de conflictos está contada sobre todo de manera indirecta. Las recurrencias a los planos de Malena en su coche, como refugio del exterior (contra un mundo hostil que incluye plagas y aguaceros) y a la vez cárcel de su pena interior (la presencia del coche abre y cierra la cinta, primero en plano cerrado y finalmente en un plano general igual de abierto que las consideraciones que deja el desenlace), junto a algunas elecciones fotográficas muy elocuentes, conviven con cierta sensación de incongruencia en la estructura relacional de personajes. Pese a estos desajustes, estamos ante una obra en la que vale la pena escarbar. | 60/100 | Miguel Muñoz Garnica.

    LA NOVIA DEL DESIERTO

    Cecilia Atán, Valeria Pivato, Argentina | HORIZONTES LATINOS.

    Desde sus inicios, el cine estadounidense nos ha transmitido su idea del amor a través de uno de sus géneros más populares: la comedia romántica. Así, chico conoce chica; jóvenes y hermosos por dentro y por fuera, ambos se enamoran y disfrutan de un perfecto idilio hasta que una metedura de pata por parte de alguno de los dos hace temblar durante unos minutos tanto al romance como al espectador para terminar con el desenlace por todos soñado. Así es el amor en Hollywood y así es el amor en la mente de la gran mayoría de los mortales, al menos hasta que la cruda realidad confirma lo contrario. Aunque a priori parezca inconcebible, la ópera prima de las jóvenes Cecilia Atán y Valeria Pivato encaja a la perfección dentro de este subgénero y, al tiempo, lo subvierte por completo. Y no sólo porque este florece abriéndose camino entre una melancólica road movie y un duro drama social, sino también porque sus protagonistas no podrían distar más de los habitualmente encarnados por estrellas del estilo de Sandra Bullock o Hugh Grant. Así, el corazón de la La novia del desierto se halla en dos personas maduras para quienes el amor parece ya más un capricho que la necesidad que constituye en los albores de la juventud. Todo comienza cuando Teresa queda a la deriva al prescindir de ella la familia a la que ha servido toda su vida por decidirse esta a vender la casa que, sin recibo alguno, también constituía su hogar. De pronto, ella está sola y desamparada, situación harto empeorada en el momento en que olvida el bolso en la furgoneta de “el Gringo”, un vendedor ambulante que, aun afirmando no saber nada del asunto, se ofrece a ayudar en la desesperada búsqueda. “¿Había algo importante?”, le pregunta; “todas mis cosas”, responda ella; y lo dice literalmente. No sólo su mundo se ha resquebrajado, sino que lo poco que quedaba de él ha desaparecido de la forma más tonta. Ya se sabe: las desgracias nunca vienen solas.

    En la piel de Teresa hallamos a la maravillosa actriz chilena Paulina García, quien enamoró al mundo con su arriesgado rol homónimo en la Gloria (2013) de Sebastián Leilo (otra necesaria celebración de la vida más allá de los cincuenta) y vuelve a dominar cada plano con un carisma inusitado para una intérprete que ha tenido que acercarse a la que para otros supone la edad de jubilación para ver despegar su carrera. A su lado encontramos a Claudio Rissi; encantador y displicente, el perfecto galán… salvo por haber traspasado ya la frontera de los 60 años, barriga cervecera incluida. La química es palpable; y, claro, lo que comienza como una mera búsqueda del “todo” que creía haber perdido Teresa termina convertido en un “todo” mucho mayor de lo que ambos podrían haber imaginado. Ambientada enteramente en el vasto desierto argentino (con rodaje entre Buenos Aires y San Juan), la cinta presenta un emotivo viaje durante el que poco a poco la apesadumbrada protagonista aprende a dejar atrás el pasado para abrazar un porvenir que quizá sea más esperanzador de lo que parecía. La fotografía de Sergio Armstrong y la música de Leo Sujatovich envuelven a los personajes con agradable sencillez, conscientes de que poco pueden realmente aportar a la expresividad de tan maravillosos rostros. Y, claro está, el guion es sublime: la espontaneidad lo invade, mas sin dejarse llevar por el peligroso “parece que no pasa nada, pero realmente pasa mucho, pero realmente no pasa nada” que caracteriza a veces el cine festivalero latinoamericano. Presentada con éxito en la sección Un Certain Regard de Cannes, La novia del desierto es una pequeña gran película donde también hay lugar para el misticismo, habiendo de hecho la pareja de realizadoras encontrado inspiración en el conocido Santuario La Difunta Correa. La religión no podía quedar al margen en lo que, en el fondo, es un pulcro retrato de un país en plena transición de tradiciones… y una llamada a mantener la fe, se profese por lo que se profese. | 85/100 | Juan Roures Rego.


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