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    Crítica en serie | Better call Saul (T2)

    Better call Saul

    Lento pero seguro es el nacimiento de Saul Goodman

    crítica de Better Call Saul / Segunda temporada.

    AMC / 2ª temporada: 10 capítulos | EE.UU, 2016. Creadores: Vince Gilligan & Peter Gould. Directores: Vince Gilligan, Terry McDonough, Colin Bucksey, Adam Bernstein, Larysa Kondracki, Thomas Schnauz, Peter Gould, Scott Winant, John Shiban, Michael Slovis. Guionistas: Peter Gould, Vince Gilligan, Gennifer Hutchison, Thomas Schnauz, Gordon Smith, Jonathan Glatzer, Ann Cherkis, Heather Marion. Reparto: Bob Odenkirk, Michael McKean, Jonathan Banks, Rhea Seehorn, Michael Mando, Patrick Fabian, Kerry Condon, Omar Maskati, Brandon K. Hampton, Jessie Ennis, Ed Begley Jr., Josh Fadem, Mark Margolis, Julian Bonfiglio, Rex Linn, Cara Pifko, Luis Bordonada, Vincent Fuentes, Abigail Zoe Lewis. Fotografía: Arthur Albert. Música: Dave Porter.

    Tras la brutal toma de conciencia que Jimmy McGill experimentó en el final de la primera temporada de Better Call Saul, la segunda arranca con nuestro protagonista adaptándose a una nueva realidad, una en la que no tiene por qué ser honrado ni honesto, ni siquiera necesariamente una buena persona. Es el bribón que vio cómo su padre era un primo y su hermano tenía más cerebro, el que no sabe que su madre pensaba en él justo antes de morir y que ya no depende de la aprobación que trae su apellido en el mundillo legal. Jimmy está cada vez más cerca de ser Saul, aunque muchos impacientes digan que no, que no hay trama en esta serie y que todo avanza demasiado despacio. De nuevo, la impaciencia no tiene cabida en el universo de Vince Gilligan y Peter Gould, porque lo ideal es la lenta cocción, lo calmado pero firme. Y si de verdad se considera que estos diez episodios no cuentan apenas nada, es que no se ha mirado bien. O se sigue pensando que estamos en el mundo de Breaking bad (2008-2013), cosa cierta a medias. Los creadores lideran una de las salas de guionistas más juguetonas de la televisión actual, además de plenamente autoconsciente, y de la dinámica entre ese juego y el talento que además aporta el equipo técnico y artístico (un reparto impecable ayuda mucho) surge la peculiar calidad de la serie, incontestable pero difícil de desgranar.

    Como hemos visto ya el futuro de muchos personajes, sabemos cosas, y los responsables no sólo son conscientes sino que cuentan con ello. Sabemos que Mike no va a matar al Tío Salamanca ni a los Gemelos (excitantes regresos donde los haya). Sabemos que cuando escuchamos decir que Tuco puede ir muchos años a la cárcel es mentira, porque cinco años después será un camello de mayor nivel. Sabemos que a la nieta de Mike no le pasará nada, o que Jimmy no va a tener éxito en su trabajo más honrado, porque si no no tendría que pasar a llamarse Saul Goodman ni hacer anuncios de televisión y tener vallas gigantes puntuando los arcenes. Pero hay tantos matices que pueden introducirse en esos huecos, tantas puntualizaciones o juegos temporales, que los guionistas tienen un gran margen para jugar. Y cómo lo hacen. El mismo y rebuscado anagrama con que han titulado los episodios (si se coge la primera letra del título de cada capítulo y se ordena de determinada manera se puede leer “FRING`S BACK”, alusión a que la tercera temporada contará con el regreso de uno de los villanos más memorables de este alucinante universo) es la prueba de las ganas de entretener con que se urde Better Call Saul. Un entretenimiento tan inteligente como efectivo.

