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    La chica que sanaba
    Cine Alemán Siglo XXI

    Especial Festival de Cine Alemán 2017


    Marija (Michael Koch, Alemania/Suiza, 2016).

    Tras dos ediciones sorprendentes que nos dejaron perlas de la talla de About a girl, En el peor de los casos, Remake, Remix, Rip-Off, Tour de Force, Who am I – No system is safe, En la casa de las telarañas, Herbert, Salvaje o Fukushima Mon Amour, ninguna de las cuales ha pasado todavía por la cartelera española, la 19ª edición del Festival de Cine Alemán se ha antojado algo decepcionante, quizá porque la gran película germana del pasado año, Toni Erdmann, no iba a esperar a ser estrenada en el marco del mismo por motivos obvios. Aun así, el certamen ha dejado una cosecha interesante, ofreciendo Las flores de antaño una correcta sesión de inauguración; El veredicto, una fascinante incursión en el aún inexplorado cine interactivo (innovación reconocida con el Premio del Público de esta edición) y el clásico de cine mudo Varieté (Ewald André Dupont, 1925) un sugestivo viaje al pasado gracias al acompañamiento musical en directo del multinstrumentalista Stephen Horne y el percusionista Martin Pyne. Conforme la reivindicada etapa dorada de la cinematográfica germana alcanza el siglo de edad, quizá sea hora de que críticos, espectadores y, sobre todo, cineastas empiecen a pasar página. A continuación, seis estimables intentos de hacerlo:

    Marija (Michael Koch, Alemania/Suiza, 2016)

    Marija es una joven inmigrante ucraniana cuyo sueño de montar una peluquería corre peligro tras ser despedida de su trabajo de limpiadora a raíz de un pequeño hurto al que no puede resistirse, lo que le lleva a adentrase en terrenos aún más dramáticos. Pese a su sencillez, la sinopsis del filme resume la existencia de muchos inmigrantes: la necesidad de recurrir a trabajos mal pagados para hacerse un hueco en un mundo ajeno, la ilusión por forjarse una vida mejor a fuerza de dichas ocupaciones y la tentación de tomar el “camino fácil” al percatarse de que todo es más arduo de lo que debería. Como tantos otros, Marija deja de lado los prejuicios y hasta la dignidad para luchar por sus propósitos, siguiéndola la primeriza cámara del suiza Michael Koch allá donde va, observando sin juzgar mediante un estilo cuasidocumental. Aunque todo el internacional reparto está excelente, hay que destacar por méritos propios el brillante trabajo de la intérprete teatral germano-rusa Margarita Breitkreiz, quien se gana nuestra identificación desde el primer plano gracias tanto a su solvencia interpretativa como a la ambivalencia del personaje. Enmarcada en un tiempo de proliferación de dramas sociales sobre la precariedad que albergan las calles europeas mientras los políticos no sólo miran para otro lado sino que empeoran la situación con políticas inhumanas, Marija se revela poco sorprendente, pero constituye un interesante acercamiento a las dificultades que conlleva ser mujer e inmigrante en una Europa más brutal de lo que quiere reconocer. Ojalá el buen recibimiento del que gozó en los prestigiosos certámenes de Locarno y Toronto le sirva para llegar a los ojos y los oídos pertinentes. (★★★)


    Las flores de antaño (Die Blumen von gestern, Chris Kraus, Alemania/Austria/Francia, 2016)

    Cuesta imaginar un acontecimiento habido o por haber que resulte más impactante para el pueblo alemán que el Holocausto, el cual ha abordado la cinematografía alemana de todas las formas posibles. O eso parecía. Y es que, ¿quién podía imaginar que tan espantosa efeméride podría desembocar en una comedia romántica? La audaz Las flores de antaño conjuga el drama nazi con un peculiar romance entre sendos herederos de los dos lados de la historia: el de las víctimas y el de los verdugos. Así, un historiador descendiente de una familia nazi (Lars Eidinger) y una asistenta abiertamente germanófaba al haber padecido sus antepasados los estragos de ser judíos (Adèle Haenel) coinciden en un tiempo de redención y un espacio nada neutral a raíz de la preparación de un Congreso del Holocausto que se tambalea cuando una famosa actriz judía (Sigrid Marquardt) deniega su invitación al comprobar que una marca industrial que apoyó al nazismo se cuenta entre los máximos financiadores del evento. ¿Dónde se sitúa la línea entre el olvido y el perdón, entre la despreocupación y la exoneración?, ¿cómo superar una realidad todavía tan presente cuya absolución es imposible? Para preguntas sin respuesta como estas ofrece reflexión —que no réplica— una original cinta que, pese a la inevitable controversia, fue abalada con siete nominaciones a los Premios del Cine Alemán, incluyendo mejor película y dirección. El contraste entre el berlinés Lars Eidinger y la parisina Adèle Haenel, ambos sublimes, da lugar a situaciones abiertamente cómicas de un escondido romanticismo que gana estampa conforme avanza la narración, heredando el formato de las comedias americanas clásicas de parejas que comienzan detestándose y terminan enamorándose, confirmando una y otra vez aquello de que del amor al odio hay solo un paso… y viceversa. El resultado es una comedia romántica harto atípica que, si bien se muestra difusa por momentos a raíz de la diversidad de tonos y temas desplegada, presenta varias capas de complejidad bajo su distendido envoltorio. (★★★)


