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    Crítica | Buscando a Dory

    Finding Dory

    Memento Dory

    crítica de Buscando a Dory (Finding Dory, Andrew Stanton & Angus MacLane, 2016).

    Desde que Pixar se fundara en 1979 como departamento de Lucasfilm, y luego se asociara en 1986 a la compañía Apple de Steve Jobs, su filosofía y su recorrido han reflejado cabalmente el crecimiento exponencial que lleva consigo la evolución tecnológica. Es más, su primer largometraje Toy Story (John Lasseter, 1995) fue pionero en la animación por ordenador, y sus sucesivas películas han ido perfeccionando esta técnica, al tiempo que derrochaban originalidad e ingenio en sus premisas y tramas. Y es que éstas, de manera coherente con los avances que hacían posible su realización, siempre han evitado el reciclaje y se han caracterizado por idear nuevas formas de contarnos historias con las que a su vez todos (y especialmente los más pequeños) podamos estar familiarizados. Una muestra de la senda personal que ha tomado esta productora, aún después de su progresiva adquisición por Disney, es que salvo para retomar los personajes de la susodicha cinta inaugural que la lanzó a la fama, la misma hasta hace poco había evitado las secuelas. Algo admirable teniendo en cuenta la preocupante extensión de estas últimas en la industria pesada cinematográfica de nuestros días, propia de una gran mercadotecnia que quiere aprovechar al máximo cada producto. Sin embargo, con la nueva década esta tentación de asegurarse jugosos réditos sin rascarse tanto el coco ha sido demasiado fuerte, y después de Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010), llegaría Cars 2 (John Lasseter & Brad Lewis, 2011), el fracaso más sonado de Pixar hasta la fecha, antes de la precuela Monstruos University (Monsters University, Dan Scanlon, 2013) y la que nos ocupa ahora Buscando a Dory (Finding Dory, Andrew Stanton & Angus MacLane, 2016). Hay que adelantar además que los proyectos venideros consolidan este cambio de tendencia, ya que hay otras tres secuelas a la vista: Cars 3, Toy Story 4 y Los increíbles 2, pendientes de estreno respectivamente en 2017, 2018 y 2019.

    La secuela en sí no es negativa si con ella se reformulan eventos pasados o se profundiza en aspectos antes secundarios, dando así un giro al núcleo básico de la historia en cuestión. Es lo que parece hacer a priori la nueva obra de Stanton, acompañado ahora en la dirección por Angus MacLane, al arrancar con un prólogo que nos muestra a Dory antes de los acontecimientos de Buscando a Nemo (Finding Nemo, 2003), para luego encontrarse con su antiguo compañero de naderías Marlin en el mismo instante aunque desde otra perspectiva que el filme anterior. Se trata literalmente de un cruce de caminos que luego se separan, y en concreto nos situamos un año después en el viejo hogar de estos tres peces, a la vez que se reintroducen otros secundarios conocidos como la raya Mr. Ray o la tortuga Crush. De hecho el punto de partida es semejante en tanto que ahora es Dory la que emprende un viaje lejano y Nemo y Marlin quienes van tras ella cuando se distancian antes de su destino. Pero esto solo ocurre en un momento tardío del metraje y por poco tiempo. Más que buscar otros a Dory, es Dory la que se busca en su propio pasado, y así la exploración es más interna que externa. En este sentido es más oportuno el título original en inglés, que al igual que su traducción mantiene la terminología de la película de 2003, pero resulta especialmente afortunado aquí porque no sólo expresa un proceso de búsqueda sino también de realización personal, de reencontrarse a sí mismo. Recordemos que Dory es un pez cirujano azul caracterizado por pérdidas de memoria a corto plazo, y esto provocó que se alejara de su familia y acabara topándose con los susodichos peces payaso. Cuando a la nueva protagonista empiezan a llegarle recuerdos de sus padres es cuando toma la decisión de ir tras ellos, acabando en un instituto marino donde presuntamente se alojan.

    Finding Dory

    «El resultado es de lo más entretenido (con un puñado de escenas que rozan la brillantez como el clímax final en el camión), pero no alcanza las cotas que cabía esperar tanto por la trayectoria creciente de Pixar como por el potencial que tenía la reinterpretación de esta fábula».


    La narrativa discurre así por dos niveles, como adelantábamos: por un lado el exterior, en la primera parte en las profundidades del océano y en la segunda en esas nuevas instalaciones acuáticas; y por otro en el interior, a través de flashbacks de la infancia de Dory a medida que va acercándose a su meta. Esta construcción es bastante ingeniosa, al menos en su planteamiento, aunque no lleva su desarrollo todo lo lejos que podría. Si la apuntada división pretende dejar claro que estamos ante otra clase de aventura y se marcan distancias respecto a su predecesora, hay un exceso de déjà vus sin aportar demasiados elementos nuevos. Podría incluso decirse que no se pasa a la paramnesia del recuerdo, sino que se queda en la amnesia del reconocimiento, a diferencia de lo que ocurría con el otro personaje afectado por este trastorno mental más conocido del cine reciente: el Leonard de Memento (Christopher Nolan, 2000). Esta vuelta de tuerca al cine negro estaba basada en un relato previo de su hermano Jonathan titulado Memento Mori, tomando el dicho latino que significa “recuerda que puedes morir”. Un triste augurio que no se corresponde con la naturaleza animada y el público infantil al que está destinada Buscando a Dory, y por ello quizás no saca todo el juego posible a sus implicaciones existenciales o metafísicas. En otras palabras, se utiliza esta circunstancia antes como recurso cómico que emocional, ya que las escenas más emotivas tienen que ver con las memorias pasadas que se van introduciendo esporádicamente al margen del progreso más continuo de la trama. Ello nos lleva a matizar lo dicho antes: no se superponen con claridad dos niveles dramáticos, sino que hay uno principal que sigue pautas demasiado reconocibles, aun desplegando la agilidad y el cuidado visuales habituales de la compañía, y el segundo se añade por debajo para intentar darle una capa más al conjunto. Éste es ciertamente satisfactorio, ya que sus distintos elementos técnicos y artísticos (desde las minuciosas fotografía y decoración hasta el trabajo de voz de los actores) están bien elaborados, y el resultado es de lo más entretenido (con un puñado de escenas que rozan la brillantez como el clímax final en el camión), pero no alcanza las cotas que cabía esperar tanto por la trayectoria creciente de Pixar como por el potencial que tenía la reinterpretación de esta fábula. | ★★★ |


    Ignacio Navarro Mejía
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2016. Dirección: Andrew Stanton & Angus MacLane. Guion: Andrew Stanton & Victoria Strouse. Productoras: Pixar Animation Studios / Walt Disney Pictures. Fotografía: Jeremy Lasky. Montaje: Alex Geddes. Música: Thomas Newman. Diseño de producción: Steve Pilcher. Dirección artística: Don Shank. Reparto: Ellen DeGeneres, Albert Brooks, Ed O’Neill, Hayden Rolence, Kaitlin Olson, Ty Burrell, Diane Keaton, Eugene Levy, Sloane Murray. Duración: 97 minutos.

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