    Better call Saul

    «El humor –un váter apestoso, una fijación sexual por las tartas–, la intriga, el dramatismo, la angustia –pocas veces un escáner o un chequeo médico han sido tan intensos como el de Chuck en el final de temporada– y el peligro es un agitado cóctel que se las ingenia para no desentonar nunca».


    Pero guiños para el fan aparte, lo importante es que lo anecdótico de todo esto se integra a la perfección en las historias que están contando, en una temporada que trae dos poderosos cambios que quizá vengan motivados por algunas críticas que recibió la primera tanda. El primero, y más notable, es la entrada directa de Mike en la trama más abiertamente criminal de la serie, la que unirá su destino al de Gus Fring en algún punto. Así, Nacho ha cobrado el protagonismo que merecía al convertirse en la puerta de entrada de Mike al mundo de las drogas que entran y salen de Alburquerque, y que permite al equipo técnico lucirse la faceta de western que saben manifestar tan bien. Maestría de puesta en escena, tiempo y espacio (el ritual del conductor del camión, la paciencia del francotirador), esa trama funciona con independencia, y parece un poco de concesión para los que se quejaron de echar de menos las escenas en el abrasador desierto de Nuevo México. El otro cambio es el de potenciar al personaje femenino más importante de la serie, la estupenda Kim Wexler. Siempre se ha acusado, con algo de razón aunque con matices en su defensa, a Gilligan y su gente de no perfilar tan bien a las mujeres como a los hombres en sus series, así que la segunda temporada ha visto tomar protagonismo y relevancia a Kim, un reto al que Rhea Seehorn ha respondido maravillosamente. Su frustración y valentía, así como su incómoda posición entre los hermanos McGill, ha quedado bien reflejada y la temporada deja al personaje en una interesante posición, una atractiva zona gris que seguro será explorada a conciencia.

    La única gran pega del proyecto sigue siendo lo unidimensional que es Howard, a pesar del buen hacer de Patrick Fabian. El personaje no existe fuera de sus interacciones con Jimmy, Chuck o Kim, no sabemos qué tipo de persona es más allá de su fachada profesional, y es una pena porque los responsables de la serie han sabido siempre gestionar un pequeño grupo de personajes y darle a cada intérprete su propia trama. Puede que en la tercera temporada tenga su ocasión de brillar, pero por el momento es reprobable que se falle en este aspecto, sobre todo porque el resto de elementos funcionan con una precisión admirable. El humor –un váter apestoso, una fijación sexual por las tartas–, la intriga, el dramatismo, la angustia –pocas veces un escáner o un chequeo médico han sido tan intensos como el de Chuck en el final de temporada– y el peligro es un agitado cóctel que se las ingenia para no desentonar nunca. Como curiosidad, entre la nómina de directores encontramos dos viejas caras conocidas de Breaking bad con John Shiban —guionista y director en la segunda y tercera temporada y Michael Slovis, director de fotografía de casi toda la serie y hombre al que debemos muchas de nuestras escenas favoritas—. Con todo esto, este drama sigue tratando sobre la transformación de alguien con el potencial de hacer el bien en alguien que toma decisiones cuestionables por una mezcla de adicción al riesgo y puro beneficio personal. Si la brújula moral de una persona funciona de manera poco ortodoxa, como resultado del entorno y las circunstancias de la vida, entonces todo depende de una elección. Mike ya la ha tomado, y Jimmy está en ese proceso. Ambos tienen su punto límite (la muerte del inocente, el bienestar de la familia), pero se mueven alrededor de eso con soltura y sin miedo. La diversión para la audiencia es verlos afrontar lo que surge en su camino hasta el destino del que ya somos conscientes, pero la risa puede congelarse de un momento a otro en esta aventura tan interesante. La imagen de despedida, previsible pero eficiente, apunta varias y muy estimulantes direcciones de cara a la decena de episodios que llegarán a nuestras pantallas en 2017, así que sólo cabe esperar con ganas el siguiente tramo del camino. Con un Saul en blanco y negro como meta, y años de historias en medio. | ★★★★ |


    Adrián González Viña
    © Revista EAM / Sevilla



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