    El día más hermoso (Der geilste Tag, Florian David Fitz, Alemania, 2016)

    Hace dos años, el Festival de Cine Alemán acogió la melancólica Tour de Force (2014), dirigida por Christian Zübert y protagonizada por Florian David Fitz como un joven que organiza un viaje en bicicleta con sus amigos como despedida definitiva tras saberse víctima de una enfermedad incurable. Perennemente conmovedora y aun así hilarante, esta comedia dramática sirvió de evidente inspiración para su actor protagonista, quien ha seguido un sendero muy similar en su segundo largometraje como realizador. Tal y como hizo con su ópera prima, la comedia Jesús me ama (2012), el joven ha hecho las veces de guionista, director y estrella, compartiendo, eso sí, este último crédito con el popular Matthias Schweighöfer, quien encarna a su compañero de batallas: pese a ser como la noche y el día, ambos son enfermos terminales deseosos de disfrutar de sus últimos respiros sobre la faz da la Tierra, pretensión que los lleva a embarcarse en un loco road trip en el corazón de África —filmado con bello exotismo por Bernhard Jasper— que les permitirá comprobar, antes de que sea demasiado tarde, lo que realmente importa en esta vida. Las similitudes con la mentada Tour de Force y la simplicidad de la puesta en escena son innegables, pero la cinta exhala humanidad a raudales al abordar su cruda temática con tanto respeto como espontaneidad, desembocando en una entretenidísima road movie que, si bien es bastante ilusoria durante gran parte del metraje y algo tramposa en su desenlace, confirma que, aunque la cartelera no se haya eco de ello, el cine comercial alemán está deseosos de conquista al público. (★★★)


    Las manos de mi madre (Die Hände meiner Mutter, Florian Eichinger, Alemania, 2016)

    En 1998, Thomas Vinterberg inauguró el Dogma 95 con La celebración, un desgarrador drama sobre una reunión familiar donde los hijos desvelan de una vez por todas que sufrieron abusos por parte del ya anciano patriarca. Entre los principios de tan icónico movimiento se encontraban la obligación a recurrir a localizaciones reales y sonido diegético, la renuncia a efectismo alguno y el tratamiento de temáticas naturalistas, todos ellos cumplidos por la última película de Florian Eichinger, la cual, precisamente, parece formar un díptico con aquella al explorar los abusos sexuales llevados a cabo por una madre hacia sus hijos. En lo que supone una magnífica decisión actoral, Andreas Döhler encarna al protagonista tanto en su etapa adulta como en la niñez, de forma que, al ver al intérprete protagonizar los dramáticos momentos del abuso infantil, confirmamos que tanto su pasado como su presente están por siempre marcados. Que una madre abuse de su propio hijo, a quien ha llevado en su interior y dado a luz, es un acto tan antinatural que todo intento de reflexión se queda corto, con lo que el cauto guionista y realizador reduce el diálogo al mínimo al tener los involucrados poco que decir (la propia madre, encarnada con valentía por Katrin Pollitt, se niega a ofrecer excusa alguna para sus actos, los cuales a diferencia de lo que suele suceder, admite desde el primer momento). Empero, el delicado tema se trata desde una complejidad sublime, abordándose todos los puntos de vista sin sensacionalismo alguno: el del hijo y la madre, por supuesto, pero también el del padre que vivió todo en la sombra, el de los hermanos que cayeron en las mismas redes de terror y el de la pareja actual del protagonista, cuya perspectiva es al tiempo interna y externa al ser su involucración máxima al tratarse de su propio marido quien padeció los abusos pero ser en el fondo ella (al igual que gran parte de la audiencia) incapaz de asumir algo imposible de comprender dentro de los límites de la sensatez. Diálogos perceptivos, interpretaciones sutiles, un ritmo envidiable y un tratamiento excelso de un tema tabú dan lugar a uno de los mejores filmes germanos de los últimos años. (★★★★★)


    5 mujeres (5 Frauen, Olaf Kraemer, Alemania, 2016)

    La fusión de un fin de semana, una casa rural y cinco amigas por fin reencontradas debería dar lugar a una simple “escapada de chicas”, pero secretos largo tiempo enterrados y unas peligrosas setas alucinógenas terminan añadiendo a dos hombres a la ecuación: uno en forma de cadáver y el otro (un sensual Stefano Cassetti) a modo de inquietante investigador, no quedando del todo claro quién es la víctima y quién el verdugo. Anna König, Odine Johne, Kaya Marie Möller, Julia Dietze y Korinna Krauss dan vida al quinteto protagonista, bien dirigidas por el debutante Olaf Kraemer, quien, a raíz de los libros High Times y El final de una noche, fue destacado por la prensa por su “debilidad por las chicas difíciles”. Nada es lo que parece en 5 mujeres, resultando algunos descubrimientos inesperados pero la mayoría algo exagerados, especialmente por el modo en que algunos personajes pasan de princesas en apuros a femmes fatales por mero deseo del guion, firmado este por el propio cineasta. Temas complejos como la fragilidad de la amistad, el lesbianismo oculto, el machismo interiorizado, los resquicios de la violación, el cosquilleo del asesinato y la sed de venganza son abordados tan sólo de pasada, de modo que influyen en la trama sin llegar a explotarse del todo, lo que torna la cinta en un cóctel algo indigesto aun cuando sus variopintos elementos garantizan el entretenimiento de principio a fin. (★★)


    El veredicto (Terror, Lars Kraume, Alemania, 2016)

    Todo experto en dramas judiciales sabe que el guion, bien ingenioso, bien sencillamente tramposo, le sumirá en una perenne disyuntiva a la hora de empatizar o no con el protagonista, de modo que la percepción de culpabilidad o inocencia fluctúe a lo largo de toda la narración hasta desembocar en una sorprendente resolución. Pero, ¿qué sucede cuando es la propia audiencia quien, tras escuchar los argumentos de la fiscalía y la abogacía, decidirá el destino del protagonista y por tanto del propio filme? Pues que de pronto cada escena cobra una relevancia clave, manteniendo al espectador atento de principio a fin al ser este consciente de que cada gesto o palabra puede ser vital. Poner fin a nuestra pasividad es la meta de El veredicto, una cinta interactiva que nos convierte en miembros de un jurado popular ante un caso polémico que al final se reduce a una sencilla enunciación: ¿entre la vida de un sola persona y las de muchas otras, cuán evidente es la supremacía de las segundas sobre la primera? Todo ello con un caso similar al 11-S como base, lo que, dados los tiempos que corren, garantiza la eclosión de temas controvertidos durante un debate que, como suele suceder, arrojará más luz sobre las personas involucradas que sobre el propio tema discutido. Así, en el momento de deliberación, la película se detiene y el juez se dirige directamente a la audiencia para pedirle el veredicto, al que todos y cada uno de los espectadores de la sala responderán con una pancarta que reza “culpable” por una cara e “inocente” por la inversa. Florian David Fitz, Martina Gedeck y Burghart Klaußner conforman el magnífico trío protagonista, habiendo protagonizado este último también el filme previo del realizador y coguionista Lars Kraume, gran vencedor de los penúltimos galardones de la Academia del Cine Alemán con la elegante El caso de Fritz Bauer (2015). A partir de la obra del jurista Ferdinand von Schirach, él firma junto a Oliver Berben un guion algo embaucador que sabe dónde detenerse y dónde no para mantener a la audiencia en vilo sin llegar a tratar la cuestión que verdaderamente inclinaría la balanza de un lado u otro (el cual termina de hecho protagonizando los dos desenlaces posibles, aunque de modos opuestos). Por sí sola, la cinta es plana y facilona, pero la reflexión que provoca es enriquecedora, un triunfo del séptimo arte como experiencia colectiva que debería marcar el pistoletazo de salida para una vertiente cinematográfica que aún no ha sido explotada como debería. (★★★)


    Juan Roures
    © Revista EAM / Madrid


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