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    Crítica en serie | Crazy ex-girlfriend (T1)

    Crazy ex-girlfriend

    Deconstruyendo tópicos con música

    crítica Crazy ex-girlfriend / Primera temporada.

    The CW / 1ª temporada: 18 capítulos | EE.UU, 2015, 2016. Creadoras: Rachel Bloom & Aline Brosh McKenna. Directores: Alex Hardcastle, Joanna Kerns, Steven Tsuchida, Marc Webb, Don Scardino, Tamra Davis, Stuart McDonald, Lawrence Trilling, Kenny Ortega, Michael Schultz, Daisy Von Scherler Mayer, Michael Patrick Jann, Erin Ehrlich, Aline Brosh McKenna. Guionistas: Aline Brosh McKenn, Rachel Bloom, Rene Gube, Sono Patel, Rachel Specter, Audrey Wauchope, Jack Dolgen, Erin Ehrlich, Michael Hitchcock, Dan Gregor, Doug Mand, Elisabeth Kiernan Maverick. Reparto: Rachel Bloom, Donna Lynne Champlin, Vincent Rodriguez III, Santino Fontana, Pete Gardner, Vella Lovell, Gabrielle Ruiz, David Hull, Gina Gallego, Erick Lopez, Jacob Guenther, Tovah Feldshuh, Ava Acres. Fotografía: Todd A. Dess Reis, Charles Papert, Jonathan Sela. Música: Adam Schlesinger.

    ¿Pueden un título y una premisa hacer daño de entrada a una serie? Crazy ex-girlfriend viene a demostrar que sí, porque la historia de partida (una joven se muda de ciudad persiguiendo a su ex-novio de la adolescencia) no promete para nada la catarata de maravillas que después han dado estos 18 episodios. Este crítico, por ejemplo, sólo se acercó a ella tras ver uno de sus primeros números musicales (“The Sexy Getting Ready Song”) y leer las muy positivas críticas que estaban cosechando los capítulos iniciales. Tras darle la oportunidad, estaba convencido de que había talento en la propuesta de las creadoras Rachel Bloom (brillante protagonista además) y Aline Brosh McKenna, aunque nunca hubiese podido anticipar cuánto. Quizá el prejuicio de ser una serie de The CW, la cadena con menor prestigio del quinteto que emite en abierto (junto a NBC, CBS, ABC y FOX) y cultivadora de productos de interés adolescente o de un público fan del fantástico/ciencia-ficción, influyera también. Pero es que el título es un chiste, el primer aviso de que Bloom y Brosh McKenna están embarcadas en la misión de deconstruir el género de la comedia romántica, con sus tópicos y lugares comunes, y de dar lustre al género musical, territorio donde Bloom lleva años curtiéndose a través de hilarantes videoclips de toda condición y estilo.

    La propuesta, que nació para Showtime y fue reconvertida por The CW tras el rechazo del gigante del mundo del cable, ha logrado por tanto la difícil tarea de ser profunda y divertida, luminosa e inteligente. Está claro que el universo de esta serie está fuera de las cadenas en abierto, porque el sexo y el (controlado) desbarre son temas frecuentes, pero de cara a adaptarse a las circunstancias, sus responsables lo han hecho lo mejor posible. No se puede mostrar una masturbación –como sí pasaba en el piloto original de la serie–, pero sí hacer montajes de escenas de sexo, mientras la cámara no baje de la cintura, o hacer chistes que tengan doble sentido. Esto acerca la comedia al terreno de la animación adulta que hace FOX, y le da un margen de maniobra a las creadoras y su equipo para contar las historias que quieren. Historias sobre la sociedad actual, sobre el ser humano moderno y la frustrada búsqueda de la felicidad, los agobios autoimpuestos con el paso de los años y la sensación de que el mundo no está cumpliendo las promesas que se te hacen en la juventud. Crazy ex-girlfriend trata sobre lo complicado que puede ser alcanzar la felicidad si uno se miente a sí mismo, y la llegada de Rebecca (de nuevo, estupenda Bloom) a West Covina en busca de su amado Josh Chan va a cambiar la vida de un pequeño y variopinto grupo de personajes.

