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    Crítica | ¡Ave, César!

    Hail, Caesar!

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    crítica de ¡Ave, César! (Hail, Caesar!, Joel & Ethan Coen, EE.UU., 2016).

    No es fácil entender el punto de vista de los hermanos Coen en su última película, ¡Ave, César! (Hail, Caesar!) y, mucho menos, su posición frente y dentro de un relato que tan bien conocen y tan de cerca les afecta. La industria de Hollywood cosifica y reduce a lo más básico sus esquemas funcionales hasta componer un templo de culto francmasónico, de un hermetismo interior mucho más retorcido que el mostrado por su dorada fachada. La magia de los estudios californianos queda desmitificada por una sátira socarrona de tintes blasfemos que irrumpe sin previo aviso y con saña en la insufrible inestabilidad de una masculinidad incesantemente requerida —en hombres y mujeres, ojo, no hay discriminación misógina siempre y cuando la mujer acepte su rol o se comporte como un macho dominante—, lo que convierte a los actores en víctimas de un mal endémico llamado capitalismo patriarcal. Dentro de un contexto tan hostil y coactivo como la caza de brujas del llamado macarthismo, los incorregibles hermanos van desenmascarando cada uno de los roles que componen ese lustroso mundo de fastuosidad, la galaxia más glamurosa del universo, el paseo de la fama por excelencia… Hollywood, causa de algunos de los mayores éxitos personales, no obstante, origen indiscutible de muchos fracasos estrepitosos propios y profesionales. Pero, ¿cómo va una película producida por Touchstone Pictures a criticar el capitalismo voraz y la falta de escrúpulos de la industria que está poniendo el dinero para que se lleve a cabo esa crítica? Desde luego suena algo contradictorio; sin embargo hay dos factores imperantes que posibilitan que un gigante cinematográfico financie su propia lapidación artística, el primero es el concepto de autoría institucionalizada, un concepto tan contradictorio como lo es ese oxímoron pre-macarthiano llamado "Pinko Commie”, designado para ultrajar a todos esos artistas capitalistas que apoyaban la causa comunista (por ello se refieren a pink, rosa, en lugar de rojo). Los Coen son los mayores representantes de esta autoría hollywoodiense, un estatus muy difícil de labrar y del que la industria no puede prescindir ya que atrae a un público que normalmente se muestra reacio a sus realizaciones. Y ahí encontramos el segundo de los factores, el interés, nuevamente mercantilista, que nos dice que, en ocasiones, va a ser provechoso criticarse a uno mismo. Qué paradójico e hipócrita todo, ¿no?

    ¿Quién es Dios? Pregunta el productor Eddie Mannix ante un consejo formado por la cúpula de las cuatro iglesias más representativas estadounidenses. Lo que se busca es la realización de una épica mesiánica venciendo en la medida de lo posible las susceptibles trabas que un tema así vaya dejando por el camino. Herir las sensibilidades de algún sector es prácticamente inevitable cuando se toca un tema religioso, por ello, el protagonista pregunta a un jurado tan devoto, qué aspectos son los más susceptibles de modificar para lograr una aceptación cuanto más unánime mejor. Los religiosos, que pensaban que habían sido reunidos por sus altos conocimientos de la coherencia fílmica, tras ofrecer un par de soluciones referentes a apartados más artísticos que dogmáticos, finalmente establecen que Dios es la fuerza más poderosa del universo, que es una abominación representarlo físicamente —a no ser que le de vida George Clooney—, y que Dios, a fin de cuentas, somos todos; lo que nos lleva al siguiente silogismo: Dios somos todos. Hacienda somos todos. Ergo, Hacienda es Dios. Pero ya vale de ultrajes eclesiásticos, porque aquí se habla de la representación del Señor en la tierra, o lo que es lo mismo, del hombre corriente unipresente, en quien recaen todos los pecados e imperfecciones a consecuencia de su ego. La diabólica construcción del ser humano incurre en la premisa nietzscheana de que para constituir un nuevo santuario, primero se ha de destruir el antiguo. De ahí la oferta de trabajo de una nueva empresa que tienta a Mannix para que abandone su posición actual al mando del estudio cinematográfico. Un concepto cuasi reencarnador y uterino que se sustenta en la idea de una traición. Aquí es donde se aprecia la importancia del estudio, ese santuario caricaturesco que, por la comicidad y el patetismo de sus personajes, bien parece apuntar a una idea mucho más cercana al profeta Brian que a Moisés. La presencia del sexo y la violencia son los únicos dogmas de este templo de nuevos universos pecaminosos cuya creación corresponde al mismo protagonista. El mismo que preguntaba quién era Dios ocultaba la respuesta en su propio ser. El creador.

    Hail, Caesar!

    «Es ¡Ave, César! una de esas comedias de agudo ingenio y, por momentos, de difícil lectura, al anteponer los ideales a la risa fácil del chascarrillo». 


    Pero no todo iban a ser piedras sobre el tejado, los directores creen en el romanticismo del periodo aurisecular, por ello visten la sátira con un negro elegante, muy acorde a sus principios. La metacinematografía representada en la película sirve para mostrar el proceso mutacional de los metaintérpretes. Llega pues la primera incógnita de la película, el secuestro de la gran estrella y encargado de establecer la conexión entre lo terrenal y lo divino. El secuestrador es por lo tanto un sujeto alienado por el cine, una influencia que lo lleva a cometer un acto tan desproporcionado y disparatado como un rapto, una de las representaciones más cinematográficas de la violencia. En concreto del filme noir a quien los Coen rinden tributo siempre que se les presenta la ocasión. El universo coeniano, enfrentado a los cánones modernos de patriarcado hollywoodiense y desligado del sentimentalismo victoriano defensor de los dogmas tradicionales, es un entorno monocromático por el que discurren unos seres melancólicos, siempre provistos de un disfraz o máscara que, los oculta y ridiculiza a partes iguales, con el propósito de no alejarse de la comedia negra que tan buenos resultados les ha dado siempre. Es ¡Ave, César! una de esas comedias de agudo ingenio y, por momentos, de difícil lectura, al anteponer los ideales a la risa fácil del chascarrillo. Tal forma de concebir el arte ayuda a que su surrealista mirada nos lleve a situaciones tan estrepitosas como un Engels canificado impidiendo que los comunistas americanos se aliaran con los soviéticos en un pacto que pudo significar el final de la historia tal y como la conocemos.

    Hail, Caesar!

    «Los Coen componen un canto al desencanto del que ellos mismos forman parte inactiva e inconformista. La venta de principios y valores al por mayor, que llega con vientos cargados de rumores manchados en la sodomía y la degeneración artística y cultural».


    El melancólico aullido de un saxofón, la atemperada voz en off y el uso de la violencia son los pilares básicos de una narración que sigue anhelando el romanticismo añejo, aunque la enajenación de los esquemas cotidianos, la degradación de los géneros como el musical (convertido en una esperpéntica parodia de tintes homo-eróticos), el western (sin mayor dignidad que la exageración de cabriolas y contorsiones disparatadas) o el drama (tendente al melodrama comercial), no permiten que lleguemos a relajarnos en ningún momento con el deleite de una historia que se ve continuamente interrumpida por deliberados exabruptos perniciosos. Con todo ello los Coen componen un canto al desencanto del que ellos mismos forman parte inactiva e inconformista. La venta de principios y valores al por mayor, que llega con vientos cargados de rumores manchados en la sodomía y la degeneración artística y cultural. Ya no se hace cine en Hollywood, vienen a decir estos hermanos cabreados, o mejor dicho, ya no existe el cine clásico. Una afirmación que atendiendo a su contundencia no podemos más que aceptarla como acertada y, al mismo tiempo entendible, pues lo clásico y lo contemporáneo, si algo nos han enseñado los patrones básicos transicionales, son dos cosas que nunca podrán coexistir por mucho que les cueste a los seguidores de ambas corrientes. | ★★★ |


    Alberto Sáez Villarino
    © Revista EAM / Alicante


    Ficha técnica
    Estados Unidos. 2016. Título original: Hail, Caesar! Director: Joel Coen, Ethan Coen. Guion: Joel Coen, Ethan Coen. Fotografía: Roger Deakins. Duración: 106 minutos. Música: Carter Burwell. Productore: Touchstone Pictures / Mike Zoss Productions. Montaje: Joel Coen, Ethan Coen. Diseño de producción: Jess Gonchor. Diseño de vestuario: Mary Zophres. Intérpretes: Josh Brolin, George Clooney, Ralph Fiennes, Tilda Swinton, Channing Tatum, Scarlett Johansson, Alden Ehrenreich, Frances McDormand, Jonah Hill, Christopher Lambert, Clancy Brown, Wayne Knight, Dolph Lundgren, Patrick Fischler, Robert Picardo, David Krumholtz, Fisher Stevens, Emily Beecham, Fred Melamed.

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