Última parada, Siberia
crítica de ma ma (Julio Medem, 2015).
Desde que irrumpiera, allá por el año 1992, en el panorama cinematográfico español con su excelente ópera prima Vacas —Goya a la mejor dirección novel—, cada nuevo estreno de Julio Medem ha sido celebrado como una cita obligada con el buen cine o, al menos, con una de las miradas más personales y a contracorriente de nuestro país. Títulos tan imprescindibles como La ardilla roja (1993), Tierra (1996), Los amantes del círculo polar (1998) —posiblemente, su obra maestra— o Lucía y el sexo (2001) destacaron por la enorme poesía de sus imágenes y la particularidad (cuando no extravagancia) de sus personajes. Unas características que, no obstante, evidencian haber perdido algo de fuelle en los últimos trabajos del director vasco, siendo Caótica Ana (2007) o Habitación en Roma (2010) obras interesantes aunque menores. Por su parte, Penélope Cruz, con tres Goyas y un Óscar (entre otros muchos premios importantes) bajo el brazo, sufre en sus carnes los contras del éxito profesional, viendo cómo, después de personajes tan memorables como la Macarena de La niña de tus ojos (Fernando Trueba, 1998), la Italia de No te muevas (Sergio Castellito, 2004) o la Raimunda de Volver (Pedro Almodóvar, 2006), muchas voces siguen cuestionando sus capacidades interpretativas. La unión, por primera vez, de estas dos grandes personalidades despierta, cuando menos, una gran curiosidad ante este proyecto que es ma ma (2015), destinado a convertirse en uno de los éxitos destacados del año del cine español.
La historia, sobre el papel, tiene todos los elementos para convertirse en el típico melodrama de sobremesa con enfermedades terminales como tema central, destinado a aumentar la venta de pañuelos de papel por su excesivo componente lacrimógeno. Magda, una maestra a punto de quedarse en paro y separada de un marido infiel, viéndose sola a cargo de su hijo, ve como su existencia se complica, todavía más, cuando es diagnosticada de cáncer de pecho. Una situación ante la que la mayoría de las personas se desmoronaría sirve para que la protagonista, todo un prodigio de positividad y alegría reaccione exprimiendo cada segundo de vida como si fuese el último, disfrutando al máximo cada pequeña alegría, y, lo que es más sorprendente, ayudando a levantar el ánimo de todas las personas que le rodean. Así, ese ojeador de talentos futboleros que acaba de sufrir una tremenda pérdida, el ginecólogo comprensivo y atento con serias dudas sobre el futuro de su estabilidad familiar, o el arrepentido ex-marido de Magda, encuentran en la inmensa humanidad de la mujer una balsa de salvación, aun cuando ella misma debe racionar sus escasas fuerzas para llegar a cumplir las metas que se ha propuesto en un corto plazo de tiempo. ma ma, más que un dramón fatalista (que lo es, en parte, pero está totalmente asumido), emerge como un poderoso canto a las ganas de vivir, al amor y a la maternidad, apoyándose para ello en el inquebrantable sentido del humor del personaje de Magda y la naturalidad con que afronta la pérdida de su pecho tras su empecinamiento por tratar de conservar el pezón. La película, pese a correr el riesgo de ser recibida como el trabajo más manipulador de Medem, también podría considerarse su trabajo más cercano, ya que el universo que presenta en esta ocasión es más terrenal y reconocible, así como el comportamiento de sus personajes resulta menos artificioso que en sus propuestas más ambiciosas.
«Tal vez no haya recuperado Medem su mejor pulso y su apuesta por un generoso despliegue emocional y una aparente sencillez narrativa traicione, en parte, su otrora espíritu transgresor, pero ello no resta méritos a un filme visualmente interesante en el que, eso sí, recuperamos a la mejor Penélope Cruz».
La puesta en escena, como viene siendo habitual en el director, continúa siendo uno de los puntos fuertes de ma ma, gracias al excelente trabajo de fotografía de Kiko de la Rica —especialmente lucido en esas escenas oníricas en las que Magda pasa, en un segundo, de la calidez de la realidad a la frialdad de los paisajes de Siberia en sus ensoñaciones— y a una brillante banda sonora del internacional Alberto Iglesias, de la que, en su afán por acentuar el carácter emotivo del relato, se llega a abusar en más de una ocasión. La poesía inherente al cine de Medem —solo él se atrevería a filmar una escena de sexo o un parto desde el punto de vista de los latidos del corazón de la protagonista sin morir en el intento— sigue presente en cada fotograma de una película que tiene su indudable motor en la poderosa mirada de Penélope Cruz, conmovedora en una actuación a corazón abierto, de esas que te tocan el alma como pocas. Cada poro de su cuerpo transmite verdad, desde sus luminosos y enormes ojos marrones oscuros a esa calva que, por razones obvias, debe lucir en los momentos más tristes del filme. Sin duda, un trabajo merecedor de todos los premios y que debería callar para siempre a quienes achacan su estatus de estrella a la suerte o a maniobras de marketing. Ella es la razón de ser de una cinta que, con cualquier otra actriz, podría haber caído fácilmente en el ridículo. Luis Tosar está a la altura de las circunstancias, ofreciendo una perfecta réplica sentimental a Cruz, pero la sorpresa llega de la mano de un sobresaliente Asier Etxeandia que, en su papel de médico, dota de gran sensibilidad y empatía a sus escenas con la paciente, estableciendo con ella una extraordinaria química que se traduce en verdadera emoción, al mismo tiempo que demuestra unas formidables cualidades como cantante en algunas (más de las aconsejables) escenas. No cabe duda de que ma ma está diseñada al milímetro para arrancar las lágrimas del espectador. Tiene todos los ingredientes para ello y sabe utilizarlos a su favor. La entereza de Magda ante la enfermedad, tan cercana a la de aquella celebrada Camino (2008) de Javier Fesser —obra con la que comparte sus leves apuntes de fantasía y elementos simbólicos (esos cangrejos en la playa, el mudo personaje de la niña Natacha)— o a la de la Ann encarnada por Sarah Polley en la extraordinaria Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2003), sin embargo, arroja la suficiente luz y energía como para, en medio de un panorama tremendamente desolador, encontrar huecos para la felicidad y la esperanza. Tal vez no haya recuperado Medem su mejor pulso y su apuesta por un generoso despliegue emocional y una aparente sencillez narrativa traicione, en parte, su otrora espíritu transgresor, pero ello no resta méritos a un filme visualmente interesante en el que, eso sí, recuperamos a la mejor Penélope Cruz. | ★★★ |
José Antonio Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
España. 2015. Título original: ma ma. Director: Julio Medem. Guión: Julio Medem. Productores: Penélope Cruz, Julio Medem, Álvaro Longoria. Productora: Morena Films. Fotografía: Kiko de la Rica. Música: Alberto Iglesias. Montaje: Iván Aledo, Julio Medem, Yago Muñiz. Dirección artística: Montse Sanz. Reparto: Penélope Cruz, Luis Tosar, Asier Etxeandia, Teo Planell, Silvia Abascal, Mónica Sagrera, Àlex Brendemühl, Jon Kortajarena, Ciro Miró.