    Crazy ex-girlfriend

    «La comedia funciona porque el reparto está repleto de carisma (mención especial para la estupenda Donna Lynne Champlin) y porque los chistes están bien perfilados, con medido sentido del ritmo y control de la puesta en escena de las situaciones. La compasión de la mirada de las creadores está unida a la vitriólica crítica a uno mismo y a los comportamientos a los que nos lleva el amor, o la idea de amor que cada uno se crea».


    La parte musical es por supuesto la más cuidada, con canciones originales escritas expresamente para la serie (49 en la primera temporada), que cubren cualquier género y estilo y hacen avanzar la trama con letras que dialogan con los eventos que los provocan. Desde una recreación de los clásicos en blanco y negro de Fred Astaire & Ginger Rogers hasta espectáculos exclusivamente vocales –sin coreografía ni cuerpo de baile–, pasando por pop, rap o baladas, entre otros casos. El gusto de los responsables es exquisito, su gracia abundante, y el resultado muy pegadizo, con un conseguido valor de producción dentro del presupuesto. Están integrados a la perfección en la trama, no desentonan nunca y lo mejor es que son imprevisibles y metarreferenciales. Son números musicales de comedia negra, y que eso salga bien tiene su mérito. Porque el sentido del humor de Crazy ex-girlfriend se acerca más a lo oscuro que a lo blanco, a la salvajada ocurrente que a la referencia amable. Y eso también entra en esos prejuicios ya nombrados, en la idea de que no puede ser tan divertida o inteligente con esa premisa o esas intenciones. Pero lo es. La comedia funciona porque el reparto está repleto de carisma (mención especial para la estupenda Donna Lynne Champlin) y porque los chistes están bien perfilados, con medido sentido del ritmo y control de la puesta en escena de las situaciones. La compasión de la mirada de las creadores está unida a la vitriólica crítica a uno mismo y a los comportamientos a los que nos lleva el amor, o la idea de amor que cada uno se crea.

    Los responsables no pierden el tiempo ni alargan la premisa más allá de lo prudente. Se lidia con ello con lógica y la red de mentiras crece alrededor de Rebecca, aunque no se debe olvidar nunca que estamos en una serie de televisión y que ésta en particular no busca ser hiperrealista. Como en muchos casos, la audiencia debe comprometerse un poco con lo contado para no salirse de la historia, y si uno lo hace no se va a arrepentir. Que las responsables no tengan una voz autoral nada marcada (el curriculum de Brosh McKenna no auguraba sus ganas de desmontar su trabajo en cine, y Bloom era muy poco conocida) ayuda a la sorpresa. Porque sorprende que se quiera hablar de depresión, de sueños incumplidos, de pesadas cargas familiares, de tensiones sexuales que rozan la infidelidad o autodescubrimientos sexuales en este ambiente de comedia alocada y colorida. Es un reto, sin duda, y uno del que el equipo emerge como vencedor. Y uno que ha tenido su justa recompensa, ya que la protagonista se alzó con un merecido Globo de Oro hace unos meses, lo cual unido a las estupendas críticas ha animado a la cadena a renovarla por una segunda temporada, un incentivo necesario porque las audiencias no ayudaban mucho. La comedia tiene un plan, y Rebecca funciona como revulsivo para que el resto de personajes a su alrededor dejen de autoengañarse y comiencen procesos de cambio personal. Un plan que según la cocreadora/actriz necesitaría cuatro temporadas para funcionar plenamente, algo que ojalá consiga pero que de momento parece complicado. Como dato curioso, apuntar que es la única serie de la actualidad que tiene un protagonista filipino, algo que unido a su mirada sobre la bisexualidad hecha sin caer en tópicos negativos la convierten en una nueva muesca dentro de esa parte del mundo televisivo que admite la diversidad racial y sexual. De las tramas y vericuetos de Crazy ex-girlfriend es mejor no decir mucho, porque explicar su entramado puede devenir en lioso, así que es mejor simplemente verla y disfrutar de la conseguida mezcla de música, humor, feminismo, metalenguaje y profundidad. Vencer el prejuicio y dejarse llevar por una serie donde la mujer es el centro y su psique el interesante campo de estudio en el que moverse. Y productos así son siempre bienvenidos. | ★★★★ |


    Adrián González Viña
    © Revista EAM / Sevilla


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