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    Crítica | Pastel de pera con lavanda

    Pastel de pera con lavanda

    Números primos en las nubes

    crítica de Pastel de pera con lavanda (Le goût des merveilles, Éric Besnard, Francia, 2015).

    Si echamos un rápido vistazo a la filmografía del realizador Éric Besnard nos topamos con cuatro películas más bien discretas, entre las que destacaría –más por su considerable éxito comercial que por sus bondades cinematográficas– la comedia criminal Cash (2008), beneficiada por el reclamo de dos estrellas del país galo como Jean Dujardin y Jean Reno de cabeza de cartel. Con semejantes antecedentes, la llegada a las carteleras de Pastel de pera con lavanda (2015), el quinto trabajo del director, supone un salto cualitativo considerable respecto a su obra anterior, y, de paso, una agradable sorpresa dentro de un género tan encorsetado y escaso de ideas como el de la comedia romántica. Tal vez, su argumento, escrito por el propio Besnard, tampoco se caracterice por ofrecer algo demasiado novedoso y que las desventuras de sus personajes se vivan con cierta previsibilidad, sin salirse un ápice de los parámetros establecidos y con una llamativa ausencia de importantes giros de guion que pillen por sorpresa al espectador y saquen a la película de su estudiada zona de confort. Sin embargo, innovadora o no, lo cierto es que algo tiene Pastel de pera con lavanda que encandila desde sus primeros compases. Mucha culpa de ello la tiene ese idílico paisaje de la Provenza francesa que, con sus maravillosos campos teñidos de morado por las flores de lavanda, se convierte en perfecto escenario de un romance bastante sui géneris entre dos personas de caracteres diametralmente opuestos, de esas que parecen no tener nada en común entre sí pero que, por caprichos del destino, terminan necesitándose y funcionando como perfecto complemento la una de la otra, de un modo casi mágico.

    La historia se centra en Louise, una atractiva viuda (perdió a su marido en un accidente de parapente) que se ve obligada a tratar de sacar ella sola adelante su granja y una plantación de perales que le sirve como negocio familiar. Acuciada por las deudas y los continuos avisos de embargo por parte de los bancos, la mujer tiene que lidiar, además, con la educación de dos hijos de edades complicadas, con la desconfianza de quienes no confían en su buena mano como agricultora, y con una climatología en su contra, ya que las imprevisibles heladas amenazan de acabar con toda la cosecha y, por consiguiente, con su frágil economía. La entrada en su vida de Pierre, un tipo excéntrico y misterioso al que atropella accidentalmente con su coche, lejos de suponer una tragedia, parece encender una luz al final del túnel. Este hombre maniático, antisocial, que no deja de pegar puntos de colores por todas partes y de describir a los números primos como si se tratasen de figuras, contra todo pronóstico, se convierte en una especie de ángel caído del cielo para poner un punto de orden a la caótica vida de Louise. De igual forma, ella le da a Pierre un motivo para no seguir encerrándose en sí mismo y encontrar un lugar donde encajar con los demás y poder sentirse un individuo útil. La película cuenta con un guion que trata con muchísimo tacto un trastorno mental como es el Síndrome de Asperger, ese que le confiere su particular personalidad a Pierre. En lugar de centrarse en las dificultades esta conducta conlleva para la interacción del paciente con otras personas, Besnard ha preferido acentuar las virtudes del personaje (increíble inteligencia, rapidez mental para solventar problemas, capacidad de observación, cruda sinceridad, total falta de materialismo y su preocupación hacia el entorno familiar de Louise), convirtiéndole en un ser encantador al que rodea un atractivo halo de misticismo y que encuentra una salida a su aislamiento en una mujer que, por diferentes circunstancias, también se encuentra encerrada en su propia burbuja. Todo ello narrado con el refrescante aire de fábula amable, y algo irreal, que el director le imprime a su obra, cercano al de otros cuentos costumbristas poblados de seres peculiares como puedan ser Phenomenon (Jon Turteltaub, 1996) o Chocolat (Lasse Hallström, 2000).

    Pastel de pera con lavanda

    «Una celebración de la diferencia y su normalización de lo más recomendable, que rehúye en todo momento del empalago y la manipulación a pesar de los ingredientes que adornan su historia, además de hacer gala de una sutileza poco habitual en este tipo de relatos sentimentales a la hora de mostrar el progresivo acercamiento afectivo entre Louise y Pierre, coronado por una preciosa imagen final que deja en el paladar del espectador un sabor tan dulce como el que sugiere su gastronómico título».


    Sin duda, uno de los mayores atractivos de la propuesta reside en la fascinante química que despliega su pareja protagonista. De Virginie Efira poco podemos decir a estas alturas. Se trata de una de las actrices más talentosas y con mayor proyección de la actualidad, a la que se le acumulan los estrenos –en 2016 la veremos, además, en el drama Victoria (Justine Triet), la comedia Un hombre de altura (Laurent Tirard) y lo último de Paul Verhoeven, Elle–. Tal vez por tratarse de un cómico teatral menos conocido, la auténtica campanada de la función la ofrece Benjamin Lavernhe, pletórico en su caracterización de Pierre, al que logra dotar de una gran humanidad a pesar de su hieratismo inicial y sus evidentes problemas para expresar sus sentimientos. Es Pastel de pera con lavanda una cinta elegante en sus formas y en su tono, más centrada en los juegos de miradas, los diálogos frescos y el innato carisma de sus personajes –los hijos de Louise con sus respectivos conflictos (el niño con su constante lucha contra las matemáticas; la rebelde adolescente intentando volar del nido a través de empleos poco recomendables para su edad), o ese adorable dueño de la librería que ha ejercido como figura paterna de Pierre desde su dura infancia, son aportaciones secundarias muy bien dibujadas y que complementan con robustez a los protagonistas–, que en recurrir a chistes fáciles o de mal gusto. Por esta razón, estamos ante una celebración de la diferencia y su normalización de lo más recomendable, que rehúye en todo momento del empalago y la manipulación a pesar de los ingredientes que adornan su historia (típicos del cuento de hadas real en el que la propia cinta confiesa basarse), además de hacer gala de una sutileza poco habitual en este tipo de relatos sentimentales a la hora de mostrar el progresivo acercamiento afectivo entre Louise y Pierre, coronado por una preciosa imagen final que deja en el paladar del espectador un sabor tan dulce como el que sugiere su gastronómico título. | ★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Francia. 2015. Título original: Le goût des merveilles. Director: Éric Besnard. Guion: Éric Besnard. Productores: Patrice Ledoux, Michel Seydoux. Productoras: Pulsar Productions / Caméra One. Fotografía: Philippe Guilbert. Música: Christophe Julien. Montaje: Yann Dedet. Reparto: Virginie Efira, Benjamin Lavernhe, Lucie Fagedet, Léo Lorléac´h , Hervé Pierre, Hiam Abbass, Laurent Bateau